“Vivimos en una sociedad global y compartimos muchas cosas, pero cada uno es único e irrepetible. Teniendo en cuenta esa idiosincrasia, buscamos seguridades que nadie nos puede dar, culpables para cosas que no dependen de nadie. Querer tener todo controlado se traduce en temores y en problemas que derivan en cuestiones de salud mental”. Así lo explicó Javier Cabanyes, neurólogo de la Clínica Universidad de Navarra, en el ciclo “Encuentros”, que el Máster en Cristianismo y Cultura Contemporánea de la Facultad de Filosofía y Letras organiza en colaboración con la editorial Rialp y la Fundación IEISA.

En el coloquio, moderado por Paloma Blanc, creadora de la cuenta de Instagram @7paresdekatiuskas y responsable del área de padres de Fomento Centros de Enseñanza, también participaron Araceli del Pozo, investigadora de la Facultad de Educación y Psicología de la Universidad Complutense de Madrid; y el psiquiatra Aquilino Polaino. Los ponentes conversaron sobre la salud mental, en especial de los adolescentes, y educación.

“Hasta antes de la pandemia parecía que podíamos con todo, pero con su llegada se puso de manifiesto la fragilidad del ser humano. Esa debilidad muestra que nos necesitamos y nos enriquecemos”, declaró Cabanyes. Según el doctor, autor del libro “Frágiles. Desafíos en la salud mental y social” junto a una treintena de expertos, es necesario construir una sociedad más humana “para que esa fragilidad, que no va a desaparecer del todo, se reduzca al colaborar unos con los otros”, añadió.

“En una sociedad donde se vive el instante, sin tener en cuenta las claves del pasado y sin reflexionar sobre el futuro, solo queda vivir frenéticamente. Frente a esto, es necesario el autocontrol. La tecnología es un buen ejemplo: tiene una vertiente muy positiva si sabemos usarla bien”, comentó. En este sentido, señaló que es algo que debe fomentarse desde la infancia: “El reto actual es enseñar que los obstáculos que nos encontramos en la vida forman parte del crecimiento como persona y que el sentido de la vida lo debe encontrar uno solo, pero ayudándose de los demás”.

Por su parte, Araceli del Pozo opinó que “actualmente, los padres delegan muchas tareas en otros, como los educadores, porque son expertos, pero es necesario revalorizar el papel de las familias y saber que, por el hecho de ser padres, son capaces de educar a sus hijos en la mayoría de cosas”. La investigadora añadió que la solución ante este problema creciente de la salud mental entre los adolescentes pasa por intervenciones conjuntas y conminó a padres y profesores a ir de la mano y hacer alianzas que lleven a soluciones.

“Si los padres educan a los niños en virtudes, estos tendrán una segunda naturaleza que les blindará contra lo que les venga. La raíz de la fortaleza es la fragilidad, y tenemos que asumir esa debilidad”, intervino el psiquiatra Aquilino Polaino. “La relación entre padres e hijos tiene muchas dimensiones: afectiva, emotiva. Un niño se queda sobre todo con sentirse afirmado y valorado y para ello hay que conocerlos bien, y eso significa pasar tiempo de calidad y cantidad”. Asimismo, recalcó que "el trabajo principal de un padre y de una madre es al llegar a casa. Esa es la única manera de que la familia, sus integrantes y su salud mental sean más y mejores".

Los tres expertos coincidieron en la importancia de hacer conscientes a los hijos de sus puntos fuertes y débiles y de conocer sus necesidades para poder ayudarles con ellas y evitar que se encuentren de golpe con frustraciones y problemas que tengan consecuencias negativas en su salud mental.