José María Torralba, director del Instituto Core Curriculum y profesor del Máster en Cristianismo y Cultura Contemporánea, ha publicado el libro «Una educación liberal. Elogio de los grandes libros».

Editado por Ediciones Encuentro, la obra recoge su experiencia docente con los grandes libros y plantea algunas propuestas para el debate educativo en nuestro país.

En la siguiente entrevista, comparte con nosotros algunas claves de la obra.

P. ¿Por qué surgió la idea de escribir este libro?

R. En este libro presento lo que he aprendido sobre educación humanista en los últimos diez años de trabajo en el Instituto Core Curriculum. El primer borrador lo escribí durante una estancia de investigación en la Universidad de Chicago, que es donde conocí la tradición de los seminarios de Grandes Libros.

Se trata de un ensayo de carácter reivindicativo: trato de argumentar por qué es necesario -y posible- que en nuestras universidades se ofrezca una educación humanística a todos los estudiantes. Intento vencer el pesimismo reinante (que, con frecuencia, llega al escepticismo) con ejemplos concretos, de nuestra Universidad y otras de Europa y América Latina. Hay un prometedor movimiento educativo que se ha puesto en marcha en numerosas instituciones.

P. ¿Cómo definiría la educación liberal?

R. Es uno de los nombres que tiene la educación humanista. Aunque su origen se remonta al mundo clásico, es san John Henry Newman quien le da el sentido en el que lo utilizo en el libro. En una educación liberal el conocimiento no es sólo un medio para otra cosa (ganarse la vida o resolver problemas), sino un fin en sí mismo. El conocimiento es valioso porque nos perfecciona como personas. Los seres humanos necesitamos cultivar el saber para llevar una vida plena y por eso la educación es una actividad que, propiamente, no termina nunca. Añadiría que una educación es liberal cuando no se limita a la formación intelectual, sino que se dirige a la persona entera: lo que ahora se conoce como educación ética y del carácter. 

P. En su libro, dice que procura evitar caer en afirmaciones manidas como «las humanidades son muy necesarias» o «las humanidades nos hacen mejores», ¿cuál es el mensaje que desea transmitir con su obra?

R. Intento evitar el tópico, pero no la idea. Explico que la reivindicación de las humanidades no es fruto de un interés de parte, como si quienes pertenecemos a facultades de Filosofía y Letras hiciéramos algo más importante que los demás académicos. La perspectiva humanística en educación incluye las Letras y las Ciencias. No se trata de que aumente el número de alumnos matriculados en grados humanísticos (que sería algo muy bueno y deseable), sino de que en una universidad todos los profesores contribuyamos a ofrecer una educación liberal, porque es el mejor servicio que podemos hacer a los jóvenes y a la sociedad actual.

P. ¿A quién va dirigida la obra?

R. Principalmente a educadores, pero también lo leerá con aprovechamiento cualquier persona interesada en el lugar de las humanidades en la sociedad. Aunque los temas del libro pertenecen al ámbito universitario, mi gran ilusión es que las propuestas de educación humanista que hago lleguen a la secundaria y el bachillerato. Ese es el momento decisivo en la educación de los jóvenes y ahí es donde las humanidades más pueden aportar. 

P. ¿Por qué recomendaría la lectura de su libro a los profesores y empleados de la Universidad?

R. No pretendo vender miel al colmenero. Permítame que haga «antipublicidad»: el libro no dice nada nuevo u original. Pero me parece que esa es una clara virtud en temas educativos. Parte de los males que actualmente nos afligen proceden de una malentendida continua búsqueda de novedad. En educación, lo esencial ya está inventado. Me gusta una formulación del catedrático Álvaro Sánchez-Ostiz, a quien este libro debe mucho: al final, lo que nos proponemos siempre es enseñar a leer (con profundidad), a escribir (con rigor) y a argumentar (de modo convincente).