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Ricardo Fernández Gracia, Director de la Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro

Patrimonio e identidad (12). Navarra como tema alegórico y simbólico

vie, 05 abr 2019 12:34:00 +0000 Publicado en Diario de Navarra

A partir del Renacimiento, las especulaciones religiosas fueron suplantadas, en gran parte, por la erudición humanística y las composiciones simbólicas en las que se daban cita alegorías, emblemas e incluso dioses del panteón greco-latino. Todo ello adquirió una amplia presencia en distintas obras figurativas, cuya lectura se convertía en verdaderos juegos de ingenio y agudeza.

Las obras se podían contemplar y disfrutar desde la estética por el amplio público. Sin embargo, aquellas personas con amplia cultura humanística, podían descubrir también reflexiones morales, alusiones políticas o dogmas religiosos. Esta estructura doble de forma y fondo correspondía al principio horaciano que exigía a toda obra de arte: combinar lo útil con lo agradable.

La alegoría como forma de lenguaje retórico y visual se utilizó desde la época clásica. Etimológicamente, significa “decir de otra cosa” o “hablar de manera diferente”. A través de ella se realizaban metáforas continuadas en un sistema de equivalencias mentales con dos sentidos, uno literal y otro más profundo. En el mundo de las imágenes solemos hablar de alegorías para referirnos a las personificaciones de vicios, virtudes, actitudes, aptitudes, territorios … etc. El otro elemento de la cultura simbólica con amplísimo desarrollo fue el emblema, que constaba de tres partes: una divisa o lema, sintetizada en una frase generalmente en latín, una imagen (pictura) y un texto, generalmente en verso que explicaba la imagen (subscriptio).

Junto a las composiciones alegóricas y simbólicas que, a modo de ejemplo, analizaremos, hay que recordar que la música y la literatura proporcionaron asimismo notables ejemplos de la utilización de Navarra y los navarros como tema de sus creaciones.

 

En el contexto de la monarquía hispánica

Una primera alegorización de Navarra la encontramos en un sencillo dibujo atribuido a Vicente Carducho (1576-1638), conservado en Florencia (Uffizi. Fondo Mediceo), junto a los de Aragón, Granada y Valencia y que, con otros más, debieron formar parte de un conjunto dedicado a los reinos de la monarquía hispánica destinados probablemente a un programa, no llevado a cabo, para el Salón de Reinos del Buen Retiro. Está realizado con lápiz, pluma y aguada y presenta la figura de un rey con corona y cetro junto al escudo de Navarra, del que se indican elementos y colores: “canpo colorado, esmeralda y cadenas doro”.

Los funerales regios y otras celebraciones en todo el ámbito de la monarquía hispánica fueron un motivo óptimo para desplegar programas propagandísticos en torno a la dinastía y el poder real. Navarra figuraría en algunos de ellos.

En la catedral de Palermo, en los funerales de María Luisa de Orleans, la primera mujer de Carlos II, en 1689, se dispuso un despliegue excepcional de alegorías de los territorios de la monarquía junto a unos emblemas que conocemos gracias a los grabados de la relación impresa de aquellas celebraciones. La alegoría de Navarra presentaba a un brioso joven armado y con penacho en la cabeza, sosteniendo una rama de olivo, árbol consagrado a Minerva y alusivo a la paz. Junto a la figura, se encontraba el escudo de las cadenas. El emblema mostraba una cadena rota, la misma que “fraguó Miramamolín para la esclavitud de su corona y rompió el memorable esfuerzo del rey Sancho”. En el contexto del funeral se explicaba el emblema en alusión al dolor por la muerte de la soberana, tan inmenso que hasta pudo quebrar el metal. El lema que acompañaba a la imagen rezaba “Protinus icta malo” (un golpe repentino hiere con fuerza).

La cadena rota fue protagonista de otro emblema, en este caso en la catedral de Pamplona en el siglo siguiente. Figuró en uno de los jeroglíficos de los funerales de Bárbara de Braganza, celebrados en 1758 en la capital navarra. Ha sido estudiado por J. L. Molins y J. Azanza y se conserva en el Archivo Municipal de Pamplona. Su composición gráfica presenta un esqueleto soltando uno de los eslabones del escudo de Navarra, entre cuyas cadenas se lee: Nectuntur vicissim (Se enlazan uno a otro). Junto a la parca se lee Iuncta discernit (divide las cosas juntas) y en la parte superior otro mote insiste en la relación del reino de Navarra y el poder destructor de la muerte: Extinguimur si dintinguimur (Somos aniquilados si somos separados).

