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Juan Luis Lorda, Profesor de Teología

Obituario. Lucas Francisco Mateo Seco

dom, 16 feb 2014 09:33:00 +0000 Publicado en Diario de Navarra

Se lo habíamos oído decir cientos de veces, durante decenios, a este insigne teólogo y profesor: "Me estoy muriendo a chorros". Lo decía con su gracejo sevillano, que nunca perdió. Y con un tono convencido, que no parecía del todo verdad, ni del todo mentira. Esta vez ha sido verdad. Estaba preparado.

Hasta hace pocos años no era verdad, porque era una personalidad con un cuerpo pequeño pero lleno de energía y siempre en movimiento. Divertido y ocurrente, con accesos de genio que también tenían algo de teatral. El frío no le venía bien, a él que le gustaba tanto hablar. Se abrigaba a conciencia, y añoraba el buen clima de su Sevilla natal, que visitaba en vacaciones y donde mantuvo siempre excelentes amistades. Pero quería Pamplona; y al jubilarse se quedó aquí, cerca de su Facultad de Teología y de San Lorenzo, donde colaboró con tanto gusto muchos años. 
 
Era, sobre todo, un gran profesor. Siempre admirado, querido, acompañado y algo temido también, por sus alumnos. Sus clases, como las de los buenos profesores, era una representación. Del saber, porque sabía mucha teología y mucha filosofía, además de una dilatada experiencia de la vida. Pero también había mucha puesta en escena: enfatizaba, gesticulaba, se emocionaba, gritaba, susurraba, lanzaba comentarios chispeantes a unos y a otros. Nadie podía quedarse indiferente o, no digamos, dormirse. No había dos clases iguales. Por eso, fue elegido año tras año por los alumnos padrino de promoción. Atendía con interés a los que preparaban con él la tesis doctoral y ha dejado discípulos por todas partes.
 
Dar clase era lo más aparente y también, seguramente, lo que más le gustaba. Pero lo hizo compatible con mucho trabajo de despacho. Las grandes figuras en el aula no suelen ser buenas para el trabajo oculto. Pero él siempre fue un gran trabajador, en el despacho, en la Biblioteca; y, seguramente, también en su casa por la noche, porque si no, no se explica cómo pudo escribir tanto.

Además, en los últimos decenios, en lugar de ir a menos, fue a más. Escribió varios libros, un par de diccionarios teológicos, muchos artículos y dos gruesos manuales, aparte de participar en encuentros internacionales y de colaborar en las sociedades
teológicas de que era miembro.
 
Quizá lo más notable y lo más sufrido ha sido su empeño para sacar adelante dos revistas teológicas: la de la facultad, Scripta Theologica, y otra de ámbito español, Scripta de Maria. Pedir originales, tratar con los autores, traducir, revisar, y corregir, corregir y corregir. Inmensas cantidades de tiempo que quizá nadie valora, porque no figuran en ninguna parte, pero que son necesarias para mantener vivas las revistas. Él lo hizo con la mejor disposición y sin pensar nada en sus propios intereses. Tenía ese buen talante. Y todo unido a un espíritu sacerdotal, porque nunca fue sólo un profesor, o un teólogo escritor, o un director de revista académica. Era sacerdote en San Lorenzo y en todas partes. Hace pocos años, la Universidad de Navarra reconoció sus muchos servicios concediéndole la medalla de oro. Q. e. p. d.