Isabel Rodríguez Tejedo, Profesora de Economía, Universidad de Navarra
Responsabilidad de todos
En España tenemos uno de los niveles de descentralización más altos del mundo. Quizá sea lo primero que hay que poner sobre la mesa cuando hablamos de déficit y autonomías. No porque sea un concepto complejo, ni siquiera porque dé lugar a debate. Simplemente porque a veces parece que a todos se nos olvida, al menos un poco.
Gran descentralización no significa sólo el aprecio debido a nuestra diversidad cultural, la adecuación a las necesidades locales y la multiplicación de gobiernos autonómicos. También implica capacidad de decisión y responsabilidad cuando se trata de temas de económicos. Si estamos de acuerdo en que hace falta una política de consolidación presupuestaria en nuestro país, ésta debe hacerse a todos los niveles. Y si la mayor parte del gasto público en nuestro país no lo genera la administración central, parece lógico que el control presupuestario al nivel de las autonomías sea una pieza clave en el puzle de la estabilidad.
Todo muy razonable. Pero merece la pena recordar que sólo a finales del año pasado, y a raíz de una directiva de la Unión Europea, se hacía obligatorio que las comunidades presentaran sus datos de déficit mensualmente. Antes sólo lo hacían el estado y la seguridad social, y había que esperar hasta el cierre del ejercicio para hacerse una idea de los números totales. No es de extrañar que, como dice la frase, saliera mejor pedir perdón que pedir permiso.
Es un hecho que son las autonomías las que se han desviado de forma más notable del objetivo de déficit, y parece poco probable que el gobierno central tenga espacio para hacer esfuerzos compensatorios, como se ha hecho en el pasado. No cabe duda que la crisis las ha afectado profundamente, y que sanidad y educación (partidas que ellas gestionan) son gastos especialmente sensibles socialmente. También podemos resaltar que su sistema de financiación favorecía comportamientos fiscalmente poco responsables, y que no todas las comunidades se han comportado igual, ni tenían el mismo punto de partida.
Con todo, el punto final es el mismo que el de partida: en un estado descentralizado como el nuestro, el peso del ajuste ha de recaer en todos los niveles. Pese a los sacrificios que sin duda se han hecho, las comunidades no pueden desviarse nuevamente de manera tan significativa de los objetivos. Por responsabilidad, por necesidad, y porque es parte del espíritu básico de la descentralización.