Joaquín Baleztena Gurrea, Médico de Residencia y profesor de Geriatría de la Facultad de Medicina de la Universidad de Navarra
Consecuencias indirectas del coronavirus en ancianos
Poco a poco vamos conociendo más en muchos aspectos de lo referido a la infección producida por el SARSCoV-2, cuyo cuadro clínico se ha denominado COVID-19 o más comúnmente coronavirus por pertenecer el virus a la familia Coronaviridae.
Mucho se habla de las consecuencias directas del COVID-19 en las personas de edad más avanzada, población especialmente vulnerable en cuanto a gravedad y mortalidad. Pero hay un aspecto en el que se está incidiendo poco o nada: el peligro de los síndromes geriátricos que puede producir el confinamiento domiciliario en estas personas. Obviamente, es muy importante que no se contagien y, si lo hacen, que lo superen, pero también es fundamental que cuando pase todo esto no hayan perdido funcionalidad ni estén en peores condiciones de las que estaban anteriormente.
Los síndromes geriátricos son un conjunto de entidades originadas por la concurrencia de una serie de factores que tienen su expresión a través de cuadros patológicos no encuadrados en las enfermedades habituales. Estos pueden generar mayor morbilidad y consecuencias en ocasiones más graves que la propia enfermedad o que la causa inicial que los produce.
Concretamente, el síndrome de inmovilidad es la vía común de presentación de una situación generada por una serie de cambios fisiopatológicos en múltiples sistemas condicionados por la inmovilidad y el desuso acompañante. Es un cuadro clínico generalmente multifactorial, potencialmente reversible y prevenible. Y de todo esto, lo más importante es lo último, ya que, si es prevenible y puede desembocar incluso en la dependencia y la muerte, debemos poner todo el esfuerzo posible en evitarlo. Las secuelas de la inmovilidad pueden ser graduales o inmediatas y resultan ser más severas cuanto mayor es la duración y el grado de la inmovilización.
Teniendo en cuenta lo anterior, es vital promover que las personas de edad avanzada, dentro de su confinamiento, lleven una vida activa, evitando el encamamiento o el permanecer prácticamente todo el día sentados. Estar en casa no implica permanecer en pijama. Es muy importante que sigan con sus rutinas diarias de aseo, vestido, tareas del hogar y aficiones, y que se hagan un plan de ejercicios acorde con su situación. Es necesario beber abundante líquido y seguir una nutrición saludable y variada, incluyendo, concretamente durante estos días, alimentos ricos en proteínas como pueden ser carne, pescado, huevos y lácteos (excepto en enfermos renales graves o patologías especiales) que ayuden, junto con el ejercicio, a la formación de músculo.
La familia fundamentalmente, pero también los amigos y vecinos, juegan aquí un papel fundamental, siendo el mayor colchón protector a nivel social que pueden tener. No debería haber ningún anciano aislado en su domicilio que no reciba todo el apoyo material, social, afectivo y espiritual mediante el medio que sea posible, ya sean llamadas telefónicas diarias o visitas controladas e individualizadas cuando sea necesario, aprovechando para recordarles la importancia de la vida activa y sobre todo humanizando su situación, no limitándonos solo a las medidas técnicas y estrictamente sanitarias que se dan por supuestas.
Como repetimos tantas veces, en el mundo de la Gerontología no solo se trata de dar años a la vida, sino de dar vida a los años. Es deber de todos que las personas de edad avanzada, cuando finalice todo esto, no salgan más frágiles o dependientes. Me atrevo a completar el repetido "yo me quedo en casa" con un "haciendo vida activa", y sin olvidar que necesitan más que nunca nuestro cariño.