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Pablo Pérez López, catedrático de historia contemporánea en la Universidad de Navarra

Contra la corrección política

vie, 11 nov 2016 18:54:00 +0000 Publicado en Diario de Noticias

Los resultados de las elecciones norteamericanas de ayer manifiestan el alto grado de hartazgo de la mayoría de la población de ese país frente a la corrección política, ese modelo de lenguaje y pensamiento de las élites dirigentes que habla de perfección y progreso mientras administra la imperfección o el retroceso.

El panorama es interesante: ni la gran prensa, el New York Times, la CNN, la NBC, ni el glamouroso mundo del espectáculo con Hollywood como buque insignia, ni las redes sociales, ni la ideología que centra su discurso sobre la emancipación y la justicia en las identidades sexuales, han conseguido convencer a los americanos. Los que han votado a Donald Trump lo han hecho contra esos poderosos medios. Es más: los candidatos del Partido Republicano que aparecieron próximos a ese lenguaje, a la herencia de los dirigentes que han hecho los últimos años del país desde Bill Clinton en 1992, fueron desechados en las primarias: los electores prefirieron un hombre más radical, brutal en las maneras, desgarrado, contundente y de aires torpes pero que, precisamente por todo eso «no es de ellos».

Hillary Clinton, presentada por sus partidarios como garantía de progreso, como el esperado triunfo de las mujeres en lo más elevado de la vida pública, ha sido rechazada por muchas mujeres que no se ven representadas por ella, quizá porque la ven más bien como la culminación de toda una vida de trabajo en el poder y por el poder, alejada de las necesidades reales de mucha gente. Gente ordinaria que está desconcertada por las nuevas dificultades y por las amenazas de disolución que para ellos entraña una mundialización controlada en todo caso por los grandes medios financieros, pero no por las clases medias ni por los trabajadores. Si hay solución, parece que han pensado, debe estar en otra parte. Y han votado a lo que menos se parece a las élites dirigentes.  El efecto ha sorprendido a muchos, más a los que tienen un poder efectivo o están próximos a él que a quienes no lo tienen. El llanto por los efectos de la democracia acompaña en estas horas a muchos defensores de la democracia.

Está por ver ahora si los pronósticos sobre el desastre que supondría Trump en la Casa Blanca eran tan acertados como los que aseguraban que nunca llegaría a ella. Desde luego, eso sería lo mejor para todos, incluidos los que no votamos en esas elecciones y los que han votado por Clinton. Hay dos grandes asuntos que parecen cruciales: las relaciones con México y la política económica. Los dos tienen que ver con cuestiones esenciales de la vida de los  EE. UU. que han sido causa del voto a Trump, y también con el futuro del país. El entendimiento con México es imprescindible para preservar la paz en los propios EE. UU., y ahí hará falta una sabia política, muy alejada de las declaraciones populistas que sirvieron a Trump en este campo durante la campaña. La economía americana se verá solicitada ahora por la preocupación por la propia casa, por los trabajadores de la propia casa, en lugar de vivir para los beneficios obtenidos por el capital en cualquier parte del planeta. Al menos eso esperan los que votaron a Trump o contra lo que les había dejado en el paro. Los dos tienen que ver con una cuestión de fondo más delicada todavía: el modelo de sociedad que se quiere construir.

El creado por el lenguaje políticamente correcto parece que ha fracasado, al menos de momento, detenido por una rebelión de los electores que marcará un hito en la historia de la democracia más veterana.