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Ricardo Fernández Gracia, director de la Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro

Ánimas del purgatorio: lienzos y visiones

vie, 04 nov 2016 12:05:00 +0000 Publicado en Diario de Navarra

El pueblo fiel pudo contemplar secularmente imágenes parlantes de todo lo relativo a cuanto se predicaba en los púlpitos acerca del purgatorio, pudiendo meditar en torno a las pinturas y las prácticas devocionales que se proponían en parroquias y conventos.

Entre los numerosos religiosos que, a lo largo del siglo XVII, tuvieron visiones de almas del purgatorio, destacó una carmelita descalza del convento de Pamplona, entonces ubicado en la Plaza del Castillo. En aquellas revelaciones privadas no hacía sino recordar lo relativo a la iglesia purgante, que con la militante y la triunfante conforman una unidad.

 

Lienzos de las Ánimas en el patrimonio navarro

Los tiempos de la Contrarreforma fueron especialmente combativos contra todo aquello que los protestantes habían negado. Toda la doctrina acerca del purgatorio quedó definida en la fase boloñesa del Concilio de Trento. Las imágenes jugaron un papel extraordinario, en un contexto en el que los medios de catequización eran fundamentalmente orales y plásticos. Eucaristía, penitencia, culto a la Virgen y los santos y, por supuesto, la intercesión por los difuntos tuvieron sus grandes ecos en las artes de la Europa católica. La comunión de los santos se explicaba así: si mientras los vivos hacían oraciones, sufragios y sacrificios por las almas del purgatorio, se posibilitaba que éstas arribasen al cielo cuanto antes, llegando a ser santas y, por tanto, podían interceder ante Dios por quienes antes pidieron por ellas.

A mediados del siglo XVI, se fecha una tabla de la Virgen con el niño y las almas entre grandes fogatas con sus correspondientes inscripciones, que se conserva en la sacristía del retablo de la capilla del Espíritu Santo de la catedral de Tudela.

Las cofradías de almas tuvieron un gran desarrollo a partir de fines del siglo XVI y han mantenido gran vigor hasta hace poco menos de un siglo. Gregorio Silanes ha puesto en relación su fundación en diferentes localidades navarras con momentos de pestes y grandes mortandades. El número de cofradías rozó en la Comunidad Foral la cuarentena. En algunas iglesias sus cultos fueron tan importantes que a su costa se levantaban, durante el novenario y el mes de noviembre, enormes catafalcos e incluso transformaban el presbiterio en un gran altar de ánimas con suntuosos cortinajes negros  que ocultaban los retablos, presidiendo todo el lienzo de las Benditas Ánimas del purgatorio. Una fotografía de la parroquia de San Saturnino fechada en 1967, el último año en que se montó el altar efímero, da buen testimonio al respecto. Los retablos de ánimas, desde el siglo XVII hasta comienzos del XX, son abundantes y en las representaciones dominan las pictóricas sobre las escultóricas. Entre estas últimas destaca la del ático de su retablo en la parroquia de Los Arcos, obra de Juan Ángel Nagusia (1710) y costeada por la cofradía, fundada en 1702. Versiones en relieves olotinos existen en San Saturnino y los Carmelitas de Pamplona y Lodosa.

Todas las pinturas repiten unos esquemas iconográficos derivados de la propia visión del purgatorio y de algunos grabados. Por lo general, encontramos un plano inferior con el fuego consumiendo a hombres y mujeres desnudos en distintas posiciones que, a veces, se pueden identificar socialmente por ostentar, coronas de reyes, mitras de obispos, tonsuras eclesiales …etc. En la parte superior suele aparecer la Trinidad acompañada de intercesores, con gran frecuencia la Virgen del Carmen. En el plano central San Miguel como arcángel psicopompo -que conduce las almas- intercede y ayuda a otros ángeles a liberar a las almas del fuego. La presencia de la Virgen del Carmen obedece a la aparición a San Simón Stock  (1251) en la que prometió liberar del purgatorio a todas las almas que hubieran vestido el escapulario durante su vida, el sábado siguiente a la muerte de la persona y llevarlos al cielo, creencia que ha sido respaldada por los papas.

Los lienzos, por lo general, no poseen gran calidad, aunque los hay de notable artífice. Entre las obras de autor figuran las del monasterio de Fitero, obra de fines del siglo XVII de Vicente Berdusán, en donde encontramos en la parte superior a San Bernardo. El del Carmen de Corella está firmado a comienzos del siglo XVIII por Lorenzo Montero de Espinosa y en él aparecen junto a la Trinidad y la Virgen del Carmen, Santa Teresa y San Miguel ricamente vestido de arcángel. Otras destacadas versiones del tema se localizan en Cascante, Cintruénigo, San Cernin y San Lorenzo de Pamplona, Oco, Pitillas y Viana. Los lienzos de Villafranca y Cárcar son de un estilo marcadamente popular. Existieron estandartes con la misma iconografía de los que se conservan muy escasos ejemplos.

Una versión foral del tema nos ofrece una pintura del retablo colateral de la Virgen del Rosario de la parroquia de Huarte-Araquil que estudiamos hace algunos años junto al prof. Echeverría Goñi. En ella encontramos bajo la Santísima Trinidad y con el protagonismo del lienzo a San Miguel de Aralar en su conocida iconografía como arcángel crucífero sobre un purgatorio, en el que no faltan ni los cuerpos consumiéndose ni las consabidas llamas. La pintura datará del momento del retablo, obra de Jacobo de Jáuregui (1731).

