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Rafael María Hernández Urigüen,, profesor en ISSA y la Escuela de Ingenieros - Tecnun

Papás ausentes, papaoides y otros… Recuperar la figura del padre

jue, 05 feb 2015 12:19:00 +0000 Publicado en Revista Palabra

El neologismo "papaoides" me cautivó la primera vez que lo oí después de una reunión convocada en mi universidad por el Instituto de Antropología y Ética que asesora y coordina a los docentes de humanidades.

El autor de este término se llama Jokin. Es Catedrático en Medicina Preventiva y Salud Pública, casado, padre de cinco hijos, y además experto en educación sexual. Imparte conferencias y cursos por toda España y es una autoridad reconocida también en el ámbito internacional. Hablábamos en aquella ocasión de la urgencia educativa para educar en la afectividad a los niños desde los primeros años de vida. Este objetivo aparece en documentos del magisterio católico, pero, lamentablemente no ha tenido demasiado eco, al menos práctico en las familias. Jokin me confiaba que actualmente el problema más reseñable es la ausencia, pasividad e inhibición por parte de los padres que desconocen su imprescindible papel. Señalaba que el positivo y tan necesario ascenso de las mujeres al mundo profesional, no lo han sabido digerir bien muchos hombres, que quizá por la lamentable guerra de sexos entre feministas y atávicos machismos genera en el varón un complejo de desconcierto y absentismo educacional: los niños no tienen, en muchas casos un modelo definido de padre, y las niñas (que necesitan como agua de mayo) esa figura, tampoco la encuentran. El catedrático añadía que se ha propuesto difundir a través de sus conferencias y cursos la idea de qué significa ser padre y cómo recuperar esa figura imprescindible para la salud familiar y social.

Durante las clases en la universidad, he podido abordar estos temas, ya que el temario correspondía a la exposición del amor, la sexualidad humana y la familia. He de reconocer que la conversación con Jokin fue un acicate para acentuar el importante papel que los padres, en diálogo constante con las madres juegan en la educación afectiva de las hijas y de los hijos.

Estando en estas, experimenté sorpresa y alegría al conocer los temas que el Papa Francisco ha expuesto tanto la semana anterior como ésta durante sus catequesis sobre la familia, ya que ha tratado, en dos ocasiones, sobre la figura del padre. Como se recordará, el miércoles 28 de enero su diagnóstico alertaba del problema y sus patologías, eso sí, matizando que no quería ofrecer una visión negativa o desesperanzada. Entre las carencias más reseñables Francisco señalaba, en primer lugar una falta de dedicación a los hijos: "El problema de nuestros días no parece ser ya tanto la presencia entrometida de los padres, sino más bien su ausencia, el hecho de no estar presentes. Los padres están algunas veces tan concentrados en sí mismos y en su trabajo, y a veces en sus propias realizaciones individuales, que olvidan incluso a la familia. Y dejan solos a los pequeños y a los jóvenes".

Sin duda la competitividad del mundo profesional influye en la falta de dedicación del tiempo que las hijas y los hijos requieren respecto al padre, pero el Papa llamaba a la generosidad con este consejo: "perder el tiempo" y jugar con ellos.

El diagnóstico sobre la ausencia de la figura paterna pasa factura siempre en los hijos, y como señalaba Francisco produce heridas tanto en el ámbito familiar como en el social: "la ausencia de la figura paterna en la vida de los pequeños y de los jóvenes produce lagunas y heridas que pueden ser incluso muy graves. Y, en efecto, las desviaciones de los niños y adolescentes pueden darse, en buena parte, por esta ausencia, por la carencia de ejemplos y de guías autorizados en su vida de todos los días, por la carencia de cercanía, la carencia de amor por parte de los padres. El sentimiento de orfandad que viven hoy muchos jóvenes es más profundo de lo que pensamos" (Papa Francisco, Audiencia general, miércoles 28 de enero).

La trascendencia social de esta orfandad tiene repercusiones negativas importantes que deterioran el tejido social donde, como señalaba lúcidamente el Pontífice tampoco encontrarán los jóvenes un principio fiable de autoridad: "Y este problema lo vemos también en la comunidad civil. La comunidad civil, con sus instituciones, tiene una cierta responsabilidad –podemos decir paternal– hacia los jóvenes, una responsabilidad que a veces descuida o ejerce mal. También ella a menudo los deja huérfanos y no les propone una perspectiva verdadera. Los jóvenes se quedan, de este modo, huérfanos de caminos seguros que recorrer, huérfanos de maestros de quien fiarse, huérfanos de ideales que caldeen el corazón, huérfanos de valores y de esperanzas que los sostengan cada día. Los llenan, en cambio, de ídolos pero les roban el corazón; les impulsan a soñar con diversiones y placeres, pero no se les da trabajo; se les ilusiona con el dios dinero, negándoles la verdadera riqueza" (Papa Francisco, Ídem.).

La raíz de esas patologías que se expresan tan claramente en los ámbitos públicos se encuentra en la desorientación de los padres, convertidos en "papaoides" según la terminología de mi amigo, y que Francisco diagnosticaba así: "A veces parece que los padres no sepan muy bien cuál es el sitio que ocupan en la familia y cómo educar a los hijos. Y, entonces, en la duda, se abstienen, se retiran y descuidan sus responsabilidades, tal vez refugiándose en una cierta relación «de igual a igual» con sus hijos. Es verdad que tú debes ser «compañero» de tu hijo, pero sin olvidar que tú eres el padre. Si te comportas sólo como un compañero de tu hijo, esto no le hará bien a él".

Ni padre simplemente amigo, ni "colegui" en terminología popular, simplemente padre es lo que buscan las hijas y los hijos.

