12/08/2024
Publicado en
Expansión
Javier Andreu |
Catedrático de Historia Antigua y director del Diploma de Arqueología
En el imaginario popular, al pensar en las grandezas imperiales de Roma, se tiende a pensar más en Julio César (que no pertenece a la fase imperial del Estado romano) que en su heredero adoptivo, Augusto, que sí instauró un nuevo régimen político, el del Principado, habitualmente denominado Imperio. Esta confusión se debe a dos razones: por un lado, el ascenso político de César -quien acumuló un poder político, militar y religioso sin precedentes- marcó un hito en la historia de Roma durante el último siglo de la República. Por otro, el gran biógrafo de los primeros emperadores, Cayo Suetonio Tranquilo, un historiador vinculado a la clase senatorial romana y que escribió en época de Trajano, comienza su relación de los doce emperadores con Julio César confiriéndole, por tanto, un rango político que éste jamás detentó.
Lo que sabemos de su biografía -también por su esfuerzo de legar un relato de su persona a sus contemporáneos y a la posteridad a través de los Comentarii- nos lo presenta como alguien con extraordinarias dotes para el mando militar, de preclara inteligencia política y de notable capacidad de inspirar confianza y lealtad, especialmente entre los soldados de la XIII Legión. Pero, al margen de los datos que arroja esa fulgurante carrera política de César -que incluye el consulado en el 59 a.C. y varios cargos importantes, como la cuestura y el gobierno provincial en Hispania-, Suetonio realiza una enumeración de las virtudes de este político y militar romano que fueron las que le valieron convertirse en un referente central en un momento en que la política romana se polarizaba entre los más tradicionales -denominados a sí mismos optimates- y aquellos que solicitaban reformas acordes a la transformación propia de una administración que debía conciliar el gobierno de Roma con el de las provincias y a los que solía denominarse como populares.
Las virtudes que destaca el historiador de Hipona resultan aún hoy inspiradoras como verdadera “escuela de liderazgo”. Según Suetonio, César fundamentó sus éxitos militares no sólo en planes bien pensados, sino también en su habilidad para aprovechar oportunidades y dominar el efecto sorpresa, como demostró en batallas como Ilerda (49 a.C.), Farsalia (48 a.C.) y Zela (47 a.C.). Su capacidad de resistencia y sufrimiento era proverbial, y siempre lideraba desde el frente, incluso en combate.
Para este historiador romano, además, su prestigio y éxito social -propio de quien, procediendo del ámbito patricio y estando emparentado con él se presentó como el más popular de todos los romanos- se basó en cualidades que siempre se señalan como esenciales en todo líder: su elocuencia y su talento; su moderación y su clemencia, incluso “después de sus triunfos”; su leal y considerada relación con sus amigos y colaboradores que Suetonio resume con las palabras “celo y fidelidad” y que, por supuesto, no iba reñida con un deseo de no trabar nunca hondas enemistades. César exigía mucho, tanto de sus hombres como de sus aliados políticos, como Pompeyo y Craso, con quienes formó el primer triunvirato en el año 60 a.C. Su actitud combinaba la "autoridad" y la "indulgencia", lo que le permitió sofocar revueltas y conspiraciones, excepto la que finalmente le costó la vida en el 44 a.C., cuando fue apuñalado a los pies de la estatua de Pompeyo.
Pese a su contrastada capacidad de gestión y esa más que probada mentalidad estratégica -que tenía en la gestión del Estado, más que en su propia salud, su principal obsesión, como afirma Suetonio- la propuesta reformista de César fracasó y quedó truncada. También Suetonio da las razones que invitan a la reflexión. Para este historiador romano la “arrogancia” y el “abuso de poder” -éste último ejercido no sólo por el dominio militar, también por la corrupción judicial- fueron las causas de su triste final que, sin embargo, contribuyó también a engrandecer una de las más sublimes páginas de la Historia.