"Un profesor de Teología debe ser humilde y magnánimo"
Francisco Varo impartió su última clase en la Facultad de Teología arropado por estudiantes, profesores, compañeros, familiares y amigos

09 | 05 | 2025
El profesor Francisco Varo impartió el 9 de abril su última clase en la Facultad de Teología. Y lo hizo rodeado de estudiantes, profesores, compañeros, familiares y amigos que no quisieron faltar al homenaje organizado con motivo de la celebración de su 70 aniversario.
Fiel a la costumbre que mantenía con los estudiantes de la asignatura de Hebreo, la clase comenzó con el rezo del Padre Nuestro en hebreo, en una introducción en la que el profesor Varo ya anticipó el tono especial del encuentro: una lección que combinaría contenido académico con reflexiones personales.
El tema elegido fue la interpretación bíblica en la España judía medieval (Sefarad), un campo de investigación que el profesor ha cultivado durante años. A través de un recorrido histórico y filológico, analizó las tensiones entre karaitas —quienes sostenían que “lo que Dios ha dicho lo ha dicho en la Biblia y nada más que en la Biblia”— y rabanitas, para quienes “también hay otro medio de transmisión de la revelación divina que es la Torah oral que queda reflejada en el Talmud”.
En el tramo inicial de la sesión, el profesor Varo compartió también una retrospectiva personal sobre cómo nació su interés por estos temas. Recordó su infancia en Córdoba, su paso por la parroquia de San Pedro y su fascinación por las inscripciones hebreas y árabes que veía a diario. “¿Qué será esto de la filosofía que están trabajando esta gente?”, se preguntaba entonces al ver las estatuas de Séneca, Maimónides y Averroes.
Su vocación por el estudio de la Biblia, según contó, no fue inmediata. Al terminar teología en Roma, respondió en tono casi de broma que quería estudiar “cualquier cosa menos Escritura”. Sin embargo, fue asignado precisamente a esa especialidad. “Y don Antonio Miralles me dijo: pues vas a hacer Escritura. Y si no te gusta, a los quince días te cambias.” Finalmente, se quedó. Su formación se completó con estancias en la Universidad Hebrea de Jerusalén, donde profundizó en hebreo bíblico y cultura judía. Su tesis doctoral, dirigida por José María Casciaro, se centró en los Cantos del Siervo y dio pie a posteriores publicaciones sobre exégesis judía medieval.
En esta entrevista el profesor Varo recuerda sus años en la Universidad y algunas anécdotas.
¿Cuál es el primer recuerdo que tiene de la Universidad?
Cuando vine a estudiar la licenciatura en Teología, en 1982, recién ordenado sacerdote. El primer contacto con Pamplona fue el día que llegué. Me bajé del tren de Madrid que llegaba a las once de la noche, y me encontré en una estación que estaba en medio de la nada. Un señor muy amable se me acercó y me preguntó si yo iba a Pamplona, y le dije que sí. Era David Isaacs, quien entonces era el director del Instituto de Ciencias de la Educación.
Confieso que yo tenía ganas de hacer bien y pronto la licenciatura, el doctorado y marcharme para seguir con mis labores pastorales. Pero el resultado fue otro.
¿Y cómo decidió quedarse en la Universidad?
Estando ya en la Facultad, coincidí con una de las personas que más me han marcado intelectual y académicamente, y también en mi vida como sacerdote. Era el profesor don José María Casciaro, quien en ese momento era director del departamento de Sagrada Escritura. A mí me gustaron mucho sus clases y, cuando tuve que buscar un director para mi tesis, acudí a él y aceptó.
Así comencé a hacer la tesis con él, en el mismo momento en el que estaba en marcha la labor de traducción y comentarios de la Sagrada Biblia, un encargo que san Josemaría había hecho a la Facultad. Don José María era quien dirigía ese proyecto. Cuando yo comencé el doctorado, solo se habían publicado tres tomos de los Evangelios, se estaba realizando el cuarto y todavía quedaba mucho por hacer. Así fue cómo don José María, cuando defendí la tesis, me ofreció quedarme a trabajar en la Facultad, en el proyecto de la Biblia.
