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Josep-Ignasi Saranyana, Profesor de la Facultad de Teología, Universidad de Navarra

La Sagrada Escritura

dom, 28 nov 2010 11:05:00 +0000 Publicado en La Vanguardia

Benedicto XVI acaba de publicar la exhortación apostólica postsinodal Verbum Domini (Palabra del Señor), un extenso documento de más de ochenta folios, que se organiza en tres partes: Dios habla, la Palabra de Dios en la Iglesia, y la Palabra de Dios en el mundo. Este texto se ofrece como reflexión teológica, pastoral y espiritual, con trazos de especial densidad especulativa. A pie de página figuran numerosas referencias tomadas de los Padres de la Iglesia, maestros medievales y teólogos de los siglos XIX y XX. Destacan también las citaciones de un documento de la Pontificia Comisión Bíblica, titulado La interpretación de la Biblia en la Iglesia (1993).

El Papa se alegra de que la Biblia haya recuperado el lugar que le corresponde en las celebraciones litúrgicas, en la predicación y en la vida espiritual de los fieles. A esto han contribuido el Vaticano II, la actividad apostólica de algunos movimientos cristianos y muchas otras instancias eclesiales. Los recelos tridentinos, de poner la traducción de la Biblia en manos de los fieles, han quedado atrás, gracias a Dios; y también se ha recuperado, para la piedad popular, el completo corpus paulino.

Benedicto XVI alerta, sin embargo, ante una "hermenéutica secularizada" (la exageración del método histórico-crítico), y ante una lectura fundamentalista del texto sagrado (una interpretación literalista); y apunta, además, dos temas dignos de atento estudio. Primero, que "la Escritura ha de ser proclamada, escuchada, leída, acogida y vivida como Palabra de Dios, en el seno de la Tradición apostólica, de la que no se puede separar"; de lo cual se deduce que la fe cristiana no es una "religión del Libro", sino la "religión de la Palabra de Dios". Y, en segundo lugar, que conviene reexaminar el proceso de la "inspiración bíblica", pues la Escritura nace del seno de la Iglesia, por obra del Espíritu. Esto último requerirá una estrecha cooperación entre teólogos y exegetas, hasta ahora bastante renuentes a colaborar.