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Antonio Aretxabala, Geólogo de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Navarra

Los terremotos del Perdón y la memoria del mundo mineral

mar, 23 abr 2013 15:11:00 +0000 Publicado en Diario de Noticias

 

A muchos les puede parecer extraño, pero el mundo mineral sabe lo que le sucede cuando recibe un estímulo, y además si este es la primera vez que le incita. Por ello tiene una respuesta. Escucharle, y además cómo hacerlo, modulando ese lenguaje e interpretándolo para la comunidad, es el deber de los geólogos. Pero entonces, ¿qué idioma hablan las montañas y las rocas, los limos y las gravas, las arcillas y las fallas?

La respuesta se denomina deformación, la pregunta o la demanda del entorno para obtener esas respuestas es la tensión. La conversación es una sinfonía escrita sobre un pentagrama enmarcado entre parámetros de tensión deformación. Interpretarlo requiere al menos un poco de generosidad, es decir, un poco de atención.

Veamos un par de ejemplos con rocas profundas: los túneles entre las dos islas japonesas más septentrionales, en los años 80, o los del Canal de la Mancha entre Francia y Gran Bretaña, en los 90. Para actuar con éxito hay que conocer perfectamente el estado tensional a las profundidades afectadas e instalar ese aislado y estrecho cilindro que unirá dos tierras bajo el mar. Para ello extraemos muestras, las sometemos a tensión en un laboratorio y he ahí su respuesta: antes de romper, a un umbral del 80% de la tensión de rotura comienzan a crujir. Hay actividad microsísmica, si al llegar al 85% e incluso 90% de la tensión de rotura retiramos la carga, la roca se calla. Todo es de un impulso de ida y vuelta, la roca vuelve a su ser pero ahora es más sabia, sus partículas han conocido una nueva experiencia.

Por eso, si nuevamente volvemos a cargar, ¿cuándo comienza su respuesta en forma de crujidos y reajustes internos ante tanto esfuerzo al que se ve sometida? Efectivamente, no antes del 85-90%. Ya lo había aprendido e interiorizado, y así se había adaptado; sucesivamente le volvemos a preguntar hasta alcanzar el 92, 95 y finalmente el 100% en que se desvanece y sucumbe: es la rotura… Ese que mostró en sus primeros crujidos era el estado tensional allí abajo, por donde pasarán los túneles, el estado en el que comienza a gritar; nos lo ha comunicado en su mecánico lenguaje: tensión deformación, los transductores, o el polígrafo, tan solo amplifican esa respuesta, se llama efecto Kaiser.

Un suelo hace lo mismo, una arcilla, una grava… Le sometemos a tensión, su itinerario se ajusta a esa conocida experiencia, la lleva en su memoria, un técnico cualquiera lo verá como una mera curva de tensión deformación que es elástica, continua, predecible..., el camino es de ida y vuelta, podemos poner un edificio encima y volver a quitarlo, el suelo se recuperará, está todo registrado en su memoria, en el orden de sus partículas. Esas partículas más íntimas ya están dispuestas a la respuesta. Pero si nos excedemos, si sobrepasamos la tensión conocida por millones de años, la respuesta es crítica, la deformación excesiva e incluso la rotura acaba con el orden establecido por millones de años de dinámica geológica, climática, humana… Se llama efecto edométrico.

