Ramiro Pellitero Iglesias, Profesor de la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra
Ir adelante con valentía, apoyados en Dios
La Carta al Pueblo de Dios que peregrina en Alemania (29-VI-2019) es un testimonio de las actitudes que el Papa Francisco desea promover en las circunstancias actuales de incertidumbre que atraviesan los católicos alemanes.
En la carta, que nos sirve a todos los católicos, especialmente a los europeos, el Papa desea “fomentar la búsqueda para responder con parresía a la situación presente”, y subraya algunos presupuestos para el discernimiento eclesial. Un primer grupo de elementos tienen que ver con lo que podríamos considerar discernimiento prudencial o ético, integrado en la experiencia cristiana: el realismo y la paciencia; el análisis y la valentía para caminar juntos, mirando a la realidad y con las energías de las virtudes teologales. Aquí hay una referencia a un nuevo pelagianismo que confiara todo a “estructuras administrativas y organizaciones perfectas” (Evangelii gaudium, 32), y al nuevo gnosticismo de los que “queriendo hacerse un nombre proprio y expandir su doctrina y fama, buscan decir algo siempre nuevo y distinto de lo que la Palabra de Dios les regalaba”. Como en ocasiones anteriores, el Papa propone “gestionar el equilibrio” con esperanza y no tener “miedo al desequilibrio” (cfr. Evangelii gaudium, 97).
Para mejorar nuestra misión evangelizadora tenemos el discernimiento, que hoy debe realizarse también a través de la sinodalidad. Se trata de “vivir y de sentir con la Iglesia y en la Iglesia, lo cual, en no pocas situaciones, también nos llevará a sufrir en la Iglesia y con la Iglesia”, tanto a nivel universal como particular. Para ello hay que buscar caminos reales, de modo que todas las voces, también las de los más sencillos y humildes, tengan espacio y visibilidad. Francisco señala también otras condiciones del discernimiento que son específicamente eclesiales, porque ese discernimiento se realiza en el marco de la vida de la Iglesia como correspondencia a la gracia de Dios.
Es necesario “mantener siempre viva y efectiva la comunión con todo el cuerpo de la Iglesia”, sin encerrarnos en nuestras particularidades ni dejarnos esclavizar por las ideologías. Y para ello se requiere la conexión con la Tradición viva de la Iglesia. Ese marco está asegurado por la referencia a la santidad que todos hemos de fomentar y la maternidad de María; por la fraternidad dentro de la Iglesia y la confianza en la guía del Espíritu Santo; por la necesidad de priorizar una visión amplia del todo, pero sin perder a atención por lo pequeño y cercano.
Todo ello pide, además, para posibilitar la correspondencia personal a la gracia, especialmente de los pastores, un “estado de vigilia y conversión”: dones de Dios que se deben implorar por medio de la oración –que incluye la adoración–, el ayuno y la penitencia. Así podremos aspirar a tener los mismos sentimientos de Cristo (cf. Flp 2, 7), es decir, su humildad, pobreza y valentía.