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Rafael María Hernández Urigüen,, profesor en ISSA y la Escuela de Ingenieros - Tecnun

Beato Pedro de Asúa. Proyectar espacios humanos para Dios al servicio de los hombres

lun, 03 nov 2014 09:22:00 +0000 Publicado en Revista Palabra

El sábado 1  de noviembre, la Diócesis de Vitoria presenciaba la primera beatificación in situ de su historia.

El  sacerdote mártir Pedro de Asúa era proclamado beato en la catedral de la Inmaculada durante una eucaristía presidida por el Cardenal Ángelo Amato, Prefecto de la Congregación de las Causas de los santos acompañado por Mons. Miguel Asurmendi, el Nuncio de la Santa Sede en España Mons. Renzo Fratini  y otros 17 obispos y arzobispos. La presencia de  autoridades civiles y un numeroso pueblo que abarrotaba la nave  constituyó un  testimonio de alegría y adhesión popular a la figura del sacerdote coherente, servicial, trabajador, que desde su identificación con Jesucristo resulta cercano a cualquiera que requiera su ministerio. Se trata del atractivo que ha ejercido siempre en el pueblo vasco una tradición de presbíteros recios y fieles al evangelio y, al mismo tiempo, entrañables y humanos sencillos y llenos de cercanía a sus feligreses.

El mismo sábado 1 por la mañana, pero desde la Plaza de san Pedro, el  Papa Francisco mencionaba al nuevo beato con estas palabras: Sacerdote humilde y austero que predicó el evangelio con santidad de vida, la catequesis y la dedicación hacia los pobres y necesitados. Arrestado, torturado y asesinado por haber manifestado su voluntad de permanecer fiel al Señor en la Iglesia, representa para nosotros un admirable ejemplo de fortaleza en la fe y testimonio de caridad.

Al leer estas palabras  del papa,  y pensando en la figura de don Pedro, he de reconocer que  experimenté el sábado una inyección de esperanza reconfortante que contrastaba con las últimas noticias lamentables sobre los casos de corrupción.

Un santo sencillo, competente, servicial  humilde y sabio, frente a una pléyade de villanos  cuyos nombres y rostros ocupan las portadas  de los medios constituye  el testimonio de una terapia combinada que podría contribuir a la regeneración moral que pide a gritos desde hace años nuestra sociedad.

Frente a las figuras de los cazadores de imágenes y prebendas, un hombre que abandona su brillante carrera de arquitecto para responder  del todo a la vocación sacerdotal.  Las paradojas de Dios hicieron que el seminarista Pedro recibiera el encargo de proyectar el seminario de nueva planta y ya ordenado el de arquitecto diocesano. Entonces, la Diócesis de Vitoria abarcaba junto a Álava los territorios  de Bizkaia y Gipuzkoa, por lo que al beato Asúa no le faltaba trabajo.

De todas formas, el día de la inauguración del seminario que él mismo había proyectado hasta el mínimo detalle decidió desaparecer en el momento de los agradecimientos  y aplausos ante las autoridades y el público congregados en el nuevo edificio. Desde que recibió los encargos como arquitecto de la Diócesis comentaba: "Dejé de ser arquitecto para ser sacerdote y he aquí que soy  sacerdote y sigo siendo arquitecto". Durante estos días, se ha comentado que lo que dejó por vocación (la Arquitectura) lo volvió a tomar por obediencia.

En nuestra subcultura de la imagen y el relumbrón, este testimonio, sin duda impactará entre quienes viven solamente volcados en el éxito inmediato

Por entonces, el movimiento sacerdotal de Vitoria difundía una espiritualidad entre seminaristas y presbíteros fundamentada en el ejercicio del ministerio bajo el lema: "Solo sacerdote, sacerdote siempre y en todo sacerdote". Don Pedro, como párroco de Balmaseda cumplió acabadamente  su misión. Así lo recordaba  el Cardenal Amato durante la homilía de su beatificación: A lo largo de su vida sacerdotal había  construido edificios de piedra, como el Seminario de Vitoria, y también  edificios espirituales, como la institución de la Adoración Nocturna o la  promoción de los Ejercicios espirituales y retiros mensuales. Su corazón se  nutría de la gracia eucarística. Su fortaleza estaba sostenida por la caridad de  Cristo. Fue generoso con los pobres y los enfermos, magnánimo en el apoyo a  las iniciativas apostólicas. Fue un sacerdote auténtico, enteramente entregado a Cristo y a la Iglesia.

