Ramiro Pellitero Iglesias, Profesor de la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra
Formación de los laicos, desde el corazón de la Iglesia
En un discurso a la primera Asamblea plenaria del Dicasterio para Laicos (16-XI-2019), Familia y Vida, reunida para tratar sobre “la formación de los laicos para reforzar su identidad y su misión en el mundo”, el Papa Francisco ha señalado la importancia de sentir desde el corazón de la Iglesia, entre otras actitudes de fondo.
Si bien es algo que tiene un significado especial para los que trabajan en un Dicasterio romano, al servicio de la Iglesia universal, sin embargo es interesante como perspectiva general para todos y particularmente para los fieles laicos.
El Papa desarrolló su argumento en torno a dos “imágenes”: "sentir con el corazón de la Iglesia" y “tener una mirada de hermanos”.
El corazón de la Iglesia madre
1. “Ahí está el futuro de los laicos: sentir con el corazón de la Iglesia”, afirmó Francisco. Y dentro de esta “imagen” señaló varios puntos.
En primer lugar les animó a “pasar de una perspectiva local a una universal: la Iglesia no se identifica con mi diócesis de proveniencia, o con el movimiento eclesial al que pertenezco, o con la escuela teológica o la tradición espiritual en la que me he formado”. Es bueno, en efecto –y bueno para todos– no acostumbrarse a lo que el Papa llamó “esos pequeños encierros”.
Y explicó la razón teológica de fondo: “La Iglesia es católica, es universal y es mucho más amplia, es de ánimo más grande, es decir, es ‘magnánima’, respecto a mi punto de vista individual”. Por eso, añadió, “sentir con el corazón de la Iglesia” quiere decir por eso sentir de modo católico, universal, mirando al todo de la Iglesia y del mundo y no solo una parte”.
Además, continuó Francisco, hay que esforzarse en ir más allá de las propias competencias personales, como teólogo, profesor, médico, conferenciante, formador pastoral, etc., para adoptar la perspectiva de la Iglesia-madre”. La experiencia o el conocimiento acumulado en algún campo, es siempre útil. Pero en el caso de quienes trabajan en servicio directo de la Iglesia –y de nuevo podría decirse que es conveniente para todos los cristianos y especialmente los educadores– siempre conviene dar “un paso más”. La iglesia es madre. Les animaba a preguntarse ante su trabajo: ¿Cómo “ve” la Iglesia Madre esta realidad (todo lo que afecta a los laicos, a la familia y a la vida)? ¿Cómo la “siente”?
Para responder a estas preguntas Francisco enumeró algunas características de ese “sentimiento eclesial” que deriva de considerar a la Iglesia como verdadera madre.
Una madre desea ante todo la concordia entre sus hijos, sin favoritismos ni preferencias; propone siempre la colaboración entre todos, evitando oposiciones y antagonismos estériles, y animando a la fraternidad con vistas al bien común de la familia.
Una madre desea “que sus hijos crezcan siendo autónomos, creativos y emprendedores, y no que sean infantiles”. Es decir que se hagan adultos superando resistencias y miedos, con audacia y valentía, poniendo sus talentos al servicio de las tareas que deban emprender en la sociedad, en la cultura o en la política, afrontando los retos del mundo contemporáneo.
Además, una madre custodia “la historia y la tradición vivas de la familia”; sabe mantener juntos el pasado (lo que de bueno se haya logrado en la familia) junto con el presente (los desafíos actuales) y el futuro. Así también la Iglesia vive en la tensión de la memoria y la esperanza, echando las semillas del Reino sin dejarse asediar por el éxito inmediato.
Una mirada de hermanos
2. Segunda “imagen”: tener una mirada de hermanos. También desarrolló varios aspectos. Como “hermanos en la fe”, responsables de estudiar el modo de extender el mensaje cristiano entre los laicos, es necesario recordar que “la fe nace siempre del encuentro personal con el Dios vivo y se alimenta de los Sacramentos de la Iglesia”. De ahí que. “cualquier formación cristiana debe siempre apoyarse en esa experiencia fundamental del encuentro con Dios y en la vida sacramental”.
Por ese motivo “la formación no puede concentrarse exclusivamente en el hacer”. Francisco señaló la necesidad en nuestros días de enseñar a todos – más a los niños, jóvenes y parejas casadas– a tener “una vida de oración, un diario y familiar coloquio con Dios”. También a recurrir al acompañamiento en la vida espiritual, contando también con otros laicos.