Fue un reto que nunca me había planteado abordar, pero me pareció tan atractivo que me quedé. Cuando ya llevaba un año trabajando, don José María me dijo que iban a necesitar a alguien que supiera griego y hebreo para continuar con la traducción. Yo no sabía casi nada de griego, y menos de hebreo. Comencé los estudios de Filología aquí en la Universidad para avanzar con el trabajo de la Biblia, a la vez que impartía clase en la Facultad. Luego me fui a Salamanca, a terminar Filología, y allí hice la tesis en Filología Bíblica Trilingüe. Y ya regresé a Pamplona.
¿Cómo recuerda su primera clase?
Estaba muy nervioso. Yo era profesor ayudante de don José María, y para preparar mi primera clase dediqué horas y horas. Mi objetivo era llenar 45 minutos de clase diciendo algo coherente. Tenía la sensación de que todo lo importante que tenía que decir ocupaba poco más de 10 minutos. Ahora, mi problema es ajustarme al tiempo de la clase.
¿Qué es lo que más ha disfrutado de su trabajo en la Universidad?
He procurado que, en mi paso por la Universidad, haya estado unido el aspecto académico con el sacerdotal. Me han gustado mucho los retos que se me han puesto por delante para mi labor pastoral. Estar en una Universidad abierta a todas las ciencias y en continuo contacto con profesores, ideas y procesos creativos te plantea nuevos retos.
Además, los estudiantes, distintos entre ellos y de distintas procedencias, siempre plantean nuevas cuestiones. Son un incentivo continuo para pensar, rezar y reflexionar sobre cómo hacer que la fe sea algo vivo y activo en medio de nuestro mundo contemporáneo.
¿Tiene algún recuerdo o anécdota que guarde con especial cariño?
Recuerdo impartir una clase, un día, a primera hora de la tarde. En la primera fila del aula había un estudiante que estaba dando cabezadas; yo lo veía, pero no le dije nada. Hasta que, de repente, vi que apartó sus folios de la mesa y me dijo: “Perdone un momento”. Paró la clase, y lo que hizo fue recostarse sobre la mesa. Y ahí se echó a dormir, sin complejos. Yo le dejé, ¿qué iba a hacer?
También recuerdo otra anécdota. Hace años, impartí una clase a estudiantes de la asignatura Historia de la Comunicación, sobre la Revelación divina como proceso de comunicación. Cuando llevaba 5 minutos de clase, un alumno levantó la mano y dijo: “Yo no sé por qué nos está hablando de Jesucristo, si cualquier persona culta de nuestros días sabe que Jesucristo nunca ha existido”.
Esta pregunta, que estaba claro que la hizo para provocar, me llevó a pensar. Pensé que, si este chico se hacía esa pregunta, muchos otros se la harían, y reflexioné sobre cómo responderle. Esto provocó que me pusiera a recoger materiales y publiqué Rabí. Jesús de Nazaret, que, de alguna forma, es la respuesta a esa cuestión. Y claro, cualquier persona culta sabe que Jesús sí existió.
Si tuviera que dar algún consejo, ¿cuál sería?
Hay dos cualidades que se tienen que dar en un profesor de Teología: la humildad y la magnanimidad. La humildad de saber que estamos ante una ciencia que nos supera y no podemos controlar del todo. Y la magnanimidad, porque tenemos por delante un gran reto, que consiste no solamente en dar una clase, sino en enseñar que Jesucristo es la luz de las naciones, y que la fe es un fermento que debe estar activo.
El trabajo de un teólogo no es simplemente mirar al pasado y recordar lo que han dicho otros maestros; es una tarea de apertura, donde hay que tener ganas de aportar a esta sociedad.