Sin salir del siglo XVIII y del tema del escudo navarro, hemos de recordar que, en las exequias celebradas en Barcelona por la muerte de María Amalia de Sajonia, en 1761, las paredes de su catedral se cubrieron con escudos de reinos, provincias y señoríos de la corona española. Debajo de cada uno de ellos no faltó un emblema o jeroglífico. Para Navarra, bajo sus armas, se dispuso una cartela con calavera por timbre que contenía en su interior la tienda de Miramamolín coronada por la media luna y el palenque con las cadenas. El lema rezaba: “Nec vi nec ferro” (ni por la fuerza ni por el hierro). Una composición versificada en latín completaba el emblema.

 

En la edición de los Anales del Siglo de las Luces

Una alegorización de Navarra en un dibujo preparatorio, se realizó para la portada de la edición de los Anales de Navarra de Moret y Alesón de 1766. El aragonés José Lamarca fue su autor y, al final, no se eligió para grabar. En él vemos el escudo de Navarra sobre una delicada arquitectura clásica y un cortinaje. Alrededor aparecen la alegoría de la Fama, otra figura con casco y lanza que sujeta a unos esclavos con una cadena, que podemos identificar con Minerva, diosa de la guerra justa y de la sabiduría, y una tercera figura alada, sentada sobre un fuste de columna, sosteniendo una pluma o cincel con varios libros junto a sus pies, que se ha de identificar con la alegoría de la historia. La lectura del dibujo parece bastante clara, en torno a la visión del Reino como triunfante de sus enemigos y favorecedor de las artes y la cultura.

La portada definitiva de la citada edición fue obra del grabador académico Juan de la Cruz Cano y Olmedilla, optando por una versión más académica con un frontón triangular sostenido por cabezas de toros. Bajo él y sobre un entablamento decorado con motivos clásicos, aparece el escudo de Navarra, bajo corona real y rodeado de palmas, laureles, guirnaldas de frutas, arreos militares, e incluso despojos de los vencidos, entre los que figura la cabeza de medusa con las serpientes. No faltan algunos animales simbólicos como el Ave Fénix que resucita de sus cenizas, y un grifo, en clara significación de pervivencia y notoriedad del Reino, en todo tiempo, así como su historia gloriosa y resurgimiento, pese a guerras y dificultades de todo tipo. En el arquitrabe encontramos la inscripción “EX HOSTIBUS ET IN HOSTES” (De los enemigos y contra los enemigos), que ya figuró como lema en la portada de la edición de las Investigaciones del Padre Moret (1665). El frontón lo ocupa íntegramente una batalla con un jinete vencedor, evocadora de un triunfo de los monarcas navarros.

Las cabeceras de los libros XVII y XVIII de la citada edición de los Anales se ilustran con sendas composiciones alegórico-emblemáticas en relación con sendos reinados de monarcas navarros: Luis Hutín y Carlos el Calvo. En el primer caso se optó por un conocido emblema de las Empresas sacras de Nuñez de Cepeda, consistente en una vela en un fanal sobre un bufete con el escudo de Navarra, junto a cuatro vientos intentando apagar la luz infructuosamente. La inscripción Ut serven inmunen (para que se conserve inmune) y el contenido de la composición hablan de la conservación del reino para doña Juana, su sobrina, o de la testarudez de Hutín, que se negó durante tiempo a venir a tomar posesión de la corona navarra.

Para glosar el libro XXVIII encontramos a una matrona con el escudo de las cadenas junto a banderas, lanzas y un haz de flechas alusivo a la concordia. Dirige su mirada al sol que ilumina la tierra, y ésta velando a la luna con una inscripción que reza Luci me redde priori (Restitúyeme al primer esplendor), en alusión a la provisionalidad del reinado de Carlos el Calvo y a su falta de legitimidad por no haber mediado el juramento ante las Cortes.

