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"El bien nunca se puede devolver"

Una conversación con el padre Cristino-Ela Engonga, estudiante de Derecho Canónico.

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El padre Cristino-Ela Engonga es de Guinea Ecuatorial. FOTO: Manuel Castells
05/05/14 12:55 Fina Trèmols

Cristino-Ela Engonga Mboo es sacerdote desde el 13 de agosto de 2011. A los 5 días de haber sido ordenado fue nombrado párroco de la Iglesia de la Sagrada Familia en Mengomeyén, municipio perteneciente al territorio de la diócesis de  Ebibeyín, en Guinea Ecuatorial. Dicho nombramiento le provocó una inmensa extrañeza y sorpresa, de manera que le preguntó a su Obispo cómo iba a empezar aquello. Él le contestó: "lo he pensado así, vete y empieza que Dios te mostrará lo que has de hacer".  Y allá se fue, con otros dos sacerdotes, con quienes tenía que organizar la actividad pastoral de 21 pueblos diseminados -algunos de ellos-  a más de 60 km de la sede parroquial. Y a los dos o tres meses, el padre Cristino vio los frutos de su trabajo, porque, gracias a la generosidad de sus feligreses y al apoyo de su Obispo, pudieron hacerse con unos medios tanto de locomoción como de otro tipo para poder disminuir las inmensas necesidades que presentaba dicha parroquia. A los seis meses, ya se le había pasado el susto.

Un año después le llamó de nuevo el Obispo para comunicarle que tenía otros planes para él; el padre Cristino le dijo "lo que usted quiera" pensando que le iba a cambiar de parroquia. Lo que no se podía ni imaginar era que le propusiera mandarlo a Pamplona para hacer la licenciatura en Derecho Canónico y poder servir así mejor a la Iglesia no solo en Guinea, sino en cualquier otra parte del mundo, pues se forma a los sacerdotes  para el bien de la Iglesia universal. Este proyecto se haría realidad gracias a una beca, que le había proporcionado una Fundación. Y así el Obispo sorprendió de nuevo al padre Cristino, porque a él, de siempre, le había gustado el Derecho, pero  como ingresó en el Seminario, se olvidó de las leyes para sumergirse en la Filosofía y en la Teología.

"Para mí supuso un choque muy fuerte", cuenta el padre Cristino. "En mi país el sacerdote no es solo sacerdote, sino que a veces  hace de mediador, consejero e incluso de «juez» en cuanto que los fieles saben que él ha de tener una palabra sobre cualquier conflicto o inquietud. Salir de ese contexto y caer en Pamplona, una realidad distinta, sin tener cura de almas, a veces desprovisto de algunas cosas necesarias, regresando a las aulas de clase con todo lo que eso conlleva, no fue fácil de sobrellevar al principio. Pero luego uno se da cuenta de que eso supone un gran esfuerzo de desprendimiento y de humildad; porque si no se pasa necesitad no se puede llegar a valorar nada ni saber preocuparse de los que más necesitan".

"Vivo en una residencia con otros sacerdotes de otras partes del mundo: Polonia, El Salvador, Indonesia, México, Camerún, Filipinas... Es una experiencia buenísima. Somos todos distintos, pero guiados por un mismo objetivo. La razón por la que hemos venido a estudiar aquí es la misma: que Jesucristo sea conocido y sigamos haciendo la Iglesia. No sé cómo devolver la ayuda recibida, porque como decimos en mi país: «El bien no se pude devolver»; la mejor manera de hacerlo es estar agradecido al bienhechor y ser cauce del mismo bien para los demás.  Me siento también embarcado en la gran misión  de las Fundaciones que ayudan a la formación de los sacerdotes de todo el mundo. Desde Guinea Ecuatorial, una vez finalizada la formación, nos gustaría aportar nuestro grano de arena. Le pido a Dios ser sabio y humilde, como los profesores que he tenido ocasión de conocer en la Universidad de Navarra", concluye el padre Cristino.

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