 

Una carmelita visionaria del siglo XVII en el convento de la Plaza del Castillo 

Sor Francisca del Santísimo Sacramento (San Andrés [Soria], 1561 - Pamplona, 1629), tomó el hábito en el Carmelo de Soria y profesó en Pamplona al poco de fundarse en 1584, falleciendo con fama de santidad, tras pasar la práctica totalidad de su vida religiosa en el convento pamplonés de la Plaza del Castillo, para cuyo ornato procuró la construcción de sus tres retablos, el dorado del mayor y una lámpara de plata. Su retrato se conserva en un lienzo seiscentista en los Carmelitas Descalzos de Pamplona. Por orden del Padre General de su orden, fray Juan del Espíritu Santo, redactó sus numerosas visiones, muchas de ellas de almas del purgatorio. Una copia de los cuadernos con sus escritos se la entregaron al obispo don Juan de Palafox los carmelitas descalzos de Soria, sin saber que el aragonés Miguel Bautista Lanuza, caballero de Santiago y protonotario de Aragón, tenía otra copia y se disponía a darla a la imprenta.

La primera vez  vieron la luz a través de la edición del citado Lanuza, con el título de Vida de la sierva de Dios Francisca del Santísimo Sacramento (Zaragoza, 1659). De modo paralelo, Palafox, ocupando la mitra de Osma, mientras realizaba la visita pastoral de 1658, redactó su Luz de Vivos y Escarmiento en los Muertos, en base a las visiones de la carmelita, sin dar a conocer el nombre de la religiosa. Tan famoso se hizo aquel texto que se publicó en Nápoles por el Padre Francisco de la Cruz en 1673 y en Pamplona, en pleno siglo XVIII, se reeditó la versión de Lanuza,  en 1727.

Al proceso de elaboración de la obra y su transmisión ha dedicado un estudio Isabel Estolaza y Álvarez Santaló ha realizado una sagaz y sutil lectura del libro Luz de Vivos y escarmiento en los muertos, concluyendo que se trata de un ejemplo sui generis del tipo de libro de estados. Sin embargo, aún falta un estudio de los manuscritos originales.

 

Virreyes, obispos, protomédico, mesoneros, cereros, prelados y religiosos

Por su celda y los pasillos del viejo convento pamplonés desfilan hombres y mujeres de oficios diversos, eclesiásticos, militares y personas de gobierno de la capital Navarra y de otras ciudades del Reino. Los centenares de brevísimas notas con las apariciones sorprenden por la cantidad y sus protagonistas, así como por los detalles de vestimenta, apariencia y otras circunstancias de los protagonistas de las visiones. Así afirma: “Denotaban todas en las insignias las dignidades que tuvieron, como tiaras, mitras, coronas, cetros y las demás que suelen señalas los grados personales o hereditarios. Otras venían con instrumentos y penalidades que manifestaban sus culpas. Los que dejaron las religiones con hábitos arrastrando y como tropezando con ellos. Los jugadores con barajas encendidas. Los oficiales con herramientas ardientes de su ministerio, a que faltaron. Los maledicentes, pisándose las lenguas. Los libres en la vida, como salvajes. Los que fueron livianos, metidos en llamas hasta los pechos. Las mujeres profanamente amigas de galas, abrasadas en trapos de fuego. Y las que usaron los afeites, llenos los rostros de sucia y ardiente ceniza”. Respecto a la apariencia señala “la fealdad con que le aparecían algunas …. la parte más horrible a la vista eran los ojos, hundidos, huecos y ardiendo”.

Los capítulos del libro nos relatan tormentos a sendos virreyes de Navarra, el protomédico pamplonés que no había visitado como debiera a los enfermos, un mesonero de la ciudad que alquilaba mulas a precios desmesurados, un herrero perezoso y jugador que se apareció con la baraja ardiendo, una señora de alta alcurnia vestida con harapos y otra aficionada a los maquillajes con el rostro totalmente desfigurado, una cerera que adulteraba con resina la cera blanca y diferentes religiosos, cada uno con sus penas acordes con sus pecados y faltas.

Sin entrar en el fondo de todo aquel mundo visionario, no deja de ser significativo que en las apariciones de los tres hermanos de la famosa Leonor de la Misericordia (Ayanz y Beaumont): Jerónimo, Carlos y Francés, además de rogar a Francisca diese las gracias a Leonor por los sufragios para sacarlos del purgatorio, se anotan las razones puntuales de porqué estaban en el purgatorio.

 

El maestro de capilla Miguel Navarro

El famoso polifonista Miguel Navarro, estudiado por Aurelio Sagaseta, es protagonista de una visión de la religiosa acaecida el día 19 de septiembre de 1627, cuando hacía más de ocho meses del óbito del músico. Así se nos narra aquella visión: “A 19 se le apareció el alma de el Maestro Navarro (que lo fue de la Capilla de Cantores de la Santa Iglesia de Pamplona) solo, y muy resplandeciente, y lleno de Gloria, en premio de los trabajos que padeció acá. Díjola: Quan engañados vivimos aborreciendo la mortificación y la penitencia que tanto nos importa ejercitar; porque hay mucho que gozar en el cielo, y que somos flojos en disponernos para ganar desde aquí tantos bienes”. Como es sabido, Navarro, además de maestro de capilla entre 1616 y 1627, fue prior de los ermitaños del obispado de Pamplona y encargado de examinar los aspirantes a la vida eremítica.