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La sociedad del amor líquido

14/08/2022

Publicado en

Diario Montañés y Diario de Navarra

Gerardo Castillo |

Profesor Facultad de Educación y Psicología

En España se está produciendo, año tras año, un considerable aumento de las rupturas conyugales. Por cada diez matrimonios hay siete rupturas (Datos del Instituto de Política Familiar, 2015). Las causas de este fenómeno son muchas, pero en este momento me referiré solamente a una de ellas. Se trata de una categoría sociológica propia de la mentalidad posmoderna que el sociólogo Zygmunt Bauman denomina «sociedad líquida». En la sociedad líquida existe mucha incertidumbre por la vertiginosa rapidez de sus cambios. Con la metáfora de la liquidez Bauman se refiere a la inconsistencia de las relaciones humanasen diferentes ámbitos, especialmente en el afectivo.

En su libro ‘Amor líquido: acerca de la fragilidad de los vínculos humanos’, Bauman describe la sociedad en el mundo globalizado y los cambios que impone a la condición humana. En su análisis del amor subraya la fragilidad de las relaciones afectivas, que suscita miedo a establecer relaciones duraderas, más allá de las meras conexiones. Esto conlleva no creer en el amor para siempre.

A la fragilidad de los vínculos afectivos contribuye el síndrome consumista de la sociedad actual. El amor líquido fomenta la cosificación de las personas, que son concebidas y valoradas como cosas, lo que genera en ellas un vacío existencial.

El consumo como medida de todas nuestras acciones no favorece la lealtad y la dedicación al otro; al contrario, está pensado para pasar de un deseo al otro.

Bauman señala la paradoja de que, en una época con abundancia de medios de comunicación, esa comunicación no da como resultado la unión, sino la fragmentación. Se fragmentan la vida, el trabajo, el ocio, todo visto como bienes individuales sin el horizonte de una totalidad humana. Habla de un «individualismo rampante» donde cada uno juega su juego. Las relaciones amorosas se basan más en la atracción física que en una conexión profunda a un nivel personal. Son relaciones marcadas por el individualismo, en el que el contacto es efímero, y superficial. Es un amor que nace para ser consumido, pero no para ser sublimado. Además, la aparición de las redes sociales y las nuevas tecnologías ha contribuido a consolidar esa tendencia. Lo virtual y lo real se confunden.

Los habitantes del mundo líquido actual tienen miedo al compromiso, al acto desinteresado de adhesión a una persona de manera indefinida. Por ello el amor matrimonial no podría perdurar. Una de las características esenciales de este miedo es la incapacidad para mantener una relación a largo plazo. Eso no significa que la persona no ame a su pareja, pero los sentimientos que experimenta ante la perspectiva del compromiso son superficiales.

Algunos rasgos muy comunes de quienes temen una relación duradera: son muy independientes; odian depender de alguien; les preocupa perder libertad; le resulta difícil compartir sus mundos.

En su libro Bauman describe la realidad del «amor líquido», pero apenas la juzga. Esto último lo hará posteriormente (2006) en su comentario a la enciclica de Benedicto XVI Deus Caritas Est. Estas fueron sus palabras: «Creo que el Papa ha dado en el blanco con su llamamiento al amor total en una sociedad que por definición evita los lazos duraderos y exclusivos».

Para Bauman, las personas de la modernidad líquida pueden ser más autónomas, pero también más solitarias. La soledad actual no es sólo un problema individual, es una soledad generalizada. Bauman nos transmite la esperanza de revertir esa situación, generando nuevos vínculos sólidos, solidarios y comunitarios. Por mi parte, asevero que esos vínculos están ya presentes en el matrimonio como realidad natural, en el hecho de casarse. Hoy urge explicar a muchas personas que quienes se casan incluyen en su proceso amoroso un rasgo que no existía en el noviazgo: el compromiso. El amor gratuito que se da como un regalo, se transforma en amor de justicia, en deuda de amor. El compromiso conlleva un acto de entrega de todo lo que los cónyuges son en el presente y de lo que serán en el futuro como varón y mujer.

Quien se compromete se autoobliga libremente a querer al otro sin fecha de caducidad. A quienes piensan que casarse para siempre no es realista les recuerdo que todos los enamorados, de todas las épocas, se han hecho entre sí la misma pregunta: ¿me querrás siempre?. Esto denota que el verdadero amor implica estabilidad y permanencia.

Con la actitud de casarse para siempre las dificultades de la vida conyugal se relativizan y superan. Además, se tiene la tranquilidad de no estar «a prueba» todos los días.