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Primeras impresiones sobre la invasión de Ucrania

25/02/2022

Publicado en

Diario de Navarra

Salvador Sánchez Tapia |

Profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad de Navarra

Después de varias semanas especulando y conteniendo la respiración, el mundo ha asistido hoy a la agresión rusa sobre el ya herido territorio de Ucrania. En la madrugada del día 24 de febrero, fuerzas militares de Rusia han cruzado la frontera y atacado a su vecino desde varias direcciones, y utilizando varios dominios operativos.

Despejada la duda sobre la invasión por la vía de los hechos, surgen nuevas incógnitas; ¿cuál va a ser su alcance?, ¿será Ucrania capaz de resistir la acometida rusa?, ¿cómo va a reaccionar la comunidad internacional en general, y Occidente en particular?

No resulta posible predecir qué va a pasar y dar una respuesta categórica a estas y otras cuestiones, igualmente acuciantes. Sí se puede, sin embargo, ofrecer algunas posibilidades razonables basadas en un análisis de la situación y de los actores implicados. Para ello, resulta preciso considerar de inicio qué objetivo ha podido mover a Putin a dar este paso, largamente anunciado, pero que se pensaba poder abortar mediante el recurso a la diplomacia o a la amenaza de sanciones.

El objetivo de Rusia con respecto a Ucrania no es otro que el de asegurar, de una vez por todas, que el país permanezca dentro del espacio que considera como su “esfera de influencia”. Ello pasa por un cambio de actitud del presidente Zelenski o, mejor aún, por un cambio de gobierno que instale en Kiev una autoridad próxima a los postulados rusos. Las acciones que lleve a cabo Rusia estarán ligadas a la consecución de este objetivo, en el entendimiento de que, lo que se dirime es para Moscú un interés de seguridad vital.

Si el ataque culmina con un éxito fulminante y el gobierno y la resistencia de Ucrania colapsan, es plausible pensar que Rusia mantendrá su presencia en las regiones ya parcialmente ocupadas en el Donbas, cuya independencia ha reconocido, integrándolas de facto en Rusia, quizás extendiendo esa presencia para lograr un puente terrestre que las una con la península de Crimea, llegando, incluso, al límite del Dnieper, y dividiendo Ucrania entre una parte bajo dominio directo ruso y otra finlandizada, nominalmente independiente, pero bajo su control.

Si, por el contrario, la resistencia ucraniana se revelara capaz de obstaculizar la actividad rusa -algo que no parece probable- entonces Rusia podría verse forzada a una ocupación masiva del país con consecuencias imprevisibles, pero muy costosa en términos económicos y de recursos humanos y materiales, y que podría generar importantes movimientos de refugiados y desplazados.

Con independencia del resultado final de la agresión, algunas realidades se abren paso ante el espectador. La más inmediata, quizás, sea la de que las previsiones de todos aquellos que, desde los ámbitos académico y profesional, han estado anunciando el fin de la guerra clausewitziana y el alba de un nuevo paradigma de guerra, no han resultado del todo acertadas. Tras años de predicar la llegada de “nuevas guerras” y “guerras entre la gente”, nos encontramos con un conflicto -al menos por lo que se ve en este momento- bastante clásico, con motivos y objetivos que el pensador prusiano reconocería fácilmente y con medios convencionales reforzados, eso sí, por la tecnología actual. Algo similar cabe decir de los viejos postulados de la geopolítica, que no pocos han considerado como superados por el orden liberal, pero que, a la vista está, continúan inspirando a muchos actores del sistema internacional.

Aún es pronto para saber cómo va a responder la comunidad internacional y, de forma más concreta, Occidente y la OTAN. Las primeras declaraciones recogidas del liderazgo de la Unión Europea y del de otros países europeos hablan de la inaceptabilidad de la agresión rusa y del apoyo incondicional a Ucrania, pero ofrecen poco más que ayuda militar a Kiev -enviándole armamento y material, cabe suponer- y un severo régimen de sanciones cuyo alcance está por definir, que dañará a sancionados y sancionadores, y cuya perspectiva no ha sido capaz de disuadir a Putin quien, probablemente, esté buscando vías para esquivarlas.

En una situación tan volátil como la que se vive en estos momentos, hay una posibilidad de que algún país vecino, miembro de la Alianza Atlántica, emprenda acciones defensivas que pudieran ser percibidas por Rusia como una agresión, o que se produzca algún error de cálculo que pudiera arrastrar a la OTAN al conflicto en aplicación directa del Artículo 5 del Tratado de Washington. Para evitar eso, la Alianza ha reforzado su presencia militar en los aliados más afectados por la amenaza rusa, y ha activado sus planes de defensa.

La larga sombra de las armas nucleares planea detrás de esta guerra. Es probable que, sin ellas, el compromiso occidental con Ucrania hubiera sido diferente al que se está viendo ahora. La posibilidad de una escalada nuclear es, sencillamente, inaceptable. Haciendo historia contrafactual, podríamos también preguntarnos si la invasión habría sido posible con una Ucrania nuclearizada como la que existió hasta 1994. La respuesta está clara para los proliferadores de hoy.

Más allá de Ucrania, lo que está en juego en esta guerra es la supervivencia del orden internacional resultante de la Segunda Guerra Mundial que, a pesar de sus defectos, tantos años de estabilidad y prosperidad ha generado a nivel global, pero que Rusia percibe como ventajoso para los Estados Unidos, que habría abusado del mismo al final de la era soviética, y como lesivo para sus intereses de seguridad. Con su decisión, Putin demuestra no tener ningún respeto al principio de soberanía sobre el que se basa dicho orden. Lo que es peor; parece haber detectado debilidad en unos Estados Unidos que, de momento, como represalia, ofrecen únicamente un régimen de sanciones que Rusia parece despreciar. Mucho nos jugamos en que Rusia no triunfe en su agresión.