20/10/2025
Publicado en
Periodico Magisterio
Judit Ayala Alcalde |
profesora doctora de Educación y Psicología (Universidad de Navarra)
El pasado otoño y por primer vez en la historia, Gobierno y universidades alcanzaron un acuerdo sobre la unificación de criterios en todas las comunidades autónomas sobre la Prueba de Acceso a la Universidad (PAU). Entre los cambios introducidos en esta nueva selectividad, me detendré en un tema siempre debatido: las faltas de ortografía.
Durante los meses de mayo y junio, con la proximidad de la esperada cita con la PAU, la mayoría de los medios de comunicación nacionales se hicieron eco de esta cuestión. El Mundo titulaba su artículo sobre la nueva selectividad de la siguiente manera: “¿Cuánto restan las faltas de ortografía en las PAU? En algunas asignaturas las faltas de ortografía pueden penalizar hasta un 20% la nota del ejercicio”. El País también abría su crónica con una referencia similar: “¿Cuántos puntos penalizan las faltas de ortografía en los exámenes de la PAU?”.
A simple vista, podría parecer que la ortografía importa, o al menos la penalización por no cuidarla. Pero, ¿realmente nos preocupa la ortografía? Si leemos más allá del titular, observamos que solo se penalizan las faltas en algunas asignaturas: hasta un 10% en Historia de la Filosofía, un 15% en Lengua Extranjera y un 20% en Lengua Castellana u otra lengua cooficial. Por aclararnos, esta penalización no solo se refiere a la ortografía como tal sino también a la coherencia, cohesión y corrección gramatical y léxica de los textos producidos. Todos ellos son aspectos recogidos, por cierto, en el Real Decreto que regula la nueva PAU.
Curiosamente, todas las asignaturas que evalúan todo lo expuesto son del ámbito de las “letras”. ¿Acaso en las asignaturas de “ciencias” no se escribe?, ¿se utiliza únicamente el lenguaje matemático? Por centrarnos en nuestros alumnos, ¿qué mensaje les estamos transmitiendo?, ¿que solo deben cuidar la ortografía en ciertas materias porque en las demás “da igual” cómo escriban?, ¿o es que la corrección lingüística es una cuestión exclusiva de las humanidades?
Más allá de las penalizaciones por faltas en la antes denominada Selectividad, lo cierto es que una gran parte del alumnado accede a la universidad con un nivel deficiente de expresión escrita.
Afortunadamente, en algunos grados universitarios, por lo menos de Educación, se imparte en primer curso una asignatura obligatoria de 6 ECTS sobre expresión oral y escrita. Sin embargo, como profesora de la misma, me pregunto constantemente si realmente debería dedicar varias clases, por ejemplo, a explicar las normas de acentuación o, peor aún, a enseñar qué es una palabra aguda, llana o esdrújula. Y la respuesta es un rotundo sí. Mis alumnos estudian Magisterio y Pedagogía, así que, ¿cómo no vamos a enseñarles a escribir correctamente?, ¿cómo no vamos a repasar las reglas ortográficas si no las dominan?
Como responsables de la formación de futuros maestros y pedagogos, tenemos la obligación de formar docentes lingüísticamente competentes. No podemos mirar hacia otro lado, pasar por alto lo que deberían saber, fingir que no existe el problema y saltar directamente a explicar Escritura Académica o las normas APA. No podemos empezar la casa por el tejado: debemos asegurarnos de que cuenta con buenos cimientos.
Y cuidado, esta no es una responsabilidad exclusiva del profesorado de asignaturas con un componente “lingüístico” o más “teóricas”, es una labor de todo el claustro. La coordinación y la unificación de criterios en la enseñanza y evaluación de la expresión escrita son fundamentales para que el alumnado tome conciencia de su importancia y perciba que escribir bien –o como mínimo, sin faltas– es algo que se valora tanto en el contexto académico como profesional. E incluso en el plano personal, me atrevería a señalar.