En la tarea de formar a los fieles laicos, observó algo que ya había subrayado Juan Pablo II: “vuestra tarea no es principalmente la de crear iniciativas que miran a meter laicos en estructuras y programas eclesiales, sino la de hacer crecer en su conciencia de ser testigos de Cristo en la vida privada y en la sociedad; diría casi ‘signos visibles’ de la presencia de Cristo en cada ambiente”.
La base para hacer esto es el Bautismo. Y por tanto, apuntó el Papa, es preciso “ayudar a tantos discípulos de Cristo a vivir la vida ordinaria en conformidad a la gracia bautismal que han recibido. Hay tantos fieles laicos en el mundo que, viviendo con humildad y sinceridad su fe, son grandes luces para quien vive junto a ellos”.
Francisco les dio además dos consejos prácticos. Primero, les aconsejó pensar en su propia experiencia como formadores, en los retos y dificultades que ellos mismos, en las familias, en el trabajo en el barrio. Así se pueden comprender mejor las dificultades de los fieles laicos en todo el mundo, dificultades que son a menudo “aumentadas por condiciones de pobreza e inestabilidad social, por la persecución religiosa y la propaganda ideológica anti-cristiana”.
Segundo consejo: “empatizar con aquellos cristianos que viven experiencias diferentes a las vuestras”. Concretamente –y vale la pena recoger entera esta enumeración–: “los que no pertenecen a ninguna realidad eclesial particular; los que viven en las regiones más remotas de la tierra y que tienen pocas oportunidades de formación y de crecimiento humano y espiritual; los que representan una pequeña minoría en su país y viven en contextos multi-religiosos; los que nutren su fe exclusivamente a través de la religiosidad popular; los que son evangelizados solamente por la vida de oración vivida en familia”.
De esta manera, tener en cuenta ese amplio panorama de los fieles laicos, de todas las categorías sociales y de todas las regiones del mundo, ayudará mucho a “pensar de modo creativo y realista” en esa tarea formativa. Una tarea que tiene como finalidad ayudar a los bautizados “ a vivir con alegría, convicción y fidelidad la pertenencia a Cristo, siendo discípulos misioneros, protagonistas en la promoción de la vida, en la defensa de la recta razón, de la justicia, de la paz, de la libertad, al favorecer la sana convivencia entre los pueblos y culturas”.
La mujer en la Iglesia
3. En la última parte, el Papa desarrolló dos puntos que estaban implícitos en su discurso. Por un lado, advirtió de nuevo sobre el “peligro de clericalizar a los laicos” (en la línea de encerrarlos en las tareas intraeclesiales sin tener en cuenta que su vocación y misión propia tienen que ver con la transformación de la sociedad, viviendo su fe en medio de las tareas cotidianas).
Por otro lado, señaló la importancia de la mujer en la Iglesia: “Seguir adelante para poner a las mujeres en los puestos de consejo, incluso de gobierno, sin miedo. Siempre teniendo presente una realidad: el lugar de la mujer en la Iglesia no es solo por funcionalidad”. La mujer puede perfectamente –decía el Papa– presidir un Dicasterio. Pero su papel va “más allá” de las cuestiones de organización eclesial.
Y explicó el significado de ese más allá con estas palabras: “La mujer es la imagen de la Iglesia madre, porque la Iglesia es mujer; no es ‘el’ Iglesia, es ‘la’ Iglesia. La Iglesia es madre. (...) Es ese principio mariano propio de la mujer; una mujer en la Iglesia es la imagen de la Iglesia esposa y de la Virgen”.
Apuntaba así Francisco a un horizonte amplio y profundo, a la vez que concreto, para comprender el papel específico de la mujer en la Iglesia, de modo complementario a su papel en el mundo, en la línea que también señaló san Juan Pablo II: a la mujer –también a la mujer cristiana– le ha sido confiada la persona humana; y le ha sido confiada como mujer, como madre, como esposa.
Ya en otras ocasiones, como al final de los trabajos del Sínodo sobre la Amazonia (cf. Discurso, 26-X-2019), Francisco ha señalado esta dirección para la Iglesia.
Como madre de la familia de la Iglesia, María representa esta tarea formativa. Por eso, en su discurso el Papa ha propuesto mantener la mirada fija en la Virgen Madre cuando estaba en oración, esperando la venida del Espíritu Santo en la Iglesia naciente:
“María, que personifica perfectamente la Iglesia-madre y enseña a todos los discípulos de su Hijo a vivir como hermanos. Esa imagen de la Virgen en oración, en espera del Espíritu Santo: es la Madre que hace vivir como hermanos”. Ella nos enseña a tner el corazón de la madre, para todos los hijos de Dios –que somos todos– y también el corazón de hermanos para todos.