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Ricardo Fernández Gracia, Director de la Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro

Patrimonio e identidad (6). Pequeños talismanes

vie, 07 dic 2018 11:53:00 +0000 Publicado en Diario de Navarra

Un conjunto de pequeños objetos portados personalmente por nuestros antepasados dan cuenta de cómo fiaban a la intercesión de santos y advocaciones de la Virgen los contratiempos y enfermedades. Si los amuletos eran, por lo general,  semejantes a los de otras regiones, las medallas, relicarios, escapularios y medidas de imágenes célebres estaban más ligados al ámbito regional. En su mayor parte hemos conocido las piezas que reseñamos en diferentes colecciones particulares.

 

Amuletos y dijeros

De los  amuletos, que hablan de creencias de tipo mágico, tenemos constancia no sólo por algunos conservados, sino por algunos exvotos pintados en donde sus protagonistas los lucen en vistosos dijeros. Los encontramos colgando de cinturones junto a cruces -a veces de las utilizadas para los exorcismos-, medallas, relicarios, evangelios, reglas de órdenes religiosas o cédulas de otro tipo. Su presencia tiene que ver mucho con la protección infantil y, particularmente, contra el aojamiento. La condesa D´Aulnoy, en su Relación del viaje de España (1679-1680),  explica el mal de ojo como una especie de veneno que ciertos ojos tienen y que se descarga en la primera mirada. La utilización de los amuletos consistía en lograr mediante los mismos que el aojador desviase la atención, logrando que su veneno se descargase sin afectar al niño. Así, la garra de tejón, servía con sus múltiples pelillos para entretener al encantador, quien se vería preso en ellos, obligado a contarlos.

El más común de los amuletos es la campanilla que alejaba los malos espíritus. Le sigue el de una garra de tejón, engarzada en plata, para defenderse del mal. También encontramos castañas, chupadores, higas, perfumadores y cascabeles. La castaña, también engastada en plata, era utilizada contra la erisipela, las hemorroides y el reumatismo, por lo que la llevaban niños y adultos. Al chupador de vidrio se le atribuía el preservar de las enfermedades de la vista y de las miradas dañadoras. A las higas o puños cerrados se les reconocía acción beneficiosa y protectora para ahuyentar enfermedades. Se realizaban, preferentemente en azabache, cristal o coral, y en su defecto en vidrio negro, pasta roja o hueso. Las conchas, al evocar las aguas donde se forman, participaban del simbolismo de la fecundidad propio del agua, las portaban los niños como protección y las mujeres para propiciar la concepción.

En cuanto al perfumador, hay que recordar que el uso de pomas o pomanders era una solución elegante y llamativa, no sólo como ornamento, sino también para los sentidos, pues su portador se beneficiaba de sus efectos aromáticos y a la vez se creía que preservaba contra enfermedades y males ajenos. Respecto a los cascabeles y sonajeros, hay que recordar que entretenían e identificaban a los niños, ejerciendo también como atributo profiláctico, transmitiéndoles fuerza y valor.

Los amuletos junto a medallas, cruces y otros objetos religiosos, se colgaban en  cinturones en gran cantidad. En función del lugar de origen se conocen como ceñidor, dijero o paxiak. Con esta última denominación se conocían en la Barranca los destinados al bautizo de los niños. En otras zonas de Navarra también se utilizaron incluyendo medallas, escapularios, amuletos variados y los evangelios en pequeñas ediciones con el texto de San Juan. Estos últimos se introducían en vistosas fundas en ocasiones, en forma de pez por ser símbolo cristiano y acróstico de Cristo en griego. Conocemos los dijeros en Navarra mucho más por la documentación que por los objetos materiales que contenían.

 

Medallas y ejemplos destacados desde el siglo XVIII

Junto a las medallas de las grandes advocaciones marianas y de santos de carácter universal, conocemos ejemplos navarros, bien por la documentación o a través de algunas que han llegado hasta nuestros días. Concretamente, las primeras que se documentan pertenecen a la Virgen del Sagrario / San Fermín y a Nuestra Señora de Ujué con los copatronos, en pleno siglo XVIII. Al siglo XIX pertenecen ya diversos ejemplares correspondientes a la Virgen de los Conjuros de Arbeiza,  la Virgen del Puy, Nuestra Señora de Roncesvalles, San Miguel de Aralar y San Fermín. De la primera mitad del siglo XX son las de la Virgen del Camino de Pamplona, del Yugo de Arguedas o de la Barda de Fitero, Santa Elena de Esquíroz y Santa Felicia de Labiano.

