03/09/2021
Publicado en
Diario de Navarra
Ricardo Fernández Gracia |
Director de la Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro
Diario de Navarra, en colaboración con la Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro de la Universidad de Navarra, aborda, mensualmente, de la mano de especialistas de diversas universidades e instituciones, aspectos relativos a las restauraciones e intervenciones en grandes conjuntos de nuestro patrimonio cultural.
A lo largo de los próximos meses, distintos profesores escribirán, en esta sección, sobre las intervenciones y restauraciones en el patrimonio cultural de Navarra. Se tratarán, entre otros, los casos de Roncesvalles, el claustro tudelano, el palacio de Olite, la catedral de Pamplona, el monasterio cisterciense de Iranzu, el patrimonio mueble y lo relativo a la piel de la arquitectura con sus revestimientos pictóricos.
Aunque pudiera parecer irreal, en el pasado siglo, cuando las intervenciones en edificios ya contaban con legislación ad hoc, las modas fueron responsables de actuaciones poco afortunadas. El desmedido afán por contemplar la mampostería de las fachadas de casas y de los interiores de los templos o reformas desastrosas postconciliares, son buenos ejemplos de lo que no se debe hacer. Afortunadamente, las leyes vigentes bien aplicadas, deberían hacer hoy inviables algunas de aquellas actuaciones.
Muchas intervenciones fueron propiciadas en unas circunstancias que no son las actuales, aunque también deberían de servir para no tropezar dos veces en la misma piedra. Los tiempos han cambiado y también todo lo necesario para una intervención, especialmente en lo referido a los preceptivos informes histórico-artísticos y planes directores, así como todo lo relativo a los profesionales capacitados para trabajar en las distintas especialidades.
En todas las colaboraciones, sus autores utilizarán fuentes documentales, bibliográficas y fotografías. Estas últimas, además de ofrecer múltiples valores y funciones, se convierten en una fuente documental trascendental, un registro visual de primer alcance tomado en un momento puntual, que resulta fundamental para el estudio del patrimonio histórico-artístico y la ejecución de cualquier intervención de conservación o restauración. Las fotografías, como documentos gráficos, adquieren un valor extraordinario al convertirse en documentos iconográficos, en herramientas imprescindibles para el conocimiento profundo de un monumento, de su historia, de sus transformaciones, adiciones o supresiones.
Tempus fugit: acciones a lo largo de los siglos y criterios de intervención
Los grandes conjuntos monumentales han recibido, a lo largo de los siglos, diversas intervenciones, más o menos visibles. Edificios de la envergadura de los grandes monasterios sufrieron, en algunas de sus partes, notables deterioros por el paso del tiempo y diversas circunstancias. El examen atento de los seculares muros de algunos de aquellos conjuntos, junto a la documentación, nos informan de acciones de gran calado. Pongamos, por ejemplo, lo sucedido en el monasterio de Irache poco antes de mediar el siglo XVII, cuando el previsible derrumbe de parte de la cabecera, obligó a reforzar cimientos y realzar pilares. Las grietas y el hundimiento de paredes quedaron reflejados en una crónica de 1649.
Si en Irache la intervención siguió, en su modus operandi, las técnicas tradicionales de la cantería y el estilo del edificio, no ocurrió lo mismo en otros lugares. Así, en el monasterio de Fitero, a la hora de reconstruir las bóvedas de los últimos tramos de la nave central, no se siguió el plan del resto de la nave, sino que se utilizaron las cubiertas estrelladas, propias del primer tercio del siglo XVI. En Roncesvalles, se llevó a cabo un plan más invasivo, propiciado por el prior Juan Manrique de Lamariano, entre 1619 y 1628. Las obras consistieron en disfrazar la vieja fábrica gótica con el estilo clasicista, imperante en aquellos momentos, junto a la adición de un gran retablo.
Dejando esas intervenciones históricas, hay que hacer notar que las grandes restauraciones, como tales, son obra del siglo pasado. Los monumentales conjuntos gozaron del amparo de dos instituciones: la Comisión de Monumentos y la Institución Príncipe de Viana. Dos tesis doctorales, realizadas por Emilio Quintanilla y Mercedes Mutiloa, dan buena cuenta de la actividad de ambos organismos en pro de la defensa y conservación del patrimonio navarro. La primera versa sobre la Comisión de Monumentos (Pamplona, 1995) y la segunda de la Institución Príncipe de Viana desde su creación, en 1940, hasta 1984 (Pamplona, 2018).
