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Carlos Eduardo Beltramo Alvarez, Investigador del Proyecto Educación de la Afectividad y Sexualidad Humana. Instituto Cultura y Sociedad (ICS), Universidad de Navarra

Educación afectivo-sexual, motivos y medidas para ofrecerla

            
jue, 27 feb 2020 10:15:00 +0000 Publicado en Educaweb

La educación afectivo-sexual es un tema importante para cualquier persona en formación. Lo adecuado es que esta educación esté orientada a formar a niños, niñas y adolescentes en la alfabetización afectiva que les permita entender la intrínseca conexión que tiene la sexualidad con el amor, con las decisiones fundamentales de vida, con la salud personal y con la fortaleza del entramado social. De este modo los programas de educación afectivo-sexual podrán bajar los niveles de agresividad en las relaciones entre jóvenes, aumentar el auténtico respeto y mejorar las capacidades de proyectarse en la vida a largo plazo (Weed & Ericksen, 2019). Por lo tanto, este tipo de educación no puede quedarse en efectismos cortoplacistas que no proporcionarían a los educandos esas herramientas que necesitan para tomar decisiones maduras y saludables.
 
La vida sexual es un área que corresponde a la intimidad de las personas. En los niños, niñas y adolescentes esa intimidad está en plena formación. Hay estudios que muestran de qué manera la inmadurez neurológica y cerebral caracteriza estas edades (Siegel, 2017). Elementos como intimidad e inmadurez, entre otros, hacen que el rol educativo de la familia sea fundamental. Ya que en la familia se da la aceptación incondicional de todos sus miembros, tanto de origen como de pertenencia, esta es la comunidad más apta para formar la personalidad de un sujeto hasta su madurez y total autonomía.
 
Según una definición de la OMS la salud sexual es "la integración de los elementos emocionales, somáticos, intelectuales y sociales del ser sexual por medios que sean positivamente enriquecedores y que potencien la personalidad, la comunicación y el amor" (Organización Mundial de la Salud, 1975, p. 6). También esta definición lleva a que la familia sea el marco natural para que niños, niñas y adolescentes adquieran salud sexual.
 
Según el sociólogo alemán Ferdinand Tönnies, los grupos humanos se distinguen entre comunidades y sociedades (Tönnies, 1974). En las comunidades los seres humanos somos aceptados incondicionalmente desde nuestro mismo nacimiento. Esta incondicionalidad se mantiene a lo largo de toda la vida, formando vínculos de gran potencia y capacidad de integración. La familia es la comunidad por excelencia. Por otro lado a las sociedades pertenecemos por cumplir diferentes funciones como la ciudadanía, el rendimiento laboral, la afición deportiva, las opciones a un partido político, el pago de impuestos, entre otros. Se puede decir que la escuela, siendo una parte de la sociedad, tiene muchos elementos de comunidad. La escuela adquiere algunas características comunitarias precisamente en la complementación con las familias de quienes acuden a ella.
 
Además, ninguna familia está aislada. Siendo una comunidad, la familia tiene que ayudar a que sus miembros se inserten en la sociedad: la escuela también es un entorno adecuado para complementar ese proceso.
 
En el campo de la educación afectivo-sexual la escuela debe buscar transmitir tanto elementos de la sociedad como aquellos que le aporta la comunidad llamada familia. Por tanto, lo más aconsejable es que se establezca entre escuela y familias una relación armoniosa en la cual los docentes estimulan la participación activa de padres y madres, no olvidando que la prioridad la tiene la familia, como señala el artículo 26 inciso 2 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Para evitar posibles diferencias el centro educativo tiene que hacer todo lo posible para que las familias sepan qué se hace y cómo se planea hacerlo y, por supuesto, es importante que las familias sean tomadas en cuenta completamente en el proceso. No es aconsejable que se establezca una discrepancia entre ambos ámbitos ya que finalmente lo sufren los alumnos y las alumnas (López-del Burgo et al., 2016).

