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Santiago Álvarez de Mon, Profesor del IESE, Universidad de Navarra

Pensiones: viva la irresponsabilidad

mié, 03 feb 2010 08:35:20 +0000 Publicado en Expansión (Madrid)

Antes que nada, un baño de estadística (datos del Instituto de Política Familiar). Somos más de 46 millones de españoles, con una esperanza de vida al nacer de 81 años. Desde 1981 a 2009, la población mayor de 65 años –casi 8 millones– ha aumentado en 3 millones y medio, un incremento del 84%, representando el 17% del total. Asimismo, en ese mismo periodo, se han perdido 3 millones de jóvenes menores de 14 años. Hay un millón más de personas mayores que jóvenes, éstos sólo suponen el 14,5%. En el año 2050, uno de cada 3 españoles tendrá más de 65 años. Para entonces la pirámide de edad se habrá invertido radicalmente, siendo los mayores el segmento mayoritario. Por cada 3 mayores, habrá sólo 5 personas en edad activa (hoy, hay 4 por cada mayor). En 10 años, el número de pensionistas ha crecido en un millón, alcanzando la cifra de 8,5 millones en 2009. Conclusión: envejecemos imparablemente. Inmersos en este gélido invierno demográfico, ¿es obligado hablar del sistema público de pensiones, o mejor no meneallo? Con todos los matices que la delicadeza y gravedad del asunto merece –por ejemplo, hay pensiones de viudedad que deberían ser sagradas, otras, un chollo a eliminar; hay oficios que por su rigor físico reclaman un merecido descanso–, la respuesta parece obvia. Con la terca realidad, no te puedes pelear, siempre te acaba pillando. Veamos cómo la afrontan unos y otros.

- Gobierno. Lo hace tarde –sigue arrastrando su grave error inicial de negar o minimizar la enjundia de la crisis–, mal –siendo un tema de Estado, falta diálogo con otros partidos– y con dudosa convicción. Se percibe que actúa reactivamente, forzado por las circunstancias, con escasa credibilidad. Pasar del discurso grato de derechos a uno más exigente e impopular de deberes y sacrificios no es fácil, y para este presidente, especialmente engorroso, carece de crédito y confianza. Dicho esto, más vale tarde que nunca.

- Sindicatos y CEOE. Observo perplejo el protagonismo singular de agentes sociales con graves problemas internos y con dudoso arraigo en el tejido empresarial y social de España. Lo de los sindicatos es para nota. Cuotas de afiliación de las más bajas europeas, encallados en una lectura ideológica de la empresa, viven de las subvenciones del Gobierno. Para echarle un pulso al poder, hay que ser independiente, y eso es lo último que son nuestros sindicatos. ¿Cuántos chantajes aceptados en aras de la "paz" social? ¿Cuántas decisiones postpuestas por miedo a una huelga? Atrincherados en las administraciones públicas y grandes empresas, marginan una porción sensible y creciente de jóvenes, trabajadores y autónomos que no se sienten representados.

- Empresas. También merecen un toque de atención. Abrazan y venden un paradigma florido sobre el capital humano, mientras mandan a casa a profesionales de 50 años. ¿Lo compensan al menos con la contratación y formación de jóvenes condenados al frío de la calle? Asumiendo que el mercado laboral se ha de flexibilizar y simplificar, ¿la cuantía del despido es el primer punto a negociar?

- Por último, la leal oposición. Por una vez que el Gobierno pone una cuestión estratégica sobre la mesa, no tarda ni cinco minutos en contestar que se están cercenando derechos inalienables. De repente, le entra un ataque de progresismo y sensibilidad, consecuencia de un patológico complejo de inferioridad. Estatutos, energía nuclear, pensiones… un ejercicio de oportunismo e inconsistencia. Sólo les falta abrazarse a Cándido, levantar el puño y cantar la Internacional.

Ayer, estuve con una típica familia española. Pareja y dos hijos. El padre, prejubilado a los 52 años. La madre, un poco más joven, aferrada a su trabajo por cuenta ajena. El mayor de los hijos, estudios finalizados, buscando trabajo como un poseso. Los 3, cabreados, comentan el despilfarro de las Administraciones estatal, autonómica y municipal. Ministerios inútiles, subvenciones oscuras, asesores a granel, la conversación dolía. El pequeño, 23 años, a punto de acabar su carrera, toma nota de todo y duda entre hacerse funcionario o meterse a político.

País controvertido e insolidario, sus trabajadores, jóvenes y pensionistas no se merecen estos aburguesados profesionales de la política y el poder.