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Discurso de la rectora

María Iraburu



"En el mismo nacer de las cosas nuevas". Con esta expresión el fundador de la Universidad invitaba a los que le escuchaban a ser protagonistas comprometidos con el tiempo que les tocaba vivir. Estas palabras resultan especialmente inspiradoras en el comienzo del curso 2022-23, en el que celebramos los 70 años de los inicios de la Universidad de Navarra. Es también el primer acto de apertura que presido, y soy consciente de la expectación que esto puede suscitar, ya que el discurso del rector, de la rectora en este caso, tiene siempre algo de programático. Permitidme, sin embargo, miembros de la comunidad académica y tantos amigos aquí presentes, que os proponga, a la luz de esta expresión de San Josemaría, no tanto un programa cerrado, sino caminos de avance para los próximos años.

"En el mismo nacer de las cosas nuevas" nos habla, ante todo, de cambio, de novedad. Todos percibimos la magnitud y la celeridad de los cambios. "Lo nuevo" nos sorprende constantemente: en el ámbito de la tecnología y la economía, como la lección magistral ha puesto de manifiesto, pero también en las aspiraciones de las personas, la cultura o el escenario internacional, en el que a veces se presenta con visos amenazadores. Para una institución como la universidad, la celeridad del cambio, la aparición de lo nuevo, podría verse como un obstáculo. Nuestras tareas fundamentales, la investigación y la docencia, requieren de tiempo, de calma. Podemos argumentar que la volatilidad de muchas de esas cosas nuevas hace vana su mera consideración, o que su complejidad y dimensiones nos exceden. Y, sin embargo, también en palabras de S. Josemaría: "todos en la Universidad y la Universidad como corporación, tienen la obligación de fomentar la preocupación para resolver los grandes problemas de la vida humana". No vivimos, no queremos vivir, "de espaldas a ninguna inquietud, a ninguna incertidumbre, a ninguna necesidad" de los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Mantenernos al margen, o limitar nuestra implicación a una crítica cerrada haría traición a nuestra vocación universitaria, que nos impulsa a entrar en diálogo con los interrogantes y los problemas de la sociedad. Lo nuevo nos afecta, lo nuevo nos interesa, lo nuevo nos interpela.

Pero podemos preguntarnos, ¿cómo puede estar la universidad en el origen mismo de los cambios? Me gustaría responder a esta pregunta con una pequeña historia. El pasado mes de agosto he tenido la oportunidad de viajar lejos, a Kenia. En encuentros informales con distintas personas, he descubierto lazos insospechados que unen a la Universidad de Navarra con ese país. Una de las conversaciones más inspiradoras fue la que mantuve con la mujer y la hija de un antiguo alumno, Paul Saiti, recientemente fallecido, que llegó a la Universidad en 1960. Su paso por ella fue breve, ya que completó sus estudios en otros centros académicos antes de volver a África. Pero, según me contaba su familia, siempre mantuvo el convencimiento de que le debía a la Universidad de Navarra los que fueron los grandes principios de su vida: el sentido de la ética del trabajo, el deseo de mejorar su país y el descubrimiento de la dimensión espiritual de la vida. No es el momento de relatar las iniciativas que este antiguo alumno puso en marcha en Kenia en su larga vida profesional, pero emociona pensar que ahí, de algún modo, estaba presente la Universidad. Es también como una pequeña ventana en el tiempo que nos permite asomarnos a la Universidad de los comienzos, que con apenas ocho años y unos centenares de alumnos fue capaz de transformar vidas y ser generadora de cambios.

La historia de Paul nos recuerda la capacidad de impacto que tiene la universidad a través de sus antiguos alumnos. Ellos son, en gran medida, los que hacen presente lo nuevo a través del poder transformador del trabajo que realizan con otros colegas. Y esta realidad es una fuerte llamada a nuestra misión como institución, muy concretamente a nuestra misión como profesores. ¿Es la formación que impartimos la que, de verdad, necesitan nuestros estudiantes? ¿Damos prioridad a las personas, a cada alumno y alumna, en su única e irrepetible singularidad? ¿Somos capaces de crear entornos docentes verdaderamente transformadores? ¿Estamos aportando a la sociedad profesionales capaces de trabajar con los demás, comprometidos con el bien común para que el mundo avance en solidaridad, en convivencia, en justicia, en definitiva, en humanidad?