En una democracia es normal que los ciudadanos tengan concepciones morales diferentes sobre temas tan sensibles como la sexualidad. Un centro educativo, para defender la diversidad de concepciones, debe tener especial cuidado de asegurarse que los padres y madres entienden qué clases se piensan implementar (en el temario, como actividades complementarias o como extracurriculares) y estén de acuerdo con ello. No es una limitación de la libertad de cátedra sino una medida elemental que favorece la buena marcha del binomio familia-escuela en una sociedad democrática. Por ejemplo, no habría debate sobre el contenido de la fisiología del ciclo menstrual. Sin embargo, en una democracia perfectamente puede haber diferentes opiniones sobre cuestiones como "qué significa amar" o "a qué edad puede ser una buena idea empezar a tener relaciones sexuales". No es lógico que un director de centro educativo o un gobierno puedan decidir contenidos al respecto sin tener en cuenta a los padres.
 
Si bien la oferta de recursos pedagógicos en esta área ha crecido mucho en los últimos años, se echan en falta el rigor científico como la visión holística del fenómeno de la sexualidad (Gómara, Repáraz, Osorio, & de Irala, 2010), tal como pide la OMS en varios documentos. Resulta evidente que los docentes necesitan mayores apoyos y recursos educativos que puedan implementar en el aula.
 
Estas herramientas deben partir de una mirada holística del hecho sexual y abarcar tanto contenidos biológicos y médicos con respaldo científico sólido, así como elementos de lo que se conoce como educación emocional o, para ser más precisos, alfabetización afectiva. Es necesario que toquen aspectos relacionados con las cuatro dimensiones mencionadas por la definición de la OMS, enfocadas en que los alumnos adquieran habilidades de comunicación, desarrollen su personalidad y sean capaces de llegar a vivir un amor que excluya la violencia. Estamos hablando de una educación sexual humanizada y humanizante, que no se quede únicamente en la anatomía y la fisiología, sino que vaya más allá.  En este sentido, suelen tener mejores resultados aquellos programas que incorporan activamente los tres pilares del pacto educativo: alumnado, profesorado y padres y madres.
 
Mucho se ha dicho acerca de la etapa adolescente como el momento adecuado para la impartición de la educación afectivo-sexual. Esta visión suele partir de reducir los contenidos a conocimientos de biología y reproducción. Pero si se amplía el horizonte pedagógico se ve que se puede perfectamente educar en afectividad y sexualidad durante la Primaria. La condición es que no se intente meter en esa etapa contenidos que corresponden a momentos posteriores del desarrollo psicosexual. El justificado recelo que causa hablar de educación sexual a edades tempranas es que algunas propuestas no hacen una adecuada selección de contenidos de acuerdo a etapas evolutivas y pueden generar experiencias que no educan.

Estas disonancias educativas pueden evitarse concentrando la educación afectiva y sexual en aquellos aspectos que cada etapa demanda. En el caso la etapa de la educación primaria deben servir para poner las bases de la salud sexual. Un niño o una niña deben aprender habilidades como la empatía, la asertividad, la resolución de conflictos o la autoestima, entre otros. También deben desarrollar un sistema de valores éticos que les permitan enmarcar toda posible decisión futura que, respetando la legítima diversidad de concepciones en temas tan íntimos, ponga en primer lugar el acuerdo de las familias con el formato que se quiera implementar.
 
Por ejemplo, el programa Quiero Querer, unos materiales pedagógicos enfocados precisamente en la Educación Primaria, es una alternativa que puede mencionarse. Estructuralmente abarca los tres sujetos del sistema educativo, teniendo libros para alumnos y alumnas, libros para los docentes y para padres y madres. Incluye tanto contenidos y actividades relacionadas con la parte anatómica y fisiológica de la sexualidad, así como las relativas a la alfabetización en el terreno emocional y el estímulo de habilidades personales y sociales. Tiene una estructura pedagógica que define los objetivos centrados en los alumnos y alumnas, y se enmarca en competencias a lograr en cada unidad de trabajo. El quehacer del profesorado está guiado por el esquema ampliamente usado actualmente de cabeza (dimensión cognitiva), corazón (dimensión actitudinal y afectiva) y mano (la acción propiamente dicha). El material es usado en diferentes versiones tanto en España como en países de Iberoamérica.