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Gerardo Castillo Ceballos, Profesor emérito de la Facultad de Educación y Psicología de la Universidad de Navarra

¿Promovemos saberes pensados o saberes sin pensamiento?

mar, 12 abr 2016 15:45:00 +0000 Publicado en Diari de Tarragona

“Lejos de nosotros la funesta manía de pensar”. ¿Sigue hoy socialmente vigente ese menosprecio del pensamiento expuesto por los profesores de la Universidad de Cervera para halagar a Fernando VII? Parece que de algún modo sí, a juzgar por la aceptación  generalizada  y sumisa de las consignas de los partidos políticos, de los slogans de las manifestaciones  callejeras  y del resultado de las encuestas. No está de moda razonar sobre la verdad o falsedad de cualquier idea o reflexionar para distinguir la verdad de la mentira.

Nos estamos acostumbrando a repetir mecánicamente lo que dicen los medios de comunicación e internet, sin analizarlo. Esa actitud nos empobrece como personas. Por ejemplo, si mis deseos son buenos pero son opuestos a los de la mayoría, esos deseos no serían legítimos. La decisión de la mayoría lo legitimaría todo. En versión humorística sería así: “¡Coma usted basura, porque un millón de moscas no pueden equivocarse!”

Son muchas las personas que rehúyen pensar por propia cuenta, sea por pereza, gregarismo o cobardía. Por eso no podemos extrañarnos de que las adolescentes de hoy se sientan incómodos cuando se les invita a pensar:

-¿En qué piensas?

-En nada. Ya se lo dije el mes pasado.

El gran desarrollo de los medios de comunicación junto con el intercambio global  de contenidos en internet, hace más necesario que nunca enseñar a pensar a los adolescentes sobre la  ingente y variada información que reciben. Se trata de que sepan afrontarla de forma crítica y comprensiva, para así facilitar la construcción del conocimiento.

Robert Swartz, director del Centro Nacional para Enseñar a Pensar de EE.UU, desveló en un Congreso sobre inteligencia celebrado en julio de 2.0015, que entre un 90 y un 95 por ciento de la población mundial no sabe pensar adecuadamente. Añadió que  la causa principal son las escuelas, donde se sigue enseñando a memorizar, pero no a reflexionar.

Este diagnóstico  hace que sea de gran actualidad la distinción que el profesor  García Morente hizo en su día entre “saberes pensados” y “saberes sin pensamiento”: 

“El saber pensado consiste en la evidencia intelectual que se enciende en el espíritu cuando verificamos el acto de pensar (…) Pensar es intuir esencias; es ver, sin que haya lugar a duda, que algo es lo que es. Por el contrario, el saber sin pensamiento es sólo erudición: un saber externo, formulario, una colección de recetas mecánicas, pero sin la evidencia intelectual íntima.”

En el éxito escolar cuenta mucho que el alumno estudie reflexionando  y que los profesores promuevan saberes pensados, y no saberes sin pensamiento. Las escuelas deben crear sujetos activos del aprendizaje y con mente abierta, capaces de pensar de forma crítica. 

Padres y profesores deben evitar algunos errores que dificultan que sus hijos o alumnos se ejerciten en el pensar: enseñarles de forma dogmática; informarles de forma confusa y desordenada; explicarlo todo; transmitirles saberes acabados.

El pensamiento verdadero implica diálogo consigo mismo y con los demás. El diálogo es un  juego de preguntas y respuestas; requiere aprender  a preguntar, a escuchar y a responder. La pregunta está considerada como el principal procedimiento para aprender a pensar, tanto si la hacen los educadores como los educandos.

Enseñar a pensar no es imponer  modelos para ser imitados; sí es estimular el  pensamiento de los educandos para que pueda fluir  libremente. 

 Conviene fomentar la actitud de preguntar en la familia y en la escuela. Es aconsejable contestar a todas las preguntas, aunque adaptando las respuestas a la edad y comprensión de quien pregunta.

No basta dar a los chicos/as la oportunidad de preguntar; además hay que enseñarles a preguntar. Les ayuda el ejemplo de buenas preguntas de sus educadores; también la práctica orientada de preguntar siguiendo algunos criterios.

Conviene evitar las preguntas cuyas respuestas están en los libros de forma literal; son más valiosas las preguntas  sobre el “por qué”  que las del “qué”; son preferibles las preguntas “abiertas” (que dan lugar a un amplio proceso de pensamiento) que las “cerradas”. Ejemplo de las primeras: “¿Por qué flotan los barcos?”. Ejemplo de las segundas: “¿Qué es un ladrillo?”

Junto a la pregunta, hay otros medios para aprender a pensar: la resolución de problemas de cualquier materia; el uso de algunas técnicas de trabajo  intelectual, como, por ejemplo, la elaboración de esquemas y mapas conceptuales; la utilización de metodología participativa,  especialmente la discusión dirigida y el debate.

Los actuales Programas de Enseñar a Pensar recogen esos recursos y añaden otros. Los estudiantes que los realizan estudian con más interés y mejoran el rendimiento. ¿Servirá esta positiva experiencia para terminar con la mentalidad de aprender sin pensar, apoyándose en las muletas del memorismo?