 

En el palacio foral y otras obras de los siglos XIX y XX

Como cabría esperar, la imagen de Navarra, hecha realidad desde la Edad Media y con sus esencias conservadas en distintos contextos históricos, se hizo presente en el nivel superior del Salón del Trono del palacio foral. Su autor, Miguel Azparren, eligió para ello una estudiada alegoría, rodeada por las cuatro virtudes cardinales, que siempre ofrecen modelos de conducta para bien común, tanto a ciudadanos como a gobernantes. La alegoría de Navarra aparece cual matrona coronada y sedente, apoyada en el escudo de las cadenas, y portando unas palmas, una corona de laurel y una cartela con la inscripción “FUEROS”, como justificación del régimen pactista. Algunos detalles nos ofrecen claves de lectura procedentes de la codificación de alegorías de Cesare Ripa en su Iconología (1593), obra reeditada en numerosas ocasiones y destinada a literatos y artistas para caracterizar “virtudes, vicios, afectos y pasiones humanas”. La matrona aparece sedente, por ser la posición propia de magistrados y príncipes, “mostrando tranquilidad de ánimo y calma”. La corona real alude a la territorialidad y al Viejo Reino. La palma es símbolo de victoria, triunfo, vigor y fuerza, ya que no se quiebra ante el peso o las dificultades. La corona de laurel evoca a los vencedores, a la verdad que siempre triunfa y a la perseverancia, por sus hojas siempre verdes. Muchos de los elementos que se representan siempre estuvieron presentes en programas de exaltación personal o institucional y se vinculan con la abundancia, la agricultura, la industria, las victorias bélicas y el progreso, visibilizado en las fábricas con sus altas chimeneas y el ferrocarril que llega entre las arcadas del acueducto de Noain. La cornucopia con frutos y el haz de cereales fueron los atributos seculares de la abundancia, contraria a la temible escasez. No podían faltar las alusiones al olivo y la vid, esta última significada con unas barricas, un ánfora y una parra con uvas, que hablan de su importancia en la economía navarra desde siglos atrás. Por último, el templo de la sabiduría, el mismo que acompañaba, entre otras, a las alegorías de Europa, también tiene su presencia en la simbólica composición.

En el mismo contexto hay que situar el gran mapa de Navarra realizado por Francisco Boronat en una gran cromolitografía (1879). Preside la composición, en su parte superior, el escudo de la capital Pamplona, junto a sendas alegorías de la geografía y la historia que se acompañan de los atributos de las letras, las artes, el progreso, la fortaleza y las fuentes de riqueza.

Otra alegoría de Navarra, de mediados del siglo XIX (1855), en forma de gran matrona coronada y con el escudo, encontramos en el monumento funerario de Francisco Espoz y Mina en el claustro de la catedral de Pamplona. Es obra del escultor José Piquer, de la que se conservan diseños en el Archivo General de Navarra. Compositivamente, el escultor hizo una réplica del sepulcro del poeta y dramaturgo Víctor Alfieri, obra de Antonio Canova en Santa Croce de Florencia.

En el emblemático Monumento a los Fueros (1903) se pueden contemplar las personificaciones de la historia, la justicia, la autonomía, la paz y el trabajo, bajo la alegoría de Navarra, titular del conjunto que sostiene una cartela con la palabra FUEROS y un trozo de cadenas. Como es sabido, el citado monumento, diseñado por el arquitecto Manuel Martínez de Ubago, se instaló en el Paseo de Sarasate en 1903 y vino a rubricar la reacción navarra en defensa de sus derechos ante el proyecto antiforal presentado en 1893 por el ministro de Hacienda Germán Gamazo, considerando que menoscababa la Ley Paccionada de 1841.

En 1912, con destino al diploma conmemorativo del VII Centenario de las Navas de Tolosa, Javier Ciga realizó un diseño que se reprodujo en imprenta para su entrega a instituciones y personas. En él aparece la sencilla figura alegórica de Navarra, sin elementos de retórica, acompañada de uno de los maceros de Diputación,  imponiendo una corona de laurel a un labrador que se acompaña de una joven con lira en la mano.

Finalizamos con otra alegoría presente en el corazón de la capital navarra, en la fachada oriental del Palacio de Navarra, de corte neoclásico, correspondiente a la Avenida de Carlos III, que fue levantada con diseño arquitectónico de los hermanos José y Javier Yárnoz Larrosa en 1934. En su frontón triangular, encontramos una alegoría de Navarra, esculpida por Fructuoso Orduna, cual matrona con corona mural flanqueada por las alegorías de las Bellas Artes, la Agricultura, la Ganadería, la Industria, las Armas y el Comercio, por tanto, en la tradición decimonónica de la personificación del Viejo Reino, aunque en esta ocasión no luce corona real, sin duda, por haberse realizado durante la Segunda República.