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Las grandes restauraciones en Navarra (4). El picado de las iglesias pintadas

10/12/2021

Publicado en

Diario de Navarra

Pedro Luis Echeverría Goñi |

Universidad del País Vasco

Diario de Navarra, en colaboración con la Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro de la Universidad de Navarra, aborda, mensualmente, de la mano de especialistas de diversas universidades e instituciones, aspectos relativos a las restauraciones e intervenciones en grandes conjuntos de nuestro patrimonio cultural.

En la actualidad vemos el interior de muchas de las iglesias medievales y renacentistas y los pequeños templos rurales de Navarra en blanco y negro, al haber sido despojados en la segunda mitad del siglo XX de sus morteros y pinturas, es decir, de la piel de la arquitectura. Estos edificios solo se daban por concluidos cuando sus paredes y bóvedas se revocaban y pintaban, labores que se renovarían periódicamente al dictado de las modas hasta la implantación del gusto por la petrofilia a mediados de la centuria pasada. Resultan excepcionales aquellos que han conservado su decoración pictórica original, como el presbiterio de Nagore (c. 1500), o las renacentistas de la ermita de Arquijas en Zúñiga o la sacristía de Aldaba, en tanto que no ha sido complicado elaborar una relación de un centenar de iglesias picadas en ese periodo, incluyendo entre ellas la práctica totalidad de las románicas y góticas.

Pinceladura y pintura mural en el siglo XVI

Estos revestimientos, aunque no han gozado de la consideración de la pintura mural gótica cortesana, fueron muy populares y masivos en el siglo XVI, pues no solo tapizaron los edificios gótico-renacentistas, sino que modernizaron los viejos templos medievales. Desde fines del siglo XV llamaban pinceladura al acabado de las fábricas con el revoco, enlucido, coloreado e imitación de aparejos fingidos con el pincel, en tanto que con la pintura se referían a la representación de figuras, historias y retablos simulados. Estos “pinzeladores” se especializaron en recubrir zonas concretas con imitaciones de despieces de sillar en los paramentos y ladrillo en los plementos, ribeteando los nervios con cenefas ornamentales en campo rojo; los paños de los formeros y las bóvedas de horno fueron las zonas reservadas para almohadillados y casetones. Debemos resaltar que los entablamentos solían ser pintados, es decir, los elementos más renacentistas que conferían al edificio un sentido del orden, con sus frisos recorridos por inscripciones, grutescos y roleos.

La arquitectura gótica era completada con aparejos simulados renacentistas, un procedimiento más barato, cuya finalidad era ennoblecer y cohesionar fábricas irregulares de sillarejo, mampostería o ladrillo, nivelar superficies y materiales diferentes, modular los espacios y recrear un arte a la antigua. Se justifica además por razones de salubridad, impermeabilización e iluminación de interiores oscuros. Al “desollar” muchas iglesias en la segunda mitad del siglo XX de esa epidermis se les privaba de su máscara renacentista, potenciando lo medieval de sus fábricas. En edificios que no han sido picados, este arte permanece todavía oculto tras retablos, pabellones, jaspeados, blanqueados y despieces posteriores, como en Olejua, Mendilibarri, Elorz, Grez, Itsaso o Zia. En aquellos templos que no han sido intervenidos se puede rastrear toda una estratigrafía pictórica desde el momento de su construcción hasta comienzos del siglo XX, en las sucesivas renovaciones que han quedado consignadas en los libros de fábrica.

En 1998 David Charles Wright Carr acuñó la denominación de petrofilia, para designar una tendencia estética de nuestro tiempo que sobrevalora la piedra desnuda por encima del resto de materiales, la arquitectura frente a otras artes y las fábricas medievales respecto a las modernas. Consiste en la eliminación de los morteros de cal y arena, enlucidos y todas las capas pictóricas para “sacar la piedra”. Esta operación lleva aparejado otro daño para el edificio como son los rejuntados de cemento, material extraño en obras fabricadas a cal y canto, que provoca la proliferación de sales. Además, estos picados llevan asociados el desmontaje, dispersión y desaparición de elementos mueble. Esta discutible moda de nuestro tiempo se ha impuesto asimismo en la arquitectura civil, tanto culta como doméstica, y se sigue aplicando en ermitas.

La fundamentación teórica de la petrofilia del siglo XX la encontramos a mediados del XIX en pleno Romanticismo en los textos de J. Ruskin. Así el crítico inglés nos dice en las Siete Lámparas de la Arquitectura que los únicos colores de la arquitectura deberían ser los de la piedra natural, rechazando los “engaños estructurales” de “pintar superficies para representar un material que no es el que en realidad hay”. El arquitecto francés Viollet-Le-Duc, cuyos criterios inspiraron las restauraciones de José Yarnoz y su hijo José María Yarnoz Orcoyen, postuló la “restauración en estilo”, la primacía del Gótico, la eliminación de los elementos “inferiores” y la pintura para subrayar la estructura y no disfrazarla. Además, se extrapolaron inadecuadamente a la restauración de monumentos históricos principios del Racionalismo como son la “sinceridad de los materiales” y la desornamentación.

