La peripecia de Miguel Ángel Fernández Ordóñez en el Banco de España parece la historia de Mark Twain en «Un Yanqui en la Corte del Rey Arturo» (1889). Un «outsider» de la banca acaba de gobernador, controlador y regulador de banqueros, como el americano de Connecticut de la novela deviene en ministro y ejecutivo perpetuo del Rey de los Caballeros de la Mesa Redonda. Con la diferencia de que ni el dimisionario gobernador llegó por casualidad a su puesto, ni los banqueros buscaban mantener un legendario reino en el que brillase la Justicia.

Funcionario, economista del Estado, labró su carrera política con escalones precisos. Secretario de Estado dos veces con Felipe González, pasó por el FMI, presidió el Tribunal de Defensa de la Competencia y la Comisión Nacional de la Energía. Secretario de Estado con Rodríguez Zapatero, pasó a gobernador sin el acuerdo del PP en la oposición. No había sido bancario, mucho menos banquero y, bien por ignorancia, por intereses políticos o por falta de valentía, le explotó la crisis bancaria en las manos. Manejar a los banqueros y, más aún, a políticos metidos a banqueros, no era fácil, se necesitaba astucia, mano firme y prestigio. Durante los últimos años, el Banco de España ha carecido de las dos primeras y ha destruido el tercero.

Hasta el punto de que hasta los rigurosos Servicios de Inspección también han pedido su salida y el Gobierno encargó a firmas privadas de auditoría la comprobación de las cuentas bancarias. Incluso en Ferraz, la sede de su partido, se hablaba de ello. Por eso, ha adelantado –un mes– su salida. Curiosamente días después de que Rubalcaba acordase, en reunión monclovita, recomponer las instituciones con Rajoy. Son hechos. Recuperar el terreno perdido no es fácil. Le corresponde al siguiente gobernador. ¡Ojalá se acierte en su elección!