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Patrimonio navarro exiliado (11). Tras la pista de unas cajas medievales de marfil de Estella

06/09/2021

Publicado en

Diario de Navarra

Ricardo Fernández Gracia |

Director de la Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro

Al introducir en esta serie dedicada al patrimonio navarro exiliado y, por tanto, descontextualizado, insistimos en la importancia de contar con fotografías de aquellas piezas que ya no están en estas tierras. Su existencia ha posibilitado la identificación nada menos que de la píxide de San Pedro de la Rúa de Estella y de la Virgen de marfil de las Clarisas de la misma ciudad que hoy se exhiben en el Metropolitan Museum de Nueva York o el Britihs Museum de Londres. No es poco.

Las fotografías, el inventario y catalogación del patrimonio, ayer y hoy, son fundamentales para la preservación del acervo cultural e incluso para su recuperación en el caso de robos, aunque se tarde mucho tiempo. La inexistencia de fotografías dificulta todo. Piénsese en el gran robo en Estella de 1979, en el que se sustrajeron nada menos que veintiséis objetos, la mayor parte sin recuperar, en parte, por no estar fotografiados.

Tras la pista de las cajas estellesas con una foto de Laurent

En la misma fotografía de la citada píxide estellesa -estudiada por E. Quintanilla-, cuyo negativo se conserva en el Instituto de Patrimonio Cultural Español de Madrid, aparecen otras tres cajas, objeto de esta colaboración. La instantánea pertenece a la casa Laurent, que puso en marcha una serie de reportajes de monumentos y objetos de diversas provincias españolas, bajo la dirección de Alfonso Roswag y Catalina M. Dosch, tras la retirada de Jean Laurent en 1881. La foto figura en el catálogo comercial de la casa Laurent publicado en 1896. En aquel contexto, debió ser un imán para anticuarios y coleccionistas. 

Las cajas, junto a la píxide, debieron de salir de Estella en 1902, a juzgar por diversos datos publicados por Goñi Gazbambide, en las mismas circunstancias de intento de enajenación del báculo de San Pedro de la Rúa y de la venta de la Virgen de marfil de las Clarisas, bajo el episcopado de fray José López y Mendoza, siendo párroco Tomás Larumbe y Lander. El primero es conocido por sus tratos con anticuarios y sonadas enajenaciones. El segundo, atacado por el “mal de la piedra”, en expresión de don José Goñi Gaztambide, se distinguió por numerosas obras en la parroquia, no siempre justificadas y con las cuentas impugnadas.

A propósito de la enajenación del báculo de esmaltes, en 1901, las protestas acabaron con la devolución del mismo a la parroquia por parte del obispo. Sin embargo, en junio de 1902, Víctor Martínez de Eguía, vecino de Estella, nos da la clave de la salida de algunos objetos, entre ellos las cajas de marfil, que contenían reliquias desde tiempo inmemorial. En 1582, fecha del primer inventario parroquial, se enumeran así “cuatro cajas redondas pequeñas con muchas reliquias de santos”, (incluye la píxide). En los inventarios posteriores, las cajas siempre se localizan en el altar de san Andrés. 

A fines del siglo XIX, los responsables de la parroquia recogían la leyenda de que aquellos recipientes y la “de marfil muy artística con imágenes”, sin duda la píxide, las había traído el obispo de Patrás. Todas ellas contenían reliquias diversas, entre las que figuraba hilo hilado por la mismísima Virgen.

En una instancia dirigida al Ayuntamiento de Estella por el mencionado Martínez de Eguía, preguntaba dónde se encontraban algunas alhajas del patrón san Andrés, que se habían sacado de su sitio, si habían salido de España y quién las había comprado. El obispo no contestó a las preguntas por creerlas “depresivas de su autoridad”, limitándose a devolver la pieza más significativa, el báculo, en agosto de 1902.

Las cajas de marfil

Las cajas de marfil fueron a parar a la colección Arenaza de Bilbao, en donde las conoció José Ferrandis, publicando sus fichas en el segundo volumen de su monografía sobre marfiles árabes de occidente (Madrid, 1940). En el texto se hace notar la procedencia estellesa de tres circulares y otra más ovalada.

La pista de las piezas se perdió hasta 2014, en que se subastaron las tres cilíndricas, figurando como botes sículo-árabes de los siglos XIII-XIV. La de menor altura fue adquirida por el Museo de Artes Decorativas de Madrid, en donde realizó una concienzuda ficha Félix García Díez, datándola en el siglo XIII. Las dimensiones, descripción y la fotografía de Laurent resultan esclarecedoras y atestiguan la procedencia estellesa de las piezas subastadas.

Las características de estas obras son propias de las obras sicilianas de contenedores de marfil de los siglos XII, XIII y XIV y enlazan con la tradición hispano musulmana del califato Omeya. La mayoría de estas piezas se han conservado en los tesoros catedralicios y monacales, de donde salieron a partir del siglo XIX para entrar en el mercado del arte. Muchas de ellas se exhiben en colecciones españolas como el Lázaro Galdiano o el Instituto Valencia de don Juan y en numerosos museos internacionales como el Victoria y Alberto de Londres, el Metropolitan de Nueva York, o el Museo de Arte Islámico de Berlín.

La adquirida por el Museo de Artes Decorativas, presenta, al igual que las otras dos de mayor tamaño, herrajes lisos con forma de gota en la tapa y en la base. En sus superficies se conservan restos de decoración dorada y negra con motivos figurativos, animales y vegetales, así como restos de una inscripción seudoepigráfica en el borde de la tapa. Tiene asas y cerradura con placa rectangular y falleba. Conserva, asimismo, el forro interior original, formado por un tejido de seda roja y papel.