Se ha recordado durante estas semanas que el beato Pedro aceptó desde el  principio la posibilidad del martirio, especialmente cuando llegaban de todas partes las noticias de los miles de asesinatos de sacerdotes, laicos y religiosos. Comentaba  que estaría dispuesto a morir por Jesucristo, ya que –en su humildad- reconocía: "he hecho tan poco hasta ahora por Él".

Su deseo se entrega  fue hecho realidad como recordaba  el Prefecto de la Causa de los santos: El 29 de agosto de 1936 fue arrestado y forzado a subir a un automóvil. En la localidad cántabra de Liendo, sin  proceso de ningún tipo y  sin que hubiera una acusación determinada o  posibilidad alguna de defensa, los milicianos lo bajaron del vehículo a las  once de la noche y le dispararon dos tiros en la cabeza y uno en el omóplato, a  sangre fría, mientras el sacerdote pronunciaba palabras  de perdón.

Hace años tuve la oportunidad de conversar con sacerdotes mayores de las diócesis vascas que habían realizado sus estudios en el edificio  del seminario de Vitoria. Todos coincidían en que los espacios, dimensiones y funcionalidad de aquella construcción respondían acabadamente a lo que necesitan seminaristas y formadores que conviven entre aquellas paredes. El ambiente resultaba familiar y grato. De hecho, cuando  11 años después de la Guerra civil se dividieron las Diócesis vascas en tres territorios, muchos de aquellos seminaristas, que habían comenzado sus estudios en Vitoria,  echaban en falta la calidez y ambiente hogareño del edificio alavés en contraste con las nuevas construcciones de Derio (Bizkaia) y San Sebastián, Donostia.

La Iglesia  en su  misterio es la familia de los hijos de Dios como recordó el Vaticano II, y sin duda, sus construcciones deberían siempre expresar ese clímax hogareño que se fundamenta en la filiación divina y en la fraternidad concreta.

Hace unos años, el equipo de arquitectos italianos formado por Maurizio Bergamo y Mattia Del Prete propuso un replanteamiento en el diseño de los templos católicos. La estructura de los edificios debería recibir inspiración, e incluso vertebrarse partiendo  de una forma primordial: la misma celebración eucarística. No se trataba tanto de crear una estructura y luego "adornarla" con los elementos celebrativos, sino configurar estructuralmente todos los proyectos desde el corazón de la Liturgia (sus ideas  pueden encontrarse en su libro: "Espacios celebrativos"; EGA, Ediciones, S.L.,  Bilbao, 1997).

Sacerdotes como el beato Pedro de Asúa lo consiguieron acabadamente, como se comprueba también en su obra arquitectónica.

Vivimos un momento histórico interesante, de crisis o  discernimiento. Los protagonistas habituales de los medios, por desgracia, siguen siendo los corruptos, toda una fauna de "tiburones" y "lobos".

Los santos equivalen de algún modo y superan a aquellos héroes clásicos que inspiraban el temple ético de los pensadores en la  Grecia y Roma antiguas.

Ante el clamor  ciudadano que pide una regeneración moral en todos los ámbitos,  don Pedro de Asúa podría ser  un  referente, despertador de coherencia ética y santidad, como propuso el Cardenal Amato en Vitoria: Hoy, más que  nunca, la humanidad necesita espíritu  fraternal, comprensión, necesita sentirse acogida. La santidad no destruye, la  santidad edifica (…) Ésta es la invitación que la Iglesia nos hace hoy a todos nosotros por medio  del Beato Pedro Asúa Mendía a  todos, sacerdotes y laicos, pues todos están  llamados a la santidad. El mundo tiene necesidad de santos para poder  transformarse en un jardín de convivencia serena y de armonía jubilosa entre  los pueblos. La Iglesia también espera nuestra contribución para que la  sociedad sea un ámbito de vida, de prosperidad y de fraternidad.