Cada primero de septiembre lo nuevo invade nuestras aulas y se produce el encuentro entre personas que define a la universidad. Es ese encuentro el que puede y debe inspirarnos a una docencia más comprometida, más en sintonía con las ilusiones y necesidades de nuestros estudiantes y con los desafíos que plantea la sociedad. Las posibilidades de avance en este ámbito son muchas: metodologías como el aprendizaje-servicio, que favorecen un enfoque solidario de la propia profesión; la integración entre las asignaturas humanísticas del core curriculum y los contenidos profesionalizantes; o proyectos que lleven a nuestros estudiantes a conocer la difícil realidad económica, social y humana en la que vive la mayor parte de la población mundial, para intentar mejorarla.

Y ahora propongo que dirijamos nuestra mirada hacia la investigación como el otro gran frente en el que la Universidad es generadora de innovación y avance, creadora de lo nuevo. La Estrategia 2025, Universidad y sostenibilidad, aspira a una investigación abierta a las necesidades de la sociedad y de las instituciones, implicada en ese gran reto colectivo que es buscar caminos para un desarrollo profundamente humano, capaz de hacer propuestas innovadoras y de afrontar las consecuencias de una pandemia o la desestabilización que provoca una guerra en el panorama internacional.

​​​​En este contexto, el proyecto Bioma, con su doble dimensión investigadora y expositiva, se perfila como una aportación singular que, con la colaboración de todos, quiere ofrecer el rigor y la fiabilidad de la ciencia para abrir nuevos horizontes de desarrollo sostenible. También desea ser un espacio de reflexión interdisciplinar en el que se exploren las cuestiones relacionadas con la sostenibilidad, se les dé profundidad de contenido, se descubran sus raíces antropológicas, sus consecuencias éticas. Aprovecho esta oportunidad para agradecer a todas las instituciones y empresas que nos apoyan en su lanzamiento. Esta misma semana hemos tenido la buena noticia de que los presupuestos generales del Estado incluyen una partida para el Museo de Ciencias que forma parte de este proyecto. Son fondos muy bienvenidos y lo serán también todos los que nos puedan llegar.

Pero la tarea investigadora de la Universidad se extiende a muchos otros ámbitos. Y es aquí donde cada facultad, cada centro de investigación, desde la cercanía con las distintas áreas de conocimiento, puede plantearse cuál es su aportación específica a través de la investigación. Investigar más, con más ambición, con más profundidad, es indudablemente uno de los retos de la Universidad de Navarra para los próximos años. Un reto ilusionante y compartido, que requerirá el esfuerzo conjunto de los que trabajamos en la Universidad y de tantas instituciones públicas y privadas para lograr hacer sostenible, también económicamente, la labor investigadora. Pienso, en concreto, en la formación de jóvenes investigadores que siempre ha caracterizado a la Universidad de Navarra y en la necesidad de aumentar la presencia de estudiantes de doctorado y de conseguir nuevas fuentes para financiar su trabajo. La Asociación de Amigos ha sido clave en estos años transcurridos y estoy segura de que será la mejor aliada para lograr este fin.

​​​​​​Recientemente un profesor de la Columbia University se preguntaba en un artículo "¿Puede la Universidad salvar el mundo?". En él se planteaba cuál puede ser la misión de la institución universitaria ante un contexto social lleno de paradojas y tantas veces amenazador. Este verano he encontrado en la obra de Tolkien "El señor de los anillos" la respuesta perfecta en boca de Gandalf, una autoridad poco académica, aunque indudablemente sabia: "No nos atañe a nosotros dominar todas las mareas del mundo, sino hacer lo que está en nuestras manos por el bien de los días que nos ha tocado vivir". Y tenemos mucho en nuestras manos: trabajamos en un lugar de juventud, de crecimiento, de compromiso. Por eso, la universidad, toda universidad, es también un lugar de esperanza. Me atrevería a decir que, con especial motivo, lo son las universidades de inspiración cristiana: nos alienta el convencimiento de que las mareas del mundo están en las manos de Dios, que Él también acompaña e inspira nuestro trabajo diario, y le da esa proyección insospechada que tantas veces tenemos el privilegio de experimentar. Con la confianza puesta en Él, como en aquel octubre de hace 70 años, cuando tuvo lugar nuestro primer acto académico de apertura, comenzamos el curso 2022-23 en la Universidad de Navarra.