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Alejandro Navas García,, Profesor de Sociología de la Universidad de Navarra

La señora no cambia de política

vie, 19 abr 2013 10:10:00 +0000 Publicado en Diari de Tarragona

"The lady is not for turning». Las palabras que Margaret Thatcher dirigió a su propio partido, en momentos de vacilación sobre el rumbo político, retratan cabalmente su personalidad. Fiabilidad, coherencia; firmeza rayana en la obstinación, integridad. En el mundo político de su época, y de la nuestra, un fenómeno más bien excepcional.

La Thatcher dividió profundamente los espíritus de su tiempo y vuelve a hacerlo ahora con su muerte. Para ella no rige la tradicional máxima de mortuis nil nisi bonum (no se habla mal de los muertos). Tampoco la discreción o el matiz: los elogios más encendidos se dan la mano con las descalificaciones más contundentes.

Parece una reedición del Cid Campeador que, según la leyenda, cabalgó ya muerto para combatir a los moros. El conservador Daily Mail hablaba de ella en primera página como de la salvadora de Britania. Neil Kinnock, exlíder del Partido Laborista, la calificaba como un «absoluto desastre».

Recuerdo a un colega de Oxford, católico y, por tanto, votante laborista, que la describía como una maniaco-depresiva a la que no se le conocían fases depresivas. Chris Patten, que fue ministro con ella y preside ahora la BBC, explicaba que «en las cosas de la Thatcher resulta imposible ser agnóstico».

Sesgos ideológicos al margen, su figura destaca por más de un motivo: mujer que supo llegar a lo más alto en un mundo profundamente machista (algo que el feminismo nunca ha sabido reconocerle); jefa de Gobierno que recibe el país sumido en una profunda crisis y aplica una cirugía brutal con pulso firme para sacarlo del abismo.

Nadie en Occidente tuvo un arrojo como el suyo a la hora de quebrar el poder omnímodo de los sindicatos. Precisamente en estos días el Gobierno británico ha desclasificado los papeles relativos a la guerra de las Malvinas, y hemos podido comprobar cómo fue ella quien tuvo que imponerse a su propio gabinete y a su partido para declarar y ganar la guerra a Argentina.

Las opiniones discrepan, en función de la filiación ideológica, al enjuiciar su política económica. En una Europa de mentalidad más bien socialdemócrata, donde el protagonismo político y social se deja en manos del Estado, se mira con suspicacia el liberalismo a la Thatcher. No resulta fácil valorar lo que hubiera dado de sí una política distinta, nos moveríamos en el ámbito de la política ficción.

Destacaría un rasgo que me atrevo a proponer como ejemplo para nuestra clase política actual, ideologías al margen: la coherencia entre lo que se dice y lo que se hace; la fiabilidad, al margen de los altibajos de la opinión pública y de las circunstancias mudables. Con la Thatcher siempre sabíamos a qué atenernos.

Nuestros políticos actuales parecen camaleones, auscultando permanentemente el sentir popular y arrimándose siempre a la opinión mayoritaria. ¡Qué diferencia entre Margaret Thatcher y Angela Merkel, a la que algunos quieren pintar como la Thatcher de hoy!

Después de ocho años al frente del Gobierno alemán, es imposible mostrar el ideario político de la Merkel, campeona de las metamorfosis fulgurantes siempre que ayuden a mantener el poder.

Cierta dosis de oportunismo resulta imprescindible para hacer carrera, pero en muchos casos no hay más que cinismo en tantas trayectorias sinuosas. Los programas de los partidos y las políticas de los gobiernos cambian, a veces para tornarse en su contrario, sin dificultad y sin explicación, como si el electorado fuera menor de edad y no pudiera entender los arcanos de la alta política.

Chesterton definía el compromiso como una cita con uno mismo en el futuro. Me siento dueño de mí mismo - la libertad entendida como autoposesión responsable - y sé que me encontraré el día previsto en el lugar acordado. Los demás pueden contar conmigo. En un mundo en que la idea de compromiso se vuelve un cuerpo extraño, ejemplos como el de Margaret Thatcher muestran algo de lo mejor del ser humano.

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