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Literatura y gestión (5). El propósito lo inventó el rey Jaime I de Aragón

04/08/2022

Publicado en

Expansión

Jaume Aurell |

Profesor del Departamento de Historia, Historia del Arte y Geografía de la Facultad de Filosofía y Letras

El rey Jaime I de Aragón, cuyo reinado cubre buena parte del siglo XIII, es muy conocido por su faceta de conquistador de Valencia y Mallorca, pero también por sus enormes virtudes caballerescas. En el campo de batalla, siempre iba por delante. En el orden de caballería, pocos le ganaban en el señorío de sus gestos y acciones. Entre sus pares, los reyes europeos, fue un referente continuo, no solo por su bravura militar sino también por su prudencia en el gobierno. Sin embargo, lo que quizás le dio una celebridad más duradera es que fue el primer rey medieval en escribir sus memorias. Hoy día los políticos suelen legarnos sus memorias “para su mayor gloria”. Pero en la Edad Media, la decisión de Jaime I constituyó todo un acontecimiento, por su extraordinaria originalidad. Conocidas como El llibre dels fets (“El libro de los hechos”) y escritas en un bellísimo catalán, constituyen una joya preciada no solo como documento histórico insustituible, sino también como una pieza literaria única en su género memorístico-autobiográfico. 

Además de todas estas cualidades, las memorias de Jaime I son una fuente muy reveladora de la enorme capacidad de liderazgo del rey Jaime. Hoy hablamos mucho del propósito de la empresa, como una idea central que aglutina a todos los que forman parte de una corporación, les une en torno a una misión común y les hace ser reconocidos por sus potenciales clientes. Ya desde la introducción de las memorias, Jaime I propone a sus súbditos hacerlo todo por la gloria de Dios, “teniendo en la memoria las notables mercedes que el Señor nos había otorgado durante nuestra vida.” Los tiempos han cambiado, y ahora buscamos otros ideales aglutinadores, de tipo más tangible, como “Ofrecer inspiración e innovación a todos los atletas del mundo” (Nike), “ofrecer a nuestros clientes los precios más bajos posibles, la mejor selección disponible y la mayor comodidad” (Amazon) o “brindar transporte, para todos, en todas partes” (Uber). Pero la idea rectora sigue siendo la misma: las corporaciones tienen ya mucho ganado – sobre todo en términos de adhesión de sus propios miembros y reconocimiento externo – cuando se unen entorno a una misión, visión y propósito.

La segunda gran cualidad de liderazgo del rey Jaime I es que siempre iba por delante, lo que generaba una gran adhesión entre sus súbditos. En el fragor de la campaña por Valencia, el rey cuenta un ballestero disparó contra él, “y atravesando el proyectil el casco de suela que llevábamos, hiriónos en la cabeza, cerca de la frente. Se nos clavó más de la mitad de la saeta. Chorreábanos entonces por el rostro la sangre de la herida; y con todo íbamos riendo para que no desmayase el ejército, y así nos entramos en nuestra tienda. Se nos entumeció desde luego la cara y se nos hincharon los ojos de tal manera, que hubimos de estar cuatro o cinco días teniendo enteramente privado de la vista el del costado en que habíamos recibido la herida.” Sin embargo, la misión de liderazgo del rey pudo más que su dolor: “mas tan presto como hubo calmado la hinchazón, montamos otra vez a caballo y recorrimos el campo, para que todos cobrasen buen ánimo.” La escena la podría firmar el mismo Shakespeare en uno de sus eternos dramas políticos y es muestra elocuente (y digna de ser imitada por nuestros gobernantes) de su liderazgo. 

El rey también supo ejercer su liderazgo cuando tenía que corregir enérgicamente a alguno de sus súbditos. En la campaña de Mallorca. El rey se encuentra con un caballero, Guillermo de Mediona, que está huyendo del campo de batalla. El rey le preguntó, “¿cómo os salís de la batalla?”. Guillermo le contestó, “Porque estoy herido”. Pero el rey quiso indagar, y le inquirió con más detalles, para que le dijera claramente donde estaba herido. Guillermo “nos contestó que sólo en la boca, de una pedrada que le habían arrojado. Al oír esto, tomamos su caballo de las riendas y dijimos al jinete: —Volveos a la batalla, que un buen caballero por semejante golpe no debe acobardarse, ni menos abandonar la lucha.” El rey obtuvo su recompensa, y el caballero se dispuso a volver a la batalla. Entonces aparece el rey prudente, que se asegura que todo está en orden: “Nos estuvimos contemplándole largo rato, mas al fin lo perdimos de vista.”

El rey Jaime nos transmite unos valores caballerescos que, incluso fuera del campo de batalla, deberían ser tenidos más en cuenta en la acción empresarial, en la arena política y en los currículos de la enseñanza. Tener un propósito claro que aglutine, ir (literalmente) por delante y ejercer la fortaleza cuando sea preciso son tres características por las que siempre será recordado el rey Jaime I. Qué sabiduría la de los clásicos, en concreto el gran Cicerón, cuando nos aconsejaban ir al pasado a obtener enseñanzas (magistra vitae) más que para enjuiciar a sus protagonistas. Quienes acuden al pasado para “rendir cuentas” ni siquiera se dan cuenta de lo mucho que pierden. Es preferible una paciente pero más eficaz labor de conocimiento, contextualización, hacerse cargo y sacar lo mejor de quienes nos han antecedido en la historia.