La petrofilia en Navarra y la moda de “sacar la piedra” (1940-1990)

Aunque tiene antecedentes desde fines del siglo XIX, se inicia con la fundación de la Institución Príncipe de Viana, artífice del rescate, restauración, y mantenimiento de los monumentos emblemáticos del antiguo reino, aunque, por el gusto imperante, incluía el picado de los revestimientos. Así se hizo en la década de los 40 en Ororbia, Eunate, o Santa María de Sangüesa, y en los 50 en el Crucifijo y Santiago de Puente la Reina, Eusa, Olleta o Induráin, aplicándose asimismo a los monasterios de Leire, La Oliva, Irache e Iranzu. Su aumento en la década de los sesenta se debió también a una interpretación reduccionista del Concilio Vaticano II, en la constitución sobre la Sagrada Liturgia de 1963, escudándose sus partidarios en algunas de sus directrices como la búsqueda de una “noble belleza” más que la “mera suntuosidad”, el protagonismo del altar cara al pueblo o la reducción de imágenes. Entre 1962 y 1964 se picaron los paramentos de la iglesia de Aoiz, descubriendo el sillarejo, señalándose en la reseña de DN que había estrenado “traje de piedra”. Tras el retablo mayor aún se conserva un despiece simulado y una inscripción. Otros templos que fueron desnudados entre 1964 y 1968 fueron los de Bera, Añezcar, Santiago de Sangüesa, Ibiricu o Lekunberri.

El primer documento internacional que llamó la atención sobre la importancia de los revocos, enlucidos y aparejos pintados fue la Carta del Restauro de Roma, elaborada por el historiador Cesare Brandi en 1972. Precisa que las limpiezas jamás “deberán llegar a la superficie desnuda de los materiales de la propia obra” y veta la utilización de métodos abrasivos como el chorro de arena. En Navarra no solo se ignoraron estos criterios, sino que la de los 70 fue una desafortunada década en la que se picaron multitud de templos, empezando por la iglesia monacal de Tulebras, donde en 1970 se despojaron del enlucido las paredes, bóvedas y cascarón “a tono con la austera tradición cisterciense”, sin reparar que las cubiertas estrelladas habían sido añadidas en el siglo XVI y pinceladas en 1563. La restauración de 1995 les restituiría los despieces y los espectaculares florones. Otros “despellejamientos” fueron los de Larrión (1971). Igúzquiza, Santa María de Tafalla (1975, pintada luego en 1990), Jaurrieta (1977), San Pedro de Echano y Labiano (1978) o Azuelo (1979), donde además se eliminó la sacristía y se desmontó el retablo mayor.

La última década que registra el picado masivo de iglesias es la de los 80 que coincide paradójicamente con la publicación del primer volumen del Catálogo monumental de Navarra sobre la Merindad de Tudela (1980) y la Ley de Patrimonio Histórico Español (1985). La restauración de la iglesia de San Nicolás de Pamplona (1982-1986), incluyó también el picado de sus paramentos, habiendo sobrevivido, junto a fragmentos de pinturas góticas, unos grutescos sobre campo rojo renacentistas en los nervios de la capilla mayor. La piqueta desnudó iglesias como Oderitz, Larraya, Larragueta, Najurieta, Oscáriz o San Miguel de Cizur Menor y en Endériz (1985), se interrumpió al descubrir un retablo pintado tras desmontar el retablo mayor. En el monumental templo de Villatuerta se sacó la piedra en 1986, aplicando chorro de arena y mortero de cemento; al retirar dos retablos se localizaron pinturas del XVI con santos emparejados. En 1990 se fechan los de San Miguel de Estella y Turrillas.

Restitución y seriación de aparejos fingidos (1994-2021)

Solo tras la restauración de la catedral de Pamplona en 1993-1994 y la comprobación de que estuvo totalmente pintada, se interrumpe el picado de las iglesias pétreas en Navarra. Se inicia una nueva etapa que A. Vuillemard-Jenn califica como la nueva policromía de fines del siglo XX y XXI. Señala la investigadora francesa que devolver una obra a su estado original es un concepto fluctuante, pues si antes consistía en dejar la piedra a la vista, hoy se identifica con repintarla. Siguiendo el modelo de la seo se generalizan las bóvedas tocadas de azul con estrellas, testeros en rojo y muros enlucidos, como en Valtierra u Oteiza, y despieces de trazos blancos en Irache, Isaba, Cintruénigo o Mendigorría. El descubrimiento de la pinceladura de la iglesia de Arellano, obra de Diego de Cegama en 1580, y su reintegración imitativa por B. Sagasti en 1995-1998 supuso un punto de inflexión por su completo repertorio de aparejos, entablamento y retablo fingido renacentistas. En la de Zuasti (2002) se mantuvo la decoración original del testero con cubos y rombos ilusorios que dilatan el espacio, similares a los de Marcilla, en tanto que en la nave se reprodujeron despieces simples.

En 2003 el Icomos, organismo internacional para el patrimonio cultural, dictó unos principios sobre la conservación y restauración de las pinturas murales, admitiendo la posibilidad de restitución de motivos seriados siempre que se conserven fragmentos auténticos, estén bien fotografiados y se realice por profesionales con materiales y técnicas tradicionales. Ese mismo año se inició en la Sección de Registro y Bienes Muebles un plan de pintura mural y revestimientos, que incluye analíticas de muros, apertura de ventanas y recopilación de documentación fotográfica. En la iglesia de San Saturnino de Artajona (2007), se han restituido, tras un elaborado estudio de revestimientos por Sagarte, los despieces góticos y renacentista. En la de Esquiroz (2009) han sido repintados los aparejos y casetones, preservándose tras el retablo mayor un retablo fingido y el despiece de mediados del XVI. La restauración más respetuosa con estos revestimientos la encontramos en la cripta de San Salvador de Gallipienzo, pincelada en 1572 (J. L. Franchez, 2014)). En la iglesia de Vesolla (L. Gil, 2014-2015), donde el pincel había transformado un ábside románico en una semicúpula con casetones renacentista, se han reintegrado sus lagunas y rehecho los despieces seriados de los muros. Una acertada evocación didáctica ha sido la reposición por transferencia en 2018 en la cabecera de Artaiz, no solo de las pinturas góticas, sino también de los casetones renacentistas.