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Carlos Barrera del Barrio, , Profesor titular de Periodismo de la Facultad de Comunicación

Estrella inesperada de la Transición

El presidente fue mejor estadista que hombre de partido y por ello el partido que se organizó en torno a su figura acabó devorándole

lun, 24 mar 2014 14:52:00 +0000 Publicado en Diario de Navarra

Ahora que se ha apagado definitivamente la vida de Adolfo Suárez abundarán, en los distintos medios de comunicación, los balances de su obra política: discutibles desde el análisis histórico, al igual que fueron ya sometidos a fuerte discusión durante su propia presidencia del gobierno entre julio de 1976 y enero de 1981. No está de moda la Transición. Por mor de estos péndulos que suelen registrarse en la historiografía, a un período en el que se la glorificó -quizás de modo algo exagerado le ha seguido otro de carácter revisionista que achaca a la Transición, y al cómo se hizo, la mayor parte de nuestros males actuales, que no son pocos.

Como figura destacada de aquellos años, el nombre de Adolfo Suárez está asociado ya a la transición democrática. Los defensores de su legado enfatizarán su determinación para lograr el paso de una dictadura a una democracia de una forma básicamente pacífica. Sus detractores o críticos se fijarán en los elementos condicionantes de dicho proceso, empezando por el hecho de que los principales diseñadores de la reforma política fueron personas procedentes del franquismo: Torcuato Fernández-Miranda, Adolfo Suárez y el propio rey Juan Carlos, al fin y al cabo nombrado sucesor por Franco.

A ojos de muchos analistas de entonces, no parecía Suárez tener el perfil más adecuado para dirigir la tarea, encomendada por el Rey. Además, a diferencia de otros hombres que se postulaban para esa tarea o que se dejaban querer por la incipiente opinión pública del momento, apenas era conocido. Por eso se convirtió en la estrella más inesperada de la transición. Su programa de gobierno lo resumió en su primera comparecencia televisiva: "Que los gobiernos del futuro sean el resultado de la libre voluntad de la mayoría de los españoles". Si tenemos que juzgarle por el enunciado de esa meta concreta que se puso, obvio es decir que lo consiguió porque desde entonces acá esa ha sido la regla fundamental de nuestra democracia.

Para valorar debidamente su acción política en aquellos delicados momentos, hay que recordar que la recepción de su nombramiento como presidente del gobierno fue entre tibia y decepcionada dentro de España y básicamente escéptica para los principales periódicos de referencia internacional. No lo tuvo fácil, pero de su esfuerzo caben pocas dudas: lograr la autodisolución de las Cortes franquistas, las negociaciones secretas con Santiago Carrillo para la legalización del PCE, soportar estoicamente la enemiga de la ultraderecha que lo veía como un traidor, su entereza en la triste tarde-noche del 23-F. Ciertamente fue mejor estadista que hombre de partido, y por eso la UCD que se organizó en torno a él acabó devorándole con la aquiescencia del resto de partidos y la mayor parte de la opinión pública.

Se hizo eco Suárez del principal mensaje del Rey: "nuestro futuro se basará en un efectivo consenso de concordia nacional". Esa llamada a la reconciliación guió sus pasos y, quizás, hoy podríamos aprender todos un poco de ese espíritu para aplicarlo, sobre bases distintas pues diferente es el tiempo que nos toca vivir, a nuestros problemas actuales.