Un ejemplo cercano lo tuvimos en el Parlamento de Navarra, edificio reconvertido desde la antigua Audiencia de justicia al centro de las decisiones de la Comunidad Foral; las conocidas gravas de Pamplona como cascajo acogieron un edificio del siglo XIX con 50 toneladas por metro cuadrado por más de 100 años, el terreno aceptó de buen grado ese impulso estático. Durante las obras para su transformación en el Parlamento se previó un vaciado que redujera a 25 toneladas esas cargas. Nada nuevo, todo controlado y memorizado, sin embargo, la excavación para sótano irregularmente realizada por los hombres, llevaría unos días a una situación crítica al no cumplirse los conocidos postulados de partida. Se alcanzaron localmente las 90 toneladas durante unas horas. El muro interior sur se apoyaba sobre los terrenos a los que se forzó a esa nueva información, no estaba en su memoria, esta llegaba tan sólo a 50, alcanzar los 90 se le escapaba, necesitaba por lo tanto una nueva respuesta y una reordenación: tres centímetros de deformación fueron su mejor respuesta, suficientes para, avisando horas antes con estremecedores crujidos, hacer colapsar una buena parte del edificio. Fue por la noche, eran las vísperas de San Fermín, nadie quiso escucharlo y todo se desvaneció.

Desde hace más de dos meses la tierra cruje en la sierra del Perdón, grandes zonas corticales también guardan información en su memoria; los devas que se recuerdan en las lenguas ancestrales como el sánscrito o el euskera hacen referencia a esa memoria animada, hubo una época en la que el ser humano se veía a sí mismo incluido en el paisaje, de la mano de esas entidades mitológicas; distanciarse fue tan necesario como moderno. La memoria viva se sacrificó para cuantificar a la naturaleza; pero la realidad es que la naturaleza cuantifica a su manera, es muy sabia y muy compleja, no son esas las maneras cristalizadas y congeladas de nuestro intelecto. Aunque el crujir sí lo entendemos y a esas escalas nos asusta, la naturaleza no suele mostrar comportamientos lineales, parabólicos o hipérboles.

Los casi 300 terremotos sucedidos en los dos últimos meses deberemos acogerlos como lo que son: una auténtica respuesta, una respuesta ante algún esfuerzo cortical ausente de la memoria de la sierra del Perdón. Si se hubiese dado previamente semejante impulso común no habría réplica, no crujiría, y réplica en su mejor contexto: la contestación rotunda y repetida de un patrón que comienza a ser habitual: una respuesta sísmica ante esfuerzos corticales y climáticos nuevos nunca antes experimentados.

Y es verdad que los seres humanos somos muy modernos, tanto que a la débil y frágil interfaz en la que vivimos entre la atmósfera y la hidrosfera la hemos hecho social, la tratamos como algo propio y le denominamos con toda la arrogancia de que somos capaces patrimonio natural. Pero al actuar así, además de demostrar mucha modernidad, también nos apropiamos de algo cuya dinámica ni siquiera conocemos y menos aún podemos controlar.

La sierra del Perdón grita, cruje, se revuelve…, lleva dos meses haciéndolo, ¿vamos a seguir con nuestra sordera sabiendo que está pasando por algo nuevo para lo que sólo tiene esa respuesta? ¿O vamos a intentar comprender qué es lo que verdaderamente perturba su paz y la de 350.000 personas que compartimos un espacio común sobre esta frágil interfaz? ¿Será capaz de revolverse de manera más contundente y darnos una mala respuesta, o seguirá haciendo gala de una paz ciencia que quizá un día se le agote? Si seguimos escatimando en medios para conocer nuestro hábitat y su dinámica, algún día este nos responderá de una manera más contundente y seremos nosotros los que no encontraremos la explicación por el olvido de nuestros propios actos. Espero que nuestros dirigentes despierten a que la amenaza sísmica de la Cuenca de Pamplona puede ser real, actuando como el avestruz y obviando lo que la naturaleza se empeña en recordarnos, no aminora la acumulación de esfuerzos ni el aumento de las presiones intersticiales de fluidos en las fallas. La paz-ciencia es mucha, pero cada una, dos, o diez décadas, la naturaleza nos recuerda con un disgusto su descomunal fuerza. El terremoto de Uterga del día 20 de abril de 2013, al igual que el de un mes antes en Etxauri, relajaron tanta fuerza cortical como dos bombas atómicas similares a las de Hiroshima. No es la primera vez ni será la última que ocurra cerca de la capital de Navarra. El siglo XXI espera una respuesta.