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Fiesta y arte en torno la Inmaculada en Navarra (I)


FotoJ. L. Larrión/Frontal napolitano de las Agustinas Recoletas de Pamplona. 1665
Fenómeno social y cultural que superó al hecho religioso

Algunos hechos de tipo religioso, con enorme contenido cultural, se convirtieron en sociológicos. Entre ellos, podemos citar el de la Inmaculada Concepción. Su entrada en el arte, la literatura y la piedad popular, en el mundo hispánico durante el siglo XVII, fue un fenómeno en el que se vio involucrado todo el conjunto del tejido social. Sus imágenes, en diferentes ámbitos y con distintas técnicas, trascendieron lo estrictamente religioso para encuadrarse en una dimensión más amplia: la cultural. El tema dio lugar a singulares vivencias por parte del pueblo, así como a un auténtico hervidero de ideas, imágenes y escritos por parte de teólogos, artistas y miembros de otras élites sociales.

La sociedad navarra también vivió con intensidad aquel misterio y piadosa creencia, ya que no fue dogma hasta 1854. Algunos pueblos la proclamaron patrona, otros denunciaron a los dominicos que predicaban contra el sentir popular y otros hicieron sus particulares votos concepcionistas. Un sinnúmero de votos, cofradías, congregaciones, saludos, fiestas y torneos dan buena fe de cómo el mero hecho religioso se convirtió en sociológico y cultural.


Lienzo de las Benedictinas de Lumbier, hoy en Alzuza, por Diego González de la Vega, 1677. Foto J. L. Larrión

Votos de las instituciones y copatrona del reino

El movimiento inmaculista estuvo presente, tempranamente, en las instituciones navarras, tanto en las del Reino, como en las locales y diocesanas, así como en las de las órdenes religiosas –Jesuitas y Franciscanos especialmente- y de múltiples cofradías. El juramento concepcionista de las Cortes de Navarra de 1621 y los votos de los principales ayuntamientos (Pamplona en 1618, Tudela en 1619, Estella en 1622, Olite en 1624 y Sangüesa en 1625) constituyen una buena muestra de ello. Al mismo sentir se debió la obligación de jurar la defensa del misterio para cuantos se avecindaban o naturalizaban en estas tierras, o bien entraban a formar parte de una institución estrictamente civil o religiosa, ora las Cortes de Navarra, ora el cabildo catedralicio. A todo ello se deben unir las celebraciones festivas, las procesiones, la música, los torneos y diversiones con los que el pueblo festejó, de modo extrovertido, la fiesta. El placer de sentir y el gozo de celebrar se hicieron muy presentes en sintonía con el arte y la cultura del Barroco siempre tendente a cautivar a las personas mediante los sentidos, más frágiles que el intelecto. 

En 1760 el Papa, a instancias de Carlos III, declaró a la Inmaculada como patrona de las Españas. La Diputación de Navarra recibió la misiva real en 1761 y dejó la resolución sobre el modo de celebrar la fiesta para que lo determinase el Reino reunido en Cortes. En 1765, esta última institución decidió conmemorar tal fiesta como se hacía con los santos patronos, figurando la Inmaculada, en años sucesivos, como copatrona del Reino en sus actos oficiales.

Algunos pueblos navarros como Fitero, Cintruénigo, Corella, Olite o Arróniz la proclamaron patrona o copatrona en torno a 1643, con el voto correspondiente en el caso de no haberlo hecho anteriormente, mientras otros denunciaron a los frailes dominicos que predicaban contra la creencia popular.


