Publicador de contenidos

Volver 2017-05-05-opinion-FYL-caza-y-pesca

Ricardo Fernández Gracia, Director de la Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro

Los trabajos y los días en el arte navarro (3). Escenas de caza y pesca

vie, 05 may 2017 11:37:00 +0000 Publicado en Diario de Navarra

La caza pasó, poco a poco, en la Edad Media de ser una actividad necesaria para conseguir sustento, a un pasatiempo de las clases acomodadas, que buscaban en ella, entre otros fines, el placer por la captura de los animales. La literatura medieval describe cacerías y autores como Alfonso X el Sabio o el Infante don Juan Manuel destacan por sus escritos al respecto.

La legislación navarra recogida en la Novísima Recopilación de 1735 nos da a conocer numerosas leyes aprobadas y vigentes en el Reino. De 1556 datan unas ordenanzas de caza y pesca. Dos años antes se había prohibido disparar a las palomas domésticas con arcabuz o ballesta. En 1558 se pedía al Rey que la ley que permitía cazar zorras y raposos fuera perpetua y también que se requisasen los perros a los cazadores que fuesen hidalgos. En las Cortes de Sangüesa de 1561 se pidió que no se cazase con perdices en jaula ni con redes en lazos ni otros ingenios, así como que los braceros, jornaleros y oficiales mecánicos no pudiesen llevar ni tirar con arcabuz sino en día de fiesta, después de la misa parroquial. Las penas para quienes entrasen en sotos ajenos con destierro y azotes se legislaron en las Cortes de Pamplona de 1569, a la vez que se prohibía tomar azores y halcones en el nido, con penas de azotes, así como pescar con esparvel o red redonda. En 1572 se decretó que los eclesiásticos pudiesen cazar con ballesta y podencos, fuera del tiempo de cría y en 1580 se prohibió pescar con redes menudas los meses que no eran vedados. En 1617 se permitió cazar en los montes comunes y en 1624 se prohibió pescar a mano y con cestones, a no ser en los cuatro ríos caudalosos, a saber: Ebro, Aragón, Arga y Ega. La ley de recompensas por matar lobos se aprobó en 1652 y se prorrogó en 1662.

 

Escenas de caza en la Edad Media

El puerco salvaje o jabalí fue el protagonista de varias escenas de caza en el arte medieval navarro e hispano, en sintonía con las cacerías reales documentadas de Carlos III, en 1396, en los sotos de Cortes y Castejón o Juan II y doña Juana en 1457, en el soto de Mora, cerca de Cortes. Su abundancia en los bosques y su carácter de presa codiciada por su carne, a una con un posible significado metafórico de preparación y lucha del miles christianus contra el pecado y el mal nos explican las escenas. De ese modo habría que ver más que una representación de una escena cotidiana, una reflexión moralizante, a fortiori, por tratarse de un animal con un significado negativo e incluso demoníaco por su ferocidad, desenfreno, peligrosidad, dominado por la gula y la lujuria, amén de compartir con el lobo y el zorro la cualidad de maloliente. La caza del jabalí se encuentra, entre otros ejemplos, en la escultura monumental de los siguientes edificios góticos: la catedral de Pamplona, la iglesia del Santo Sepulcro de Estella, San Zoilo de Cáseda, el monasterio de La Oliva y Ujué, estos últimos estudiados en profundidad por la profesora E. Martínez Lagos en su tesis doctoral. En el claustro pamplonés aparece el cazador, excepcionalmente, a caballo, pues la forma correcta era hacerlo a pie. En el ejemplo del refectorio de la misma catedral concluido para 1335, de manera muy gráfica, se muestra en una ménsula policromada al cazador clavando el largo cuchillo en el animal que es mordido por un perro, mientras pisa a otro can.

Otra escena cinegética se localiza en la capilla Barbazana de la catedral de Pamplona, en este caso centrada en la caza del ciervo, que tiene otras connotaciones que la del jabalí. Si en la de este último se exaltaba el valor, destreza y coraje de los cazadores por la ferocidad del animal, en el caso del ciervo era menos peligrosa y considerada como la más aristocrática, porque su habilidad y agilidad para despistar a monteros y perros ponía de relieve la destreza y astucia del cazador. En sendas ménsulas encontramos a un cazador a caballo y con lanza acompañado de un enorme perro, en una, y un ciervo tumbado y rascándose la oreja en la otra. La profesora Martínez de Lagos ha estudiado ejemplos de la caza del ciervo en la catedral de Pamplona, la portada de Santa María de Olite, la parroquia de Obanos y el claustro de La Oliva, aunque en este último caso no se reproduce una verdadera escena cinegética.