De la titular de la catedral de Pamplona, la Virgen del Sagrario, sabemos que el canónigo roncalés Pascual Beltrán de Gayarre, estuvo en Roma como agente del cabildo pamplonés entre 1729 y 1731, en donde mandó hacer sendas planchas para estampar grabados de la Virgen del Sagrario y también medallas de la misma. Algunas de ellas viajaron a Ultramar junto a estampas de la misma imagen y de San Fermín, como regalo del cabildo a don José de Armendáriz, marqués de Castelfuerte y virrey de Lima. Un ejemplar de la medalla se puede ver en el Museo Marés de Barcelona y otro se conserva en el Archivo Municipal de Pamplona.

Las medallas acuñadas en Roma para el santuario de Ujué se demandaban en grupos de 3.000 y llegaban, vía París o Bayona, generalmente a través del comerciante establecido en Pamplona Jerónimo Iñiguez, en las décadas centrales del siglo XVIII. Los ejemplares que hemos conocido contienen la imagen mariana ataviada con rico manto envolvente, la paloma  y la inscripción en el anverso y los copatronos San Fermín y San Francisco Javier con el escudo de Navarra en el reverso. El modelo iconográfico se mantuvo hasta bien entrado el siglo XIX, en que se estilizó el icono mariano. A comienzos del siglo XIX se llegaron a realizar en plata, copiando los modelos romanos. Entre los plateros que las hicieron figuran Francisco Giraud, examinado en la capital Navarra en1783, y la platera de Tafalla Micaela Orbaiceta, que hizo medallas de distintos tamaños.

Por lo que respecta a las de San Francisco Javier, salvo su presencia junto a San Fermín en el ejemplo de Ujué, las medallas en diferentes metales y los esmaltes que corrieron por estas tierras eran las generales que se importaban desde Roma o desde otras ciudades del sur de España, con la excepción de la perteneciente a la Archicofradía del santo fundada en la parroquia de San Agustín de Pamplona en 1885, que se hizo ex profeso en aquel año.

 

En torno a la cruz de san Benito

Los monasterios benedictinas de Estella, Corella y Lumbier distribuyeron las medallas y escapularios con la cruz de san Benito. No nos consta que se acuñasen en Navarra las medallas. Respecto a los escapularios, sabemos que desde el monasterio corellano se encargaron al menos tres planchas, una de ellas al grabador aragonés José Gabriel Lafuente, a fines del siglo XVIII, para satisfacer la demanda que había de los mismos. La cruz de San Benito tiene sus orígenes en la Edad Media y se acompaña de las siguientes inscripciones en cada uno de los cuatro lados C. S. P. B. (Crux Sancti Patris Benedicto: “Cruz del Santo Padre Benito”). En el palo vertical de la cruz C. S. S. M. L. (Crux Sácra Sit Mihi Lux: “Que la Santa Cruz sea mi luz”). En el palo horizontal de la cruz N. D. S. M. D: (Non Dráco Sit Mihi Dux: “Que el demonio no sea mi jefe). Empezando por la parte superior, en el sentido del reloj V. R. S. (Vade Retro Satana. Aléjate Satanás) - N. S. M. V. (Non Suade Mihi Vána. “No me aconsejes cosas vanas”) - S. M. Q. L. (Sunt Mala Quae Libas. “Es malo lo que me ofreces”) - I. V. B. (Ipse Venena Bibas. “Bebe tú mismo tu veneno”). A la cruz de san Benito se le atribuían el remedio contra ciertas enfermedades de personas y animales, contra los males del espíritu y las tentaciones. Se solía colocar en los cimientos de nuevos edificios como garantía de seguridad de sus moradores.

 

Los corazones de barro de Recoletas de Pamplona: 1649-1774

En relación con las medallas, hemos de recordar que desde el convento de Agustinas Recoletas de Pamplona salieron un sinnúmero de colgantes a modo de medallas de barro cocido con la corona de espinas y los clavos de la pasión en el anverso y las cinco llagas en el reverso. Se repartieron por miles en Pamplona con motivo de la peste de 1649, a iniciativa de la priora y, en 1676, a petición de Murcia y Cartagena. En 1774, en el contexto de la gran epidemia de ganado bovino, se demandaron con el nombre de medallas milagrosas o corazones, desde Artaza, Arzoz, Arruiz, Baraibar. Echarri-Aranaz, Eraul, Barindano, Garisoain. Guetadar, Iturgoyen, Lerga, Liédena, Leoz, Mianos, San Martín de Améscoa, Lesaca, Olave, Olazagutía, Oronz, Tiermas, Cemborain, Urzainqui, Undiano y Navascués. En la petición de Echarri-Aranaz les denominan cutunes, término con el que en la Barranca se referían a los amuletos que se ponían a las criaturas como preservativo contra el aojamiento.