Revisando la bibliografía durante estas semanas docentes y con la luz de las palabras que el Papa ha dedicado a los padres he vuelto a hojear el libro de Rocco Buttiglione que Ediciones Palabra sacó a la luz hace años y que ofrece ideas concretas sobre el papel educativo del padre (cf.: ROCCO BUTTIGLIONE, "La Persona y la familia", Madrid 1999). Advierto que inspira mis lecciones y, por ahora no ha sido contestado en las aulas, es más alumnas y alumnos asienten casi por unanimidad.

Presuponiendo el imprescindible, primordial, y siempre necesario amor incondicional de la madre (compartido por el padre) se señala que las funciones educativas paternas, según Buttiglione pueden resumirse así: El padre representa el momento de la ley. Interviene separando al niño de la madre. Esta separación es dolorosa pero muy importante para que el niño se eduque y desarrolle su identidad autónoma.

-El niño capta así, la realidad autónoma de su propio ser y la realidad autónoma de su madre: "Él no es la madre y la madre no es él". Así llega a la conclusión que su madre no es el mundo, sino una persona. Comprueba que "mi madre no es mi mundo" sino alguien que me ha introducido en el mundo… Ese mundo objetivo, exterior está plagado de peligros y dificultades: la madre lo sabe, y el niño al introducirse en él es lógico que experimente dolor. Ese encuentro con la realidad dolorosa ha pasado antes por una realidad de aceptación incondicional. Superará entonces las tentaciones de desesperarse al recordar que no todo termina en el dolor y en la dificultad: allí también será amado y podrá ofrecer amor.

El padre, se señalaba antes, enseña la ley niño para que se desenvuelva en ese "nuevo mundo" exterior. La ley supone:

-El intercambio entre equivalentes: "Nadie tiene derecho a recibir algo a cambio de nada". El trabajo es la actividad que permite a cada uno ganar la propia satisfacción de los propios deseos (recuerda también que siempre los deseos y satisfacciones son limitados).

-El niño no está solo en el mundo ni es el único ser valioso de este planeta: siendo amado incondicionalmente como persona única y siempre respetado en su dignidad, es uno entre muchos. Debe aceptar tener una parte propia en las reservas comunes, y respetar un derecho análogo en sus hermanos a quienes les corresponde un trozo de tarta como a él.

-El padre enseña al hijo que el deseo de ser feliz amar y sentirse amado y todos sus afanes de realización los conseguirá con esfuerzo a través de la ley del trabajo. El mundo no se transforma automáticamente porque los solos deseos del niño pretendan tal o cual objetivo y mucho menos sin su colaboración y esfuerzo.

-Además el niño ha de comprender que no todo lo que existe en el mundo le pertenece absolutamente en propiedad: hay otros individuos a los que corresponde idéntico derecho al suyo. Si consigue incorporar a su personalidad armónicamente la ley de la justicia y caldearla desde la ley del amor, sus relaciones con los demás, con Dios, y consigo mismo serán muy armoniosas. Si sólo se quedara en "la ley" se convertiría en un formalista seco y frío.

Por tanto el padre y la madre han de saberse distribuir armónicamente también sus papeles como educadores en un diálogo mutuo y con acuerdos sencillos que faciliten la representación de la ley desde el padre y la gratuidad desde la madre Cf.: ROCCO BUTTIGLIONE: La persona y la familia, Palabra, Madrid, 1999, pp. 17-131).

Otros autores han reflexionado acerca de las razones filosóficas, sociológicas y culturales de la huida emprendieron desde el siglo pasado con análisis de especial calado teológico, pero coinciden con Buttiglione y los demás pertenecientes a las corrientes personalistas en la necesidad de que la figura paterna acompañe a los adolescentes mientras construyen su propia identidad (Cf. PAUL JOSEF CORDES: El eclipse del padre. PALABRA, Madrid, 2003)

Volviendo al papa Francisco, durante su última catequesis, señalaba "en positivo" dos pautas para que el padre recupere su identidad y función:

La primera su presencia y acompañamiento, evitado, al mismo tiempo, ser "controlador". Así, aconsejaba: (…) "que el padre esté presente en la familia. Que esté cerca de la mujer, para compartir todo, alegría y dolores, fatigas y esperanzas. Y que esté cerca de los hijos en su crecimiento: cuando juegan y cuando se comprometen, cuando están preocupados y cuando están angustiados, cuando se expresan y cuando están callados, cuando se atreven y cuando tienen miedo, cuando dan un paso erróneo y cuando encuentran de nuevo el camino. Padre presente, siempre. Pero decir presente no es lo mismo que decir controlador. Porque los padres demasiados controladores anulan a los hijos, no les dejan crecer". (Papa Francisco: Audiencia miércoles 4 de febrero).

La segunda pauta: ser paciente y no tener miedo a corregir. Así, el Papa, después de referirse a la parábola del hijo pródigo consideraba: "Un buen padre sabe esperar y sabe perdonar, desde lo profundo del corazón. Cierto, sabe también corregir con firmeza: no es un padre débil, sumiso, sentimental. El padre que sabe corregir sin degradarse es el mismo que sabe proteger sin descanso. Una vez escuché en una reunión de un matrimonio decir a un padre, ‘yo algunas veces debo pegar un poco a los hijos, pero nunca en la cara, para no degradarlo' ¡Qué bonito! Tiene sentido de la dignidad. Debe castigar, lo hace justo y va adelante" (Papa Francisco: Ídem.)

En definitiva, concluíamos también durante las clases, urge animar, de nuevo, a los padres para que recuperen su indispensable papel activo en el hogar, y acompañarles en este reto fascinante para que tanto la familia como la sociedad se enriquezcan con una nueva cultura en la que el protagonismo simétrico paterno materno dinamice con hechos el crecimiento en humanidad que nuestra época demanda.