Las actuaciones se ampararon, por lo general, en las declaraciones de monumentos nacionales, algo que era condición para obtener la tutela del estado. En Navarra el gran empuje llegó con la Institución Príncipe de Viana en los grandes edificios medievales, que se asociaban con el Viejo Reino y tenían la consideración de monumentos nacionales: Aralar, Ujué, Olite, Iranzu, Leire, Irache… etc. Gran parte de las actuaciones se hicieron dentro de la tendencia “restauradora” de los epígonos y discípulos de don Vicente Lampérez que fue mayoritaria en el primer tercio de siglo XX, frente a la conservacionista a cuya cabeza se sitúa a Leopoldo Torres Balbás, que estaba familiarizado con la restauración científica y de la Carta de Atenas (1931). Además, hay que tener en cuenta, como señala González-Varas en su excelente monografía “Conservación de bienes culturales. Teoría, historia, principios y normas” (Madrid, Cátedra, 2000) que, tras la Guerra Civil, volvieron a ganar posiciones los partidarios de las restauraciones estilísticas, en lo que denomina retroceso doctrinal.
Hay que destacar la actividad de algunos sacerdotes cultos y voluntariosos, pero con escasa formación en la materia e ideas trasnochadas y ajenas a lo que ocurría en Europa en materia de restauración. Onofre Larumbe, Santos Beguiristáin o Cornelio Urtasun, incluso el consejo del monje de Montserrat Andreu Ripol, constituyen ejemplos en un contexto de gran influencia de la iglesia. Casi todos ellos estuvieron ampliamente influenciados por un pequeño libro, obra de san Manuel González, titulado “Arte y Liturgia” (1932), muchas veces reeditado. Sus ideas son un exponente de los criterios de renovación artístico-litúrgica de la España del primer tercio del siglo XX. Las frases que se dedican a los coros de nuestras catedrales, así como a sus retablos mayores en un capítulo que titula “Del engreimiento del Arte sobre el Altar”, resultan bien elocuentes. En aquel ideario se basaron varias supresiones de coros catedralicios y otras reformas que, a día de hoy, se juzgan muy negativamente. Sobre este último tema, resulta fundamental la lectura del discurso de entrada en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando del profesor Pedro Navascués, que lleva por título “Teoría del coro en las catedrales españolas” (Madrid, 1997).
Los interiores de los templos y su exorno
En la segunda mitad del siglo XVIII se documentan algunas intervenciones necesarias en los interiores de algunas iglesias, porque literalmente eran una auténtica mezcla de espacios particulares con altas rejas, que separaban las capillas de patronato de familias aristocráticas, cofradías y gremios, así como zonas con los pavimentos a distintas alturas … etc. En definitiva, algo poco unitario, que además chocaba frontalmente con las ideas de arquitectura religiosa divulgadas en ambientes académicos y jansenistas. Al respecto, hay que recordar la obra del marqués de Ureña, don Juan de Molina y Saldívar de Reflexiones sobre la Arquitectura, ornato y música en el templo (1785). En la parroquia de San Nicolás de Pamplona se acometió un temprano plan de uniformización en 1748. Algo parecido ocurrió décadas más tarde, en la recién creada catedral de Tudela, en donde se delegó en uno de sus prebendados, don Ignacio Lecumberri, para dotar al templo de la uniformización necesaria en su interior.
Para la catedral de Pamplona diseñó un plan en 1800, el maestro ejecutor de su fachada, Ángel Santos de Ochandátegui, muy influenciado por la obra del mencionado marqués de Ureña. La importancia de aquel proyecto radica en que estuvo planeando sobre las decisiones de los canónigos, hasta después de la Guerra Civil, en que se acabó por acometer lo principal del planteamiento de Ochandátegui: supresión del coro de la nave central y eliminación del retablo mayor.
