Publicado en
Diario de Navarra, Heraldo de Aragón, Diario Montañés, El Norte de Castilla y El Día de Tenerife
Santiago de Navascués |
Profesor de Historia Contemporánea
Una cosa es clara: los llamados “cordones sanitarios” en política funcionan. En las elecciones francesas, con récord de participación histórica, la coalición de extrema izquierda Nuevo Frente Popular ha evitado una mayoría del partido de extrema derecha Agrupación Nacional, y entre ambos queda la coalición centrista dirigida por Emmanuel Macron, Ensemble. Este último ha conseguido revivir en la segunda vuelta, pero se encuentra con un escenario de difícil gobernabilidad.
En este sentido, parece que nada va a cambiar en Francia. El país se encuentra en un punto de bloqueo técnico difícil de superar. Pero ¿por qué crecen los extremos y mengua el centro?
Estos comicios evidencian que Francia vive una crisis social sin precedentes, de la que el triunfo de la extrema izquierda es solo un síntoma. Varios analistas explican un patrón común en esta revuelta social que pone en jaque los valores de la república francesa. El enfant terrible de la literatura francesa en nuestros días, Michel Houellebecq, señalaba hace poco que en Francia se está produciendo “una revuelta del pueblo contra esas élites”, con un ambiente cada vez más guerracivilista. Una división social que se observa en los temas que más preocupan a la ciudadanía: la inflación, seguida por la delincuencia, la inseguridad ciudadana y el control de los flujos migratorios.
Este último tema es el que quizás divide más radicalmente las opciones izquierda-derecha, y plantea el complejo debate sobre la laicidad del Estado francés. Desde la Revolución, la República francesa sigue imponiendo los valores de libertad e igualdad como un dogma necesario para la asimilación de las poblaciones inmigradas, permitiendo la nacionalización de los niños nacidos de padres extranjeros. Sin embargo, el avance creciente de la población musulmana pone en jaque el sistema por el cual la mera nacionalización debería producir ciudadanos “libres e iguales”.
Así, mientras la extrema izquierda no ve en el islam un peligro para los valores del laicismo, la derecha cada vez encuentra más motivos para oponerse a su avance. Esta puede ser la mejor forma de entender la división entre extrema izquierda y derecha: una fractura entre dos modelos de sociedad en un país que se autoproclama defensor de los valores de la libertad y la igualdad.
El partido de Mélenchon es el preferido de la población musulmana y el de Le Pen pretende abanderar la causa anti inmigratoria en defensa de los valores republicanos. Así, el Nuevo Frente Popular ha prometido derogar las reformas de pensiones e inmigración y crear una agencia de rescate para inmigrantes sin papeles y facilitar las solicitudes de visa. Agrupación Nacional, por el contrario, pide controles más estrictos en las fronteras y la reducción de la inmigración. Su partido ofrece un enfoque más liberal hacia los asuntos sociales y se sitúa en una posición cada vez más centrista y esta evolución puede explicar también el éxito de AN, que ha pasado de tener 4 a 10 millones de votos en dos años.
No está de más recordar las sabias palabras de Alexis de Tocqueville sobre el agotamiento de las ideas políticas tras la Revolución Francesa. En uno de los capítulos más famosos de La democracia en América, argumentaba que las democracias del futuro serán esencialmente sociedades de clase media, que mantienen un cierto impulso revolucionario, pero que tienen mucho que perder con la fractura social.
La tarea es identificar si Francia ha llegado realmente a un punto de malestar tan grave que justifique una ruptura por los extremos. A pesar de su impasible imagen de centrismo y neutralidad, Macron ha tomado medidas que habríamos considerado radicales en otras circunstancias. A principios de 2021, cerró varios pasos fronterizos con España y hace unos meses decretó toques de queda para menores de edad en municipios conflictivos.
Medidas que, a pesar de todo, no han sido suficientes para frenar el auge de la violencia y no son pocos los analistas que han señalado la tibieza de estas medidas: Thierry de Montbrial, director del CRSI (Centre de réflexion sur la sécurité intérieure), escribió una carta abierta al presidente alertando de que el país se encuentra “al borde del abismo” por la “cobardía y las renuncias” del Estado a la hora de defender a sus ciudadanos.
Macron ha sobrevivido a duras penas en este último round electoral, pero parece improbable que subsista a largo plazo si no repara las grietas cada vez más evidentes del país. Hace unos meses, su prioridad era contener los disturbios violentos; la semana pasada, contener el avance de la extrema derecha. El discurso político cambia, pero los problemas continúan. Hasta ahora, las elites políticas han sido incapaces de producir un discurso asimilador que diga a las claras que los inmigrantes deben ser igual que los franceses, lo quieran o no. El discurso elitista sobre el derecho a la diferencia y la tolerancia sin restricciones genera una incoherencia y una ansiedad en el país que, hace poco más de dos siglos, quiso consagrar los derechos universales de la humanidad.