 

Escapularios, medidas, trozos de mantos de las célebres imágenes marianas  paños de Codés y Detentes

Los escapularios de pequeño tamaño se realizaron con planchas de cobre calcográficas del siglo XVIII y más tarde con tacos xilográficos. Tenemos constancia de que se hicieron en Navarra para san Benito, el Corazón de Jesús, las Vírgenes del Rosario, del Carmen,  de Ujué y del Camino y del Río de Pamplona. De los de la Virgen de Ujué se hizo cargo, al igual que de los de San Benito, el grabador aragonés José Gabriel Lafuente y los demás, pese a ser obras anónimas poseen el interés de mostrarnos a las imágenes tal y como eran veneradas en aquellos momentos, con ricos mantos y enjoyadas en muchos casos. En cuanto a los del Corazón de Jesús, poseemos diferentes testimonios materiales y documentales que evidencian su difusión en el segundo tercio del siglo XVIII.

Respecto a las medidas, hay que recordar que son cintas de la altura de una imagen en las que se estampaba su imagen y nombre. Se portaban cosidas a la ropa, en el bolsillo o se tenían en lugares accesibles. Se les atribuían poderes de todo tipo ante cualquier acontecimiento negativo. En Navarra las conocemos de la Virgen del Río y de las Maravillas de la capital navarra. De esta última se han repartido en la portería de Recoletas de Pamplona hasta hace unas décadas y se les atribuía protección en los embarazos y partos. Todavía se conserva el último troquel para su realización.

De algunas imágenes como la Virgen del Puy de Estella o la Virgen de Araceli de Corella, se podían adquirir en sus santuarios pequeños trozos de sus antiguos mantos que cuando ya estaban inservibles se recortaban e introducían en unas papeletas, en las que figuraba impreso un texto que daba fe de su contenido. De Codés, las gentes llevaban desde el mismísimo siglo XVI, en tiempos del ermitaño Juan de Codés, los famosos paños tocados a su imagen, a los que se les asignaba propiedades terapéuticas y curativas, contando con un ritual para su bendición que Juan de Amiax publicó en su libro (1618), recogiendo más de sesenta curaciones por medio de ellos.

Los detentes consistían en la imagen impresa o bordada del Corazón de Jesús sobre una pieza de fieltro, a modo de escarapela. Su origen se data en Marsella en 1720, cuando la Madre Magdalena Remuzat, con motivo de la peste tuvo la ocurrencia de propagar la pequeña imagen de un corazón con la inscripción: Detente, el Corazón de Jesús está aquí. La imagen hizo maravillas y se llamó Salvaguardia. Con las mismas circunstancias se extendió posteriormente en guerras y calamidades a Amiens en la peste de 1866. Su difusión hizo que Pío IX le concediese indulgencias el 28 de octubre de 1872 y que se utilizase entre otros por los soldados carlistas en distintas contiendas.

 

Agnus Dei, otros pinjantes y relicarios

Con la denominación de Agnus Dei se conocen a los medallones ovales de diferente tamaño ejecutados en cera blanca, procedente de cirio pascual, mezclada con los santos óleos y agua bendita, que los Papas emitieron en Roma desde la Antigüedad hasta prácticamente el siglo XX. Se utilizaban como una fuente de protección ante cualquier situación adversa, peligro o enfermedad, obteniendo de él provecho para el alma, el cuerpo y las casas. A partir del siglo XVII, con Clemente IX, en una de las caras comenzó a asociarse al Agnus, algún santo o devoción mariana, añadiéndose el nombre del papa consagrador, el año de la bendición y el pontificado, así como el escudo pontificio. Se conservan bellísimos ejemplares en Araceli de Corella y Agustinas Recoletas de Pamplona.

En las romerías y grandes santuarios se distribuían tradicionalmente unos pinjantes circulares de mayor o menor tamaño que contenían en su interior litografías decimonónicas de las Vírgenes de Roncesvalles, Ujué, Santa Felicia, San Urbano … etc. Entre dos cristales sujetos con finos alambres o hilos de plata de trabajo artesanal, se introducían las reproducciones litográficas mencionadas. Por último, hemos de reseñar algunos relicarios de distintas formas, ovales o en forma de corazón que contenían reliquias o trozos de vestimentas de significados iconos devocionales navarros. Estaban destinados a personas de alta condición que podían pagar aquellas piezas de artes suntuarias.