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Víctor Pou, Profesor del IESE, Universidad de Navarra

El fin de un modelo político estatista

lun, 03 may 2010 08:28:36 +0000 Publicado en El Mundo (Madrid)

La crisis de Grecia es mucho más que una crisis económica: es la crisis de un determinado modelo económico que hunde sus raíces en el siglo pasado y que sitúa el estatismo y la política por encima de la empresa y de los mercados. La estructura fundamental de Grecia no ha sido nunca la sociedad civil sino el Estado. Desde mediados del siglo XIX, nada se ha podido hacer en Grecia sin pasar necesariamente por la maquinaria del Estado.

El grupo social griego que se hizo cargo del poder después de la liberación del yugo otomano estaba formado por notables acostumbrados a recaptar impuestos para sus antiguos amos. Rápidamente el control del aparato estatal se convirtió en el mecanismo principal de distribución de prebendas y beneficios.

La prebenda más importante consistía en la provisión de cargos burocráticos. Así, no es de extrañar que hacia finales del siglo XIX Grecia ya contara con la burocracia mayor de Europa (214 funcionarios por cada 10.000 habitantes), superando de largo a Francia (126), paradigma del estatismo centralista.

El modelo griego se caracteriza por un clientelismo político subido de tono. En la actualidad, los beneficios que reporta son de tres tipos. En primer lugar está el beneficio más codiciado de todos: el acceso a la función pública. Un millón de personas aproximadamente, o sea, un trabajador griego de cada cuatro es un empleado del Estado.

El segundo beneficio son los privilegios otorgados a diferentes grupos profesionales, tales como abogados, notarios, propietarios de camiones, farmacéuticos, etcétera, con el resultado de crear cotos cerrados a la libre competencia. El tercer beneficio consiste en imponer tasas o impuestos sobre determinadas transacciones, cuyo rédito va a parar a grupos que no intervienen directamente en tales transacciones.

Por ejemplo, cada vez que se abre una empresa hay que pagar un canon al fondo de pensiones de los abogados, o cada vez que se adquiere una embarcación hay que contribuir con el 10% de su precio al fondo de pensiones de los trabajadores portuarios. Resultado: más del 70% de los griegos recibe algún tipo de renta procedente de tales exacciones.

Esta manera de funcionar, y de pensar, está muy enraizada en la psique griega, en la que continúan muy vivos los antiguos clichés de una vieja izquierda ya muy superada en muchos otros países europeos. Las actitudes anti-empresa, anti-mercados, pro-intervencionismo estatal y «la-culpa-de-la-crisis-no-es-nuestra-sino-que-es-de-otros» están a la orden del día.

También siguen estando muy presentes los tradicionales tics antiamericanos, antieuropeos o antialemanes. Todo ello sobrevive al lado de una élite globalizada que está ausente del país desde hace tiempo. Muchos son los analistas que estos días sostienen que la sociedad griega necesita una fuerte dosis de modernización y de moralización que acompañe al ajuste económico.

Por Bruselas corre el dicho -cruel e injusto por otro lado- de que después de haber dado la mano a un griego es recomendable que te cuentes los dedos por si echas a faltar alguno. Esto viene a cuenta del engaño del que ha sido objeto la Oficina Estadística de la UE por parte de las autoridades económicas griegas, en un vano intento de maquillar el estado de ruina en el que se encuentran las finanzas públicas helénicas.

En estos momentos, la envergadura del desastre macroeconómico griego y la necesidad de su rescate por parte de la UE y del FMI están en boca de todo el mundo. Por lo que a nuestros pagos se refiere, el Gobierno español haría bien en observar atentamente la situación griega y en «poner sus barbas a remojar», pero ni por esas…