12/07/2025
Publicado en
El Mundo
Jacobo Ramos |
Profesor del Departamento de Ciencia Política y Sociología
Alemania está reconstruyendo su capacidad militar con determinación, rompiendo con tabúes históricos que durante décadas definieron su política exterior y defensa. Bajo la narrativa de la Zeitenwende, rearma su ejército, reactiva su industria de defensa y redefine su lugar en Europa. El Gobierno español, en cambio, se mantiene anclado en una actitud ambigua, confiando en estructuras de seguridad externas y atrapado en la indecisión frente al nuevo orden geopolítico. La diferencia no es solo presupuestaria: es estratégica.
El rearme alemán no es un gesto puntual, ni una respuesta coyuntural. Es una transformación estructural del papel de Alemania en Europa y del sentido mismo de su Estado. La Zeitenwende -ese "cambio de época" proclamado por Olaf Scholz tras la invasión rusa de Ucrania- ha pasado de ser un discurso solemne a convertirse en brújula política bajo Friedrich Merz. En pocos años, Alemania ha pasado de ser una potencia reacia a hablar de defensa, a aspirar a liderar el rearme europeo.
No hablamos solo de gasto. Aunque ese dato por sí solo impone: Berlín ya ha superado el 2 % del PIB en defensa, alcanzará el 2,4 % en 2025 y apunta al 3,5 % en 2029, según Reuters y el propio Ejecutivo alemán. Será, de facto, el mayor presupuesto militar del continente, con un gasto estimado de hasta 150.000 millones de euros anuales si se cumplen esas previsiones.
La Bundeswehr está siendo reformada desde los cimientos: se incrementa el número de soldados, se refuerza la defensa antiaérea, se invierte en movilidad y se multiplica la producción de munición.
Además, Alemania está activando un nuevo ecosistema tecnológico-industrial en defensa. Empresas como Rheinmetall están ampliando plantas de artillería en Alemania y España. Hensoldt lidera la electrónica de defensa. Helsing, una startup nacida en 2021, desarrolla inteligencia artificial aplicada al campo de batalla y está valorada en más de 12.000 millones de dólares, según el Financial Times, con el cofundador de Spotify, Daniel Ek, como presidente de su consejo.
Además, en el plano político, Alemania ha sido capaz de generar consensos. El ministro de Defensa, Boris Pistorius, socialdemócrata y una de las figuras más populares del país, ha logrado consolidar una política de rearme sin fracturas internas, incluso con el respaldo de sectores tradicionalmente escépticos como Los Verdes, que lo perciben como una figura pragmática y confiable.
Mientras tanto, España continúa anclada en un modelo de defensa subsidiado, sin una estrategia definida ni ambición clara sobre el papel que quiere desempeñar en el nuevo contexto internacional.
El Gobierno de Pedro Sánchez, sin Presupuestos Generales del Estado que faciliten un refuerzo sostenido de la inversión en defensa, y condicionado por socios de coalición con prioridades divergentes, enfrenta serias dificultades para dar un giro estructural.
Las críticas no se han hecho esperar: en la reciente cumbre de la OTAN en La Haya, el presidente estadounidense Donald Trump expresó públicamente su malestar por el bajo esfuerzo presupuestario español.
Y es que, en la era de Trump, enfrentarse a Estados Unidos y a su lógica transaccional tiene consecuencias: desde la imposición de aranceles hasta el aislamiento diplomático o una pérdida de influencia frente a aquellos socios de la OTAN que sí han incrementado su gasto en defensa.
En este contexto, el relato político que el Gobierno español utiliza de forma reiterada en el ámbito doméstico resulta insuficiente en la escena internacional. Cuando se trata de gasto militar, los discursos no sustituyen a los compromisos. Y las cifras, cuando no cuadran, acaban teniendo un precio.
No se trata de compararse con Alemania, sino de comprender el momento estratégico que atraviesa Europa. La guerra de Ucrania sigue sin una resolución clara, mientras Oriente Medio entra en una nueva espiral de violencia con implicaciones globales. La incertidumbre sobre el compromiso estadounidense obliga a repensar el papel que deben asumir los Estados europeos y exige un reparto más equilibrado de esfuerzos dentro de la alianza. En este escenario, la expectativa de un mayor compromiso europeo es evidente, y el Gobierno español ha quedado particularmente expuesto y aislado.
España tiene ventajas estratégicas singulares, como las bases militares de Rota y Morón, esenciales para la proyección operativa de la OTAN en el flanco sur y hacia África. Más allá de su valor simbólico, estas instalaciones actúan como plataformas logísticas críticas: en la reciente ofensiva estadounidense contra objetivos nucleares iraníes, fueron empleadas por diversas aeronaves de apoyo y transporte militar, confirmando su relevancia táctica y el grado de integración de España en la infraestructura militar aliada.
España cuenta además con capacidad industrial, talento y socios internacionales comprometidos. Pero, a diferencia de Alemania, no ha definido con claridad el papel que aspira a desempeñar en el nuevo equilibrio geopolítico. Mientras el gobierno alemán ha sabido enfrentarse a los difíciles tabúes de su pasado para avanzar en su política de defensa y exterior, el español permanece en una ambigüedad y una retórica alarmantes, que contrastan con la expectativa creciente de corresponsabilidad dentro de la OTAN y la UE.
La historia no espera. El futuro de la defensa europea se está escribiendo ahora. Y cada país debe decidir si quiere formar parte de ese relato como protagonista, como figurante o como espectador.