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Josep-Ignasi Saranyana, Profesor de Teología, Universidad de Navarra

Terapia para abusos

dom, 04 abr 2010 14:59:00 +0000 Publicado en La Vanguardia (Barcelona)

El debate sobre las responsabilidades por los "abusos de niños y jóvenes indefensos por parte de miembros de la Iglesia", especialmente por sacerdotes y religiosos, parece serenarse, en la medida en que esto es posible. Queda ahora reparar esas gravísimas ofensas a Dios ya las personas violentadas, y dar paso a la justicia civil y eclesiástica. Quizá también sea el momento - ha escrito Benedicto XVI-de meditar en las causas de "esos actos pecaminosos y criminales" y reflexionar sobre "el modo como fueron afrontados por las autoridades de la Iglesia".

En su carta a los católicos de Irlanda, el Papa ha señalado tres causas principales que pueden haber desencadenado esos abusos que todos lamentamos: una determinación inadecuada de la idoneidad de los candidatos al sacerdocio y a la vida religiosa; una insuficiente formación humana, moral, intelectual y espiritual impartida en los seminarios y noviciados; y la omisión de los castigos previstos por la Iglesia para tales delitos, por temor a dañar el buen nombre de la Iglesia. Las tres causas se inscriben, además, en lo que el Pontífice denomina la "actual crisis".

Benedicto XVI está lógicamente preocupado por la "actual crisis", un ambiente difícil de definir, que afecta a muchos estratos sociales y que, en buena medida, hunde sus raíces en la revolución de mayo de 1968, por remitir a un tópico frecuente en la historiografía. Algunos escritos autobiográficos (por ejemplo, las memorias de Eugenio Trías) han señalado los efectos devastadores de esta crisis, que obligan a reconstruir muchas estancias de la convivencia humana, de las creencias y de los valores. Joseph Ratzinger, que vivió el tsunami en la Universidad de Tubinga, ha reflexionado mucho sobre el tema. Por eso dice en su carta a los irlandeses: "Hace falta una nueva visión que inspire e impulse, a la generación actual ya las futuras generaciones, a atesorar el don de nuestra fe común". Y señala, además, medidas concretas: oración y penitencia.