Dejando la escultura monumental, contamos con un bellísimo ejemplo de cazador con su ballesta en el retablo de la capilla de los Villaespesa de la catedral de Tudela, concretamente en una tabla en la que se narra un pasaje de la vida de San Gil, difundido por la Leyenda Dorada. El retablo de la capilla fue realizado por Bonanat Zaortiga en 1412 y excepcionalmente es obra firmada por su autor. Según el texto mencionado, cuando el santo vivía como un eremita, los hijos del rey fueron de caza por los parajes donde moraba el santo y al ver a cierta distancia a una cierva, se lanzaron a su persecución. El animal acosado por los perros corrió a refugiarse en la cueva de San Gil. Éste, al ver a la cierva inquieta, berreando lastimosamente, salió a la boca de la gruta, rogó al Señor y los cazadores se marcharon, aunque regresaron al día siguiente e hirieron al santo por proteger a la cierva que le acompañaba y le había servido de nodriza, dejándose ordeñar para alimento del eremita, desde tiempo atrás. La fuente literaria sirvió al pintor para diseñar una preciosa escena con detalles como el que comentamos, en el que destaca la vegetación y el cazador con su arma ricamente pintados.

Una de las arquetas medievales y los restos de otra del tesoro monacal de Fitero, se datan entre los siglos XIII y XIV, y muestran en sus placas de marfil una serie de escenas de cetrería pintadas y enmarcadas en círculos realizados con compás. Los halconeros a caballo destacan por su preciso dibujo.

 

Recreaciones renacentistas de escenas cinegéticas

En la época renacentista la tabla de San Julián cazando al ciervo del retablo de Ororbia (c. 1523) es el ejemplo más destacado. Representa, de acuerdo con la Leyenda Dorada el pasaje de la vida del santo en que persiguiendo a un venado, el animal se volvió hacia él, preguntándole porqué le quería matar e informándole de que en un futuro mataría a sus padres de manera involuntaria, por lo que abandonó el hogar para evitarlo. El tema obligó al pintor a dar gran protagonismo a la naturaleza, los perros y algunos cazadores, uno de ellos haciendo sonar el cuerno. Gráficamente se inspira en un grabado de Duero de San Eustaquio, reelaborando el modelo.

La versión escultórica del mismo tema cinegético se encuentra en un relieve del retablo mayor de la parroquia de San Julián de Vidaurreta, destacando en él los perros, uno de ellos en primer plano saltando ferozmente, así como el caballo en corbeta, frente a un ciervo estático. La obra se data en 1558 y se debe atribuir al círculo de Pierres Picart o fray Juan de Beauveais, maestros muy activos por aquellos momentos.

Algunos frisos con decoración tallada de retablos singulares, como el mayor de Genevilla, muestran dinámicas escenas con la caza del león. Se trata de un retablo del Primer Renacimiento en cuyos frisos aún se desarrollaban escenas de este tipo y aún mitológicas y alegóricas, antes de la aplicación de los decretos tridentinos sobre las imágenes. El profesor Echeverría Goñi ha estudiado todo este repertorio, haciendo notar que la caza del león se repite con cierta frecuencia en los sarcófagos romanos y en la Edad Media y en el Renacimiento. Su origen iconográfico parece estar ligado en las míticas cacerías de los héroes Adonis, Hipólito y Meleagro. El triunfo sobre el león, antiguo signo de la muerte, cobró significado de vida eterna, con lo que su inclusión en un retablo con contenidos religiosos, eucarísticos o de un protomártir como San Esteban en Genevilla, tendría su paralelismo y justificación.

 

Escasos ejemplos de los siglos XVII y XVIII

Otro testimonio de caza, mucho más tardío, lo encontramos en un exvoto del santuario de la Virgen del Yugo en Arguedas. Lleva fecha de 1719 y está en relación con un cazador, al que se representa con la escopeta disparando en el momento de explotar  el arma y desprender fuego. El atuendo del protagonista ha sido modificado posteriormente, ya que no corresponde al de la fecha de la pintura, es más se aprecia el repinte en la zona de la casaca  si se mira con detalle. La historia del acontecimiento se relata en un texto inferior en el que se lee: “En 13 de setieme de 1719 Dn Diego Martin de Ziga, cazando codorni- / zes en el termino de la Villa de Caderita se le abrio la esco- / peta desde el culato asta media bara, inboco a Nª Sª del / Yugo y quedo sin lesion ninguna”.

