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La Yihad y la narrativa de odio hacia el Occidente secular

12/02/2021

Publicado en

El Obrero

Marco Demichelis |

Investigador senior en Estudios Islámicos e Historia de Oriente Medio. Instituto Cultura y Sociedad, Universidad de Navarra

El anarquismo, el nacionalismo, el abolicionismo norteamericano y el Ku Klux Klan, así como diferentes movimientos nacionalistas en el imperio Otomano a finales del siglo XIX e inicios del XX, pueden ser considerados los principales responsables de los primeros ataques terroristas contemporáneos. El “Reinado del Terror” (1793-1794) fue un primer ejemplo de aniquilamiento de la oposición política, favoreciendo la destrucción de los valores protodemocráticos de la Revolución Francesa.

No obstante, cuando hoy se habla de terrorismo, la asociación más directa es con el terrorismo islámico, especialmente con los atentados del 11 de septiembre y otros más recientes que han sufrido distintos países de Europa. Resulta necesario comprender mejor de qué hablamos hoy cuando se identifica el yihadismo con la actitud específica musulmana sobre el terrorismo.

Como explico en el libro Violence in Early Islam. Religious narratives, the Arab Conquests and the Canonization of Jihad, inicialmente, la palabra Yihad hacía referencia a una específica actitud individual y voluntaria (no remunerada) del mujahid hacia la guerra en la frontera tras la creación de esta en el siglo VIII. Era una postura muy personal y desvinculada totalmente de la remuneración económica; el saqueo; el asesinato de mujeres, niños o ancianos; o del uso de la guerra para medrar en la política o en el ejército. En los siguientes siglos, la palabra Yihad se fue convirtiendo en sinónimo de guerra; la literatura jurídica islámica sobre este argumento ha canonizado la relación entre ambos términos.

Sin embargo, en el Corán, esta raíz y-h-d, es utilizada con un significado semántico cercano a “guerra” menos de diez veces en un texto de más de 6.500 versos. La palabra más frecuente para “luchar, matar” es Qital (q-t-l). Esta consideración ayuda a recalibrar la errónea asociación de Yihad/Yihadismo con guerra y terrorismo. Del mismo modo, la actitud terrorista musulmana de hoy tiene poco que ver con la lucha anticolonial de los siglos XIX y XX y mucho más con la imagen del enemigo que ha tenido el mundo Europeo-Occidental desde el inicio de la época moderna.

Antes de llegar a este punto, es necesario señalar cómo la canonización del terrorismo islámico contemporáneo está relacionada con la involución despótica, clientelar y sin expectativas para las nuevas generaciones, que ha supuesto la evolución política de los países árabes y musulmán después de la fase de autodeterminación.

En un libro publicado hasta algunos años, Engineers of Jihad, los autores establecen una relación directa entre la élite científica -sobre todo ingenieros y médicos- de los países árabes en los años 60-70 y el papel que estos habrían tenido en las siguientes décadas como líderes del terrorismo islámico mundial. Un fracaso generacional en el que ni el islam ni sus religiosos han querido ni sabido limitar la radicalización del pensamiento.

En paralelo, la narrativa, así como la actitud sobre estas acciones violentas -que, dicho sea de paso, impactan en su inmensa mayoría sobre otros musulmanes-, ha intentado buscar sus propias fuentes de inspiración en autores musulmanes del pasado. Con todo, queda patente que se acerca más al pensamiento supremacista occidental que a aquellas fuentes.

Algunos autores musulmanes del siglo XX, como Abul ‘Ala al-Maududi (d. 1979), así como el egipcio S. Qutb (d. 1966), han favorecido una lectura modernista de las escrituras religiosas islámicas y de algunas palabras clave: Jahiliyya, Yihad, Hijra. Han creado nuevos conceptos como Hakimiyya (la soberanía de Dios) y favorecido una interpretación más violenta y revolucionaria. Al mismo tiempo, estos autores han querido buscar esta nueva lectura inspirándose en expertos religiosos como Ibn Taymiyya (d. 1328), Ibn Qayyim al-Jawziyya (d. 1350), al- Qurtubi (d. 1273), que habían vivido siglos antes en una fase histórica donde el mundo islámico sufría ataques de fuerzas extranjeras (mongoles, la Reconquista en la Península Ibérica...).

