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Guido Stein, Profesor del IESE , Universidad de Navarra

Cuando ya es demasiado tarde

lun, 19 abr 2010 07:48:34 +0000 Publicado en Expansión (Madrid)

Durante esta Semana Santa he tenido la ocasión de ver de nuevo la película Titanic. Aunque no ha pasado a la historia del cine como una obra de arte, encierra útiles lecciones para directivos y líderes en general.

Todo el mundo pensaba que el Titanic era un portento técnico imposible de ir a pique. Cuando se encontraba al comienzo de su primera singladura surcando las aguas del Atlántico, el dueño de la empresa naviera decide incentivar al capitán con una importante cantidad adicional de dinero y la fama pública si consigue el objetivo de reducir el tiempo de la travesía a la mitad a base de duplicar la velocidad de crucero. El capitán abriga ciertas dudas profesionales de que esa sea la mejor decisión; sin embargo, la motivación externa las disipa con rapidez.

Ante la posiblidad de que puedan encontrarse con bloques de hielo, se contesta que es muy raro que ocurra durante esa época del año. El histórico de datos es incontrovertible. Desde el puesto de mando el horizonte parece despejado y el sol luce con fuerza. Sin embargo, esa misma noche se avista la pequeña punta del iceberg. Entonces ya es tarde. Aunque se logra esquivar el choque en la superficie, la enorme masa sumergida de hielo raja dramáticamente el casco. Sólo el ingeniero que lo creó sabe que el barco estará hundido en cuestión de una hora.

Peter Drucker, el fundador del management, tiene fama, aún después de muerto, de predecir las tendencias; no obstante, explicaba que no le gustaba pronosticar: "Me limito a mirar por la ventana, entonces veo lo que es visible, pero todavía no ha sido visto". Hasta los pilotos de los aviones que disfrutan de la tecnología de vuelo más sofisticada encuentran útil mirar por la ventana.
Las decisiones eficaces descansan sobre algo más que datos estadísticos, por exactos y signifcativos que estos puedan ser. La estadística y la ciencia empírica daban su mejor soporte al comportamiento del capitán; y a pesar de todo, el Titanic se hundió.

Cuando en el mundo de la empresa tomamos decisiones fijándonos sólo en la punta del iceberg, nos centramos en dirigir a base de "toquitear" políticas comerciales, financieras o de personal, cambiar organigramas o reorganizar recursos, y nos olvidamos de lo que hay por debajo, los motivos por los que estamos en lo que estamos, y de los valores: qué fines perseguimos. Perdemos de vista la parte importante del iceberg. Sin duda, las políticas, los recursos, las estrategias, etcétera son relevantes, pero no son algo derivado, secundario.

El dueño del Titanic consiguió enajenar la inteligencia de un capitán experto, y este se dejó convencer con facilidad. Al perder de vista a los pasajeros y a sus compañeros de la tripulación, cavó el hoyo. Sólo era cuestión de tiempo caer en él.

Cualquier parecido con lo que ocurre en el mundo social, político o personal de la última hora de nuestro tiempo debería hacernos meditar. De las crisis se sale después de haber tocado fondo de veras, es decir, tras haber revisado lo que hemos hecho con nuestras prioridades, que no son otra cosa que los valores. Al final, tenemos lo que buscamos, nos lo merzcamos o no. Como el capitán del barco que nunca se hundiría.