Paralelamente, por influencia de los hombres de la Ilustración, a una con el triunfo del academicismo, se comenzó a destruir sistemáticamente numeroso amueblamiento barroco, principalmente los retablos. No tuvieron mejor suerte los órganos, pues al generalizarse los de tipo romántico, las antiguas cajas renacentistas y barrocas se desbarataron sin mayor miramiento. Todo aquel conjunto de obras no tuvo ni la posibilidad de restauración, al igual que lo que ocurrió, hace medio siglo con la aplicación de las normas litúrgicas emanadas del Concilio Vaticano II en los templos navarros, de funestas consecuencias para gran parte del patrimonio mueble. Púlpitos, expositores, sillerías, cajoneras, cantorales, rejas, tejidos, órganos y no pocos retablos desaparecieron o fueron mutilados, destruidos o enajenados. Esta es una historia harto dolorosa que evoca, por la sinrazón de sus pérdidas, a las sufridas en las desamortizaciones decimonónicas. Para muchos de aquellos bienes tampoco hubo oportunidad de recuperación.
Entre las intervenciones en el patrimonio mueble del siglo XX, un conjunto bien visible corresponde a la restauración de las imágenes medievales marianas, tristemente desfiguradas y mutiladas a lo largo de los siglos de la Edad Moderna, para convertirlas en erguidas y vestideras, aserrando sus rodillas, mantos y coronas.
Muchos retablos y pinturas han sido limpiados, aunque los menos, restaurados en su integridad. Entre las actuaciones destacadas, mencionaremos, en un primer momento, la del retablo mayor Fitero, acometida por expertos llegados desde el Museo del Prado de Madrid en 1947 y, más recientemente, la de los de Cintruénigo y Olite, en estos últimos casos con los obligados estudios histórico-artísticos. Asimismo, se ha intervenido en bastantes órganos en las últimas cinco décadas, gracias a la iniciativa de párrocos, alcaldes y con la ayuda de la administración, algo que a día de hoy se echa en falta por ausencia de un saludable criterio a la hora de entender y comprender la obligación de legar lo que hemos recibido a las futuras generaciones.
La arquitectura nobiliaria y doméstica
Todo el conjunto de carácter civil, formado por casas consistoriales y edificios municipales, puentes, palacios, casas solariegas y arquitectura doméstica han sido grandes perdedores en cuanto a conservación. Han sido víctimas del paso del tiempo y del deterioro propio y de los cascos históricos, así como del progreso y modernización de las viviendas.
No hay sino repasar las fotografías centenarias y de hace pocas décadas para comprobar el estado ruinoso de gran parte de la arquitectura doméstica y las adiciones de elementos que la desfiguran hasta límites increíbles. No queda ahí el tema, puesto que la desaparición de conjuntos notabilísimos de mansiones nobiliarias, muy especialmente en la Navarra Media y la Ribera, ha sido un hecho lamentable. Una comprobación se puede hacer hojeando la monografía sobre “La casa navarra” (Pamplona, 1982) de Julio Caro Baroja. El abandono, el deterioro, la incuria, la imposibilidad de sus poseedores de hacer frente a intervenciones costosísimas, a una con el valor crematístico de algunos solares, han marcado destrucciones de singulares edificios, como la conocida como casa de las cigüeñas en Cintruénigo o la de los Aguado de Corella, por mencionar un par de ejemplos.
Sobre las intervenciones, propiamente dichas, poseemos el atinado juicio de Pilar Andueza en su monografía “Patrimonio y familia. La casa y el espacio doméstico en Navarra” (Pamplona, 2019). En uno de sus párrafos sintetiza así el tema que nos ocupa: “Por fortuna, han sido muchas las casas que en un proceso de restauración se han limitado a sustituir los descompuestos y deteriorados morteros que cubrían los muros exteriores por otros nuevos. Pero son abundantes las casas donde, incomprensiblemente, se han picado sus paredes, eliminando los revoques originales para dejar a la vista la mampostería que subyacía debajo -nunca concebida para tal fin-, modificando así de manera sustancial la imagen primitiva de la casa. También en ocasiones algunas fachadas, paramentos de ladrillo y entramados de madera han sido enlucidos. Asimismo, no pocas rehabilitaciones han alterado los frontispicios modificando la disposición y tamaños de ventanas y balcones o introduciendo nuevas carpinterías, persianas y rejerías modernas, así como grandes puertas para garajes y cocheras”.
A modo de coda
El balance positivo en la mayor parte de las restauraciones e intervenciones en patrimonio monumental y arqueológico, no debe conducir a la complacencia. Hasta la década de los ochenta del siglo pasado, Navarra fue un espejo en el que se miraban diversas regiones sin apenas competencias en patrimonio histórico. Desde entonces, existen modelos para contemplar y aprender de lo que se ha hecho en otros territorios y, por supuesto, en Europa.