La caza y la pesca son protagonistas en sendos relieves de estilo rococó que aparecen en el banco del retablo mayor de Aguilar de Codés, obra inédita del maestro establecido en Logroño, Miguel  López de Porras (1777), que había tallado poco antes la sillería del coro de Cabredo, con tableros decorados con arquitecturas y paisajes y los colaterales de la parroquia de El Busto. Un pescador junto a un paisaje marítimo, varios recolectores,  dos cazadores con sus escopetas, y uno de estos últimos bebiendo de una calabaza, constituyen un conjunto muy especial de género introducido en el contexto de un retablo destinado, per se, a ser receptáculo de repertorios iconográficos sagrados.

 

Pescadores  

Las representaciones de la pesca nos llevan al conocido pasaje evangélico de la pesca milagrosa, cuando Jesús volvió a Galilea, y encontró a Andrés y a Simón remendando sus redes y les invitó a seguirle y ellos dejando a sus familias, a sus negocios y a sus redes, se fueron definitivamente con Jesús. Después de la pesca milagrosa, Cristo les dijo: “Seguidme, y os haré pescadores de hombres”. Una tabla renacentista de Juan de Bustamante del retablo mayor de la parroquia de Cizur Mayor, dedicada a San Andrés, de 1538, relata el acontecimiento con los tres personajes, Cristo, San Pedro y San Andrés que se disponen a echar las redes al mar desde el barco.  Un bordado renacentista de una casulla de la parroquia de Peralta también da cabida al pasaje evangélico. Asimismo, la pesca está presente en un gran lienzo de fines del siglo XVII que decora los muros de la capilla del patrono de Estella San Andrés, en San Pedro de la Rúa. Pese a situarse en segundo plano, el detalle de la pesca, tras la figura del apóstol que capitaliza la composición, está muy bien tratada y realizada.

La pesca, en este caso de ostras, se representó en la portada de las Investigaciones históricas de las antigüedades del Reyno de Navarra, del Padre Moret, en su edición de 1665, grabada por Cañizares, con dibujo del pintor flamenco Pedro Obrel, establecido en Pamplona. En la parte inferior, bajo los copatronos San Fermín y San Francisco Javier, se desarrolla una composición emblemática, consistente en unos buscadores de perlas en el amanecer, con el lema: Ima labor quaerit, lux aurea clausa recludit (El trabajo indaga lo profundo, la luz descubre tesoros encerrados). El significado de la escena y del texto latino se relaciona con el estudio y el esfuerzo, habiéndose empleado en otros ejemplos coetáneos. En la edición pamplonesa de la misma obra de 1766 volvemos a encontrar la misma  escena de la pesca de ostras, en este caso según versión dibujada y grabada por el aragonés José Lamarca. El dibujo preparatorio se aprobó por la Diputación del Reino, con la siguiente advertencia: “añadiendo una figura que se chapucea en el agua”, algo que Lamarca tuvo en cuenta a la hora de abrir la plancha para las estampaciones. La clave para entender la composición nos la proporcionan algunos emblemas de la época, como Nuñez de Cepeda y Josep Romaguera, que la entienden como glosa del esfuerzo y la laboriosidad.

Un pescador en un puerto de mar en el que no faltan barcos de diferente calado e incluso una pequeña fortaleza, con todo tipo de detalles, encontramos en el lateral de la caja del órgano de Isaba (1751), con policromía un poco más tardía, posiblemente realizada por el dorador Andrés Mata, que por aquellos años trabajó en algunas obras del valle de Roncal, como el dorado del retablo mayor de Urzainqui, en 1768.

Un poco más tarde, en 1777, en uno de los tableros mencionados del banco del retablo mayor de la parroquia de Aguilar de Codés, su autor Miguel López de Porras, también se tomó la licencia de colocar a un pescador junto a una playa en la que se divisa la llegada de un barco, delante de un primer plano con una torre campanario con su vistoso y dinámico chapitel.