Escultura vallisoletana de 1681 del Seminario Conciliar de Pamplona, procedente del Colegio de los Jesuitas

La fiesta multiplicada en Pamplona y un gran torneo en Tudela

En la capital navarra, la catedral, los franciscanos, las agustinas recoletas de modo muy especial, y los capuchinos compitieron con cultos y celebraciones en torno al día 8 de diciembre, en algunos casos con novena y, por lo general, con una solemnísima octava. El reino y el regimiento pamplonés hicieron otro tanto. A tal número de funciones tenía que asistir la capilla de música de la catedral, que hubo que racionalizar los horarios de los diferentes cultos. Incluso la congregación de la Inmaculada Concepción de los Jesuitas, establecida en 1613, se vio obligada a celebrar su fiesta principal el 21 de diciembre, por estar el día 8 y su octava repletos de funciones en señalados templos de la ciudad. Sus congregantes organizaban un repique de campanas la víspera, con acompañamiento de chirimías, una gran hoguera delante de la casa del prefecto y la colocación en las ventanas de las casas de todos ellos de una imagen de la Inmaculada entre dos luminarias.

En la capital de la Ribera y en honor de la Inmaculada se organizó un sobresaliente torneo en 1620, quizás el de mayor importancia de los celebrados en la ciudad en los siglos de la Edad Moderna. Como es sabido, un torneo rememoraba los ejercicios caballerescos medievales con simulacros bélicos de combates. Era considerado como el más noble ejercicio para caballeros, aunque decayó en Castilla y se mantuvo con cierta fuerza en los territorios de la Corona de Aragón.  Tenían como protagonistas a los nobles, de cuyas filas se reclutaban a los actores y aún a los espectadores, en muchos casos.

Como en festejos de este género, en el cartel anunciador se daba cuenta de los caballeros participantes, y su relación explica todo lo relativo al escenario, la pompa, el lujo y la ostentación del evento, elementos todos ellos con una finalidad: cautivar a los espectadores por la fuerza de los sentidos, mediante medios orales y plásticos. Los espacios de la fiesta, como era de esperar, se transformaron para el acontecimiento con banderolas, gallardetes y ricas colgaduras y reposteros de tafetán.

No faltó en su desarrollo la música, tanto la de contenido puramente civil, como la militar. Al respecto, hay que recordar que la música era en éste, como en otros festejos religiosos y lúdicos, una auténtica banda sonora, con la que se subrayaban momentos cargados de símbolos, ceremoniales que hablaban con sus gestos, así como las acciones sin palabras de quienes actuaban. La pólvora, los tambores, pífanos y cajas cooperaban en aquel mundo de sonidos a subrayar algunos tiempos con efectividad sublime, como la llegada del monstruo infernal, especie de máquina con fuegos y cohetes de todo tipo.

Un santuario de especial significación en Cintruénigo

Durante mucho tiempo se ha defendido la primacía navarra y aún hispana de este santuario en su dedicación a la Inmaculada. Hoy no se puede sostener, ni tan siquiera en Navarra, en donde se le adelantó en medio siglo la ermita de la Concepción del Monte de Torralba del Río. Sin embargo, la basílica cirbonera de la Purísima, ha sido de los puntos devocionales más importantes de toda Navarra en torno a la Inmaculada Concepción. 

Su cofradía data de 1580. Coincidiendo con esa fecha, se levantó el primitivo santuario y se encargó la imagen, obra que encaja perfectamente con el estilo de un maestro romanista residente en Tudela, Bernal de Gabadi, que se había formado con Gaspar Becerra en una de las obras cumbres del renacimiento hispano: el retablo de Astorga. El santuario fue ampliado entre 1654 y 1662. El retablo actual es obra de Francisco San Juan (1674). En pleno siglo XVIII se construyó un suntuoso camarín y se construyó una nueva portada.

Las fiestas de todo tipo que el regimiento de Cintrúenigo preparó en varias ocasiones fueron importantísimas, especialmente en el siglo XVII. Destacaron las corridas de toros, hogueras, músicas, comedias funciones religiosas, procesiones y traslados de la imagen, portada por singular privilegio por la hermandad de ballesteros de la Santa Cruz.


Imagen de la Purísima de Cintruénigo, por Bernal de Gabadi, c. 1580

Para saber más

FERNÁNDEZ GRACIA, R., La Inmaculada Concepción en Navarra. Arte y devoción durante los siglos del Barroco. Mentores, artistas e iconografía, Pamplona, Eunsa, 2004

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