Aparte de ellos, encontramos la siguiente generación de jefes terroristas, todos ellos nacidos entre los años 40 y 60 y con escasa formación humanística y sobre el islam: Muhammad ‘Abd al-Salam Faraj, Osama bin Laden, Abu Musab al-Zarqawi etc. Han interpretado como algo propio el pensamiento sobre la violencia en el islam, sin ser capaces de profundizar.

Uno de sus elementos, el odio hacia el cosmopolitismo urbano, por ejemplo, es muy antiguo (lo encontramos en referencias bíblicas como Sodoma y Gomorra o la Torre de Babel), pero al mismo tiempo moderno. Está presente tanto en el nazismo como en el comunismo y emerge claramente en el supremacismo blanco estadounidense que surge después de la guerra civil (1865) y aún perdura en los Estados conservadores y evangélicos.

Por otra parte, el foco sobre los mártires y sobre la muerte como destino último es un concepto muy poco islámico, mucho más contemporáneo: en el Corán, la palabra shahid aparece solamente una vez (III, 140) con este significado. Su interpretación semántica, vinculada al enfrentamiento de Uhud (625 AD) con los politeístas, versa sobre el concepto del testimonio, de la confianza absoluta en Dios. Asimismo, la idea de los mártires que mueren intentando infligir el mayor daño posible al enemigo es una acción muy contemporánea. Si bien resulta cierto que la actitud del sacrificio personal para neutralizar al enemigo se remonta a la Batalla de Las Termópilas, tiene una gran relación con la Segunda Guerra Mundial.

Otro aspecto interesante de la lucha contra la mentalidad lógico-racionalista occidental del terrorismo islámico se puede comparar con la pugna entre diferentes escuela teológicas del pensamiento islámico: entre mu‘tazila y ashariyyah en los primeros siglos, o entre Ibn Rushd y al-Ghazali en los siguientes. Ocurre igual entre Abelardo y Bernard de Claraval y en la época medieval, entre conservadurismo y progresismo religioso, un aspecto común en muchas civilizaciones diferentes en épocas distintas.

La ira de Dios contra los enemigos, la secularización de Occidente y la deshumanización de los adversarios son narrativas muy enraizadas en la modernidad europea. Están presentes en la historia americana, desde las guerras de religión de los siglos XVI-XVII hasta la aniquilación de las culturas nativas de las praderas, que se resistían al progreso, al ferrocarril y a la civilización urbana.

El enemigo necesita ser convertido en una bestia, una raza subhumana, una figura que necesita desaparecer: al final, la ira de Dios y los luchadores de Dios le destruirán. En Occidente, las víctimas de esta “deshumanización del enemigo” han sido los judíos europeos, los comunistas ateos, los negros norteamericanos… En el mundo islámico, hoy se ve muy bien en el pensamiento supremacista de inspiración Wahabita.

Se puede concluir que la tradición revolucionaria y terrorista Yihadista tiene muy poco que ver con el islam, así como con el concepto de Yihad: por el contrario, la narrativa de odio contra el Occidente secular presenta muchos aspectos en común con la creación del Estado nacional moderno y su purificación de las diferencias internas en los niveles político y religioso.

La ideologización de las religiones por motivos políticos puede ser muy útil para controlar la gente, como mostraron las décadas de la Guerra Fría. De forma paralela, la religión sin cultura y sin relación con la humanidades puede generar diferentes formas de fundamentalismo que impactan sobre una falta de identidad religiosa y de conocimiento de la propia religión.