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Benedicto XVI, un oso en Roma

31/12/2022

Publicado en

La Razón

Pablo Blanco Sarto |

Profesor en la Facultad de Teología

Lo contaba el mismo Ratzinger, al describir su escudo episcopal: «de la leyenda de san Corbiniano, fundador de la diócesis de Frisinga, tomé la figura del oso. Un oso –cuenta esta historia– había despedazado el caballo del santo en su viaje a Roma. Corbiniano lo reprendió severamente por tamaña fechoría y, como castigo, le cargó con el fardo que hasta entonces había llevado a lomos del caballo. Así, el oso tuvo que llevar el fardo hasta Roma». También él se veía a sí mismo como este improvisado animal de carga, pues su amo era Dios. Este viejo oso con que se identificaba el papa alemán ha muerto en Roma. A diferencia del oso de Corbiniano, que fue puesto en libertad al llegar a la Ciudad eterna, él debió quedarse en ella, continuaba.

Lo vimos deambular durante años con su fardo a cuestas por las calles de Roma. Afrontó con decisión los problemas que allí llegaban, procedentes de dentro y fuera de la Iglesia. No los ha ocultado ni los ha rehuido. Ha sido también capaz de dialogar «con los principales iconos del ateísmo», como decía Francisco Umbral. El profesor alemán –después arzobispo, prefecto y papa– conocía de cerca también el drama de la división entre el mundo ateo y el creyente. Trabajó a fondo para llegar a las raíces de los problemas y dar una mayor credibilidad a la Iglesia. La mejor reforma es la limpieza, la purificación interior: quitar lo que sobra para llegar al meollo. Por eso le llamaban «el papa de lo esencial»; este oso no se ha ido por las ramas.

Su aspecto no era el del jovial y pletórico Wojtyla en sus primeros años, ni el del entusiasta Francisco. El oso bávaro tenía más bien la apariencia de un pequeño oso. Con su débil voz, no parecía demasiado peligroso. Sin embargo, demostró fiereza cuando lo requería la ocasión, como atajar los casos de pederastia o empezar a erradicar los escándalos financieros intra muros. Era un hombre tranquilo, «un humilde trabajador en la viña del Señor», como se definió al ser elegido papa. Llevó su fardo con valentía y dignidad, sin buscar el éxito y arriesgando su popularidad. Después se quitó de en medio con el gesto revolucionario de la renuncia. Él, que tenía fama de conservador. El oso se quedó vagando por los Jardines vaticanos. Ha sido un verdadero reformador. Él mismo dijo en su Alemania natal, tierra de la Reforma protestante, que «los verdaderos reformadores son los santos». Tal vez esta frase resuma su programa: «menos burocracia, más santidad», como él mismo decía, y también los osos –«animales de carga del Señor»– podían ser santos.