Ramiro Pellitero, Profesor de Derecho Canónico
La victoria de servir
Dice San Juan en su primera carta que "la victoria que vence al mundo es nuestra fe". La Oración por la Unidad de los Cristianos subraya este año la victoria de Cristo como causa de nuestra resurrección, y, por tanto, de la belleza de la vida cristiana. Conviene preguntarse de qué tipo es esa "victoria".
Benedicto XVI ha explicado en alguna ocasión que la victoria de Cristo debe entenderse en el sentido del amor y del servicio. Estas son sus palabras: "La victoria que nace de la fe es la del amor. Cuántos cristianos han sido y son un testimonio vivo de la fuerza de la fe que se expresa en la caridad. Han sido artífices de paz, promotores de justicia, animadores de un mundo más humano, un mundo según Dios; se han comprometido en diferentes ámbitos de la vida social, con competencia y profesionalidad, contribuyendo eficazmente al bien de todos. La caridad que brota de la fe les ha llevado a dar un testimonio muy concreto, con la palabra y las obras. Cristo no es un bien sólo para nosotros mismos, sino que es el bien más precioso que tenemos que compartir con los demás" (Benedicto XVI, Mensaje para la convocatoria de la JMJ de Madrid 2011, 6-VIII-2010, n. 5).
En efecto, de un lado la fe cristiana no es una mera creencia o un conjunto de ideas o de sentimientos, o un ideal que se podría alcanzar por cualquier medio, independientemente de las consecuencias que eso tuviera para la dignidad de las personas o la justicia con la realidad. La fe cristiana es el encuentro con Cristo que transforma a cada persona y la lleva a colaborar en el bien común y para la vida plena de los demás.
También conviene aclarar que el mundo no es, para el cristiano, un enemigo; el mundo creado de por sí es bueno. Lo que hay que combatir es el pecado y el mal que hay en el mundo.
Además, la fe cristiana no busca dejar vencedores ni vencidos, a no ser el pecado y quien está radicalmente en su origen, el demonio. También queda vencida la muerte, porque ya no tiene la última palabra (tras de ella viene la Vida verdadera). Y porque la cruz de Cristo le cambia el sentido, convirtiéndola en un medio de salvación (en el caso del Señor) o de posible cooperación a la salvación propia y ajena (en nuestro caso).
Al menos por estos motivos, es iluminador el lema que se propone para la oración por la unidad de los cristianos (2012), inspirado en el pensamiento paulino sobre la resurrección de los cuerpos como consecuencia del triunfo de Cristo sobre la muerte: "Todos seremos transformados por la victoria de nuestro Señor Jesucristo" (cf 1 Co 15, 51-58). La fe en esta victoria deben considerarla los cristianos como un fuerte apoyo para su firmeza, constancia y progreso en las buenas obras.
Según Benedicto XVI, el equipo redactor del texto "ha querido subrayar qué fuerte es el apoyo de la fe en medio de las pruebas y los estremecimientos como los que han caracterizado la historia de Polonia", tantas veces en defensa de una libertad que afectaba en gran medida a la fe cristiana (Audiencia general, 17-I-2012).
En ese documento se alude al contraste entre una "victoria" entendida en términos triunfalistas, y el camino que propone Cristo, cuando dice que "si alguien quiere ser el primero, sea el último de todos y el siervo de todos" (Mc 9, 35).
En términos del Papa, "Cristo habla de una victoria a través del amor que sufre, a través del servicio recíproco, la ayuda, la nueva esperanza y el consuelo concreto a los últimos, a los olvidados, a los rechazados". Así vemos la victoria de Cristo: "Para todos los cristianos, la más alta expresión de ese humilde servicio es Jesucristo mismo, el don total que hace de Sí mismo, la victoria de su amor que vence a la muerte, en la cruz, que resplandece en la luz de la mañana de Pascua". Y la consecuencia para nosotros: "Nosotros podemos participar en esta ‘victoria' transformadora si nos dejamos transformar por Dios, sólo si llegamos a una conversión de nuestra vida y la transformación se realiza en forma de conversión".
Insiste Benedicto XVI en que se trata de una conversión interior, personal y comunitaria: "No se trata simplemente de cordialidad o de cooperación, sino que es necesario sobre todo reforzar nuestra fe en Dios, en el Dios de Jesucristo, que nos ha hablado y se ha hecho uno de nosotros; se requiere entrar en la nueva vida de Cristo, que es nuestra verdadera y definitiva victoria; se necesita que nos abramos unos a otros, asumiendo todos los elementos de unidad que Dios ha conservado para nosotros y nos da siempre de nuevo: es necesario sentir la urgencia de testimoniar al hombre de nuestro tiempo el Dio vivo que se ha dado a conocer en Cristo".
El Concilio Vaticano II situó al ecumenismo en el centro de la vida y de la misión de la Iglesia, Juan Pablo II lo indicó como tarea esencial. Por tanto, dice Benedicto XVI, la oración por la unidad de los cristianos no debe ser sólo tarea de una semana, sino de todo tiempo y lugar.
Nos acercamos a la celebración de un Año de la Fe. Por eso viene a propósito esta pregunta que se hace el Papa acerca de nuestro testimonio de la fe: "¿Cómo podemos dar un testimonio convincente si estamos divididos? Ciertamente, por lo que respecta a las verdades fundamentales de la fe, nos une mucho más de lo que nos divide. Pero las divisiones permanecen, y afectan también a varias cuestiones éticas y prácticas, suscitando confusión y desconfianza, debilitando nuestra capacidad de transmitir la Palabra de Cristo". Y concluye que la falta de unidad es un gran desafío ante la nueva evangelización.
La unidad de los cristianos no es una cosa más. Pertenece al corazón de la Iglesia y ha de estar por tanto en el corazón del cristiano. Es cuestión de fe, de amor y de esperanza. Pide ante todo un cambio de vida personal, que lleva al testimonio, también personal, de la fe, y a la apertura y colaboración cordial con los demás cristianos. Vivimos hoy en un mundo en que la convivencia con cristianos no católicos es cada día más usual. Es importante que crezca en la vida del católico esa conversión del corazón para apreciar los elementos de santificación y verdad que tienen los cristianos no católicos, y establecer con ellos una relación efectivamente cordial y cercana.
El empeño por contribuir a la unidad de los cristianos afecta también a las comunidades cristianas y a las instituciones eclesiales como tales. Por eso todos hemos de esforzarnos en la oración por la unidad y en la formación ecuménica. Esta formación (en sus diversos aspectos: doctrinal y espiritual, pastoral y ético) ha de llegar a la familia, la parroquia, la escuela y los diferentes movimientos, grupos y asociaciones. Así podremos avanzar hacia el testimonio común de los cristianos, tan necesario para la transmisión de la fe en nuestro tiempo.