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Ricardo Fernández Gracia, Director de la Cátedra de Patrimonio y Arte navarro. Universidad de Navarra

Santa Teresa y los libros

jue, 15 oct 2015 14:13:00 +0000 Publicado en Diario de Navarra

La vida de Santa Teresa es cual partitura escrita en diferentes compases y tonalidades, con un acusado crescendo en los últimos años de su vida, cuando escribe y a la vez funda, a lomos de mulas y carretas entoldadas, en momentos en que la enfermedad y las oposiciones a las que tuvo que hacer frente no cesaban. Con carácter decidido y harto sentido común, fue superando todo, gracias a su atractivo personal y su crecimiento ante la adversidad, comportándose como una mujer valiente, líder, apasionada y seductora. Siempre anduvo en búsqueda de Dios y en su personalidad afloran arquetipos aparentemente opuestos: mística-práctica, palabra-obra, silencio-acción y aventura-recogimiento.

En su formación tuvieron mucho que ver las lecturas, a las que pudo acercarse desde los primeros años, en la casa de su padre. A su inteligencia natural, amor por la verdad, -"la verdad padece pero no perece" escribió-, y su comportamiento cual hombre libre, hay que sumar cuanto pudo aprender y reflexionar en torno a los libros. En todo lo referente a la oración, a la que definía como trato de amistad con Dios, también influyeron sus lecturas, especialmente el Abecedario Espiritual de Francisco de Osuna, de donde bebió en momentos difíciles de su camino. Sobre este último libro, en concreto, escribía: "holguéme mucho en él... Teniendo aquel libro por maestro.... que parece el Señor me lo puso en las manos". A la postre, las gracias recibidas en la oración las entendía Teresa como encaminadas a dar fuerza para el servicio a los demás, afirmando sobre esto último: ¿El amor perfecto tiene esta fuerza: que olvidamos nuestro contento para contentar a quienes amamos".

Santa Teresa se proclamaba amiga de las letras (los saberes), porque le enseñaban y daban luz, siendo de la opinión de que todo cristiano debía "tratar con quien tenga letras, si puede, y cuantas más mejor y los que van por camino de oración tienen de esto más necesidad, y mientras más espirituales, más". Asimismo, afirmaba que, cuando le faltaba un libro, tenía desbaratada el alma y los pensamientos perdidos. 

En las Constituciones que dejó redactadas para sus monjas prescribió detalladamente la necesidad de una pequeña biblioteca en el convento: "Tenga cuentas la priora con que haya buenos libros, en especial: Cartujanos, Flos Sanctorum, Contemptus mundi, Oratorio de religiosos, los de fray Luis de Granada y el padre fray Pedro de Alcántara; porque es en parte tan necesario este mantenimiento para el alma como el comer para el cuerpo". Sin duda, recordaba la experiencia en la Encarnación, en donde se fue forjando su proyecto de San José y la reforma, cuando las religiosas se reunían en torno a ella, en lo que hoy denominaríamos algo así como un club de lectura.

Escritora tardía
En una España en retraimiento, con el emperador ya retirado en Yuste, la Santa comenzó a escribir, argumentando que no diría nada que no supiese por experiencia y que lo hacía con estilo de ermitaños, al objeto de "engolosinar a las almas".

Junto a su producción de textos autobiográficos y ascético-místicos, no conviene olvidar sus cartas, ni sus poesías, en las que se muestra como una trovadora popular. Su editor, fray Luis de León, nos dice que conoció a Teresa gracias a sus monjas y a sus obras, añadiendo respecto a los textos místicos: "tal se diría que la mano de Dios está llevando la escritura". Las cartas forman parte de su pálpito espiritual y como recuerda Palafox, el primer compilador y editor de su epistolario: "en las cartas familiares se derrama más el alma y la condición del autor y se dibuja con mayor propiedad y más vivos colores su interior y exterior". El género epistolar es el que mejor le permitió ser crítica y creativa, gozando de más libertad para ser ella misma, frente a la censura, cuya sombra se cernió sobre el resto de su producción. Al respecto, hay que hacer notar que el resto de sus obras están redactadas a modo de cartas para sus monjas.

El mencionado don Juan de Palafox, en referencia a la producción literaria de Santa Teresa afirma: "No he visto hombre devoto de Santa Teresa, que no sea espiritual. No he visto hombre espiritual, que si lee sus Obras, no sea devotísimo de Santa Teresa. Y no comunican sus escritos solo un amor racional, interior y superior, sino también práctico, natural y sensitivo".

Las artes figurativas dejaron especiales ejemplos de Santa Teresa como escritora, en fenómeno paralelo al culto creciente a aquella mujer andariega y buscadora de Dios. Gregorio Fernández, Alonso Cano, Diego Valentín Díaz, José de Ribera, Felipe Gil de Mena, José de Mora, Pedro Duque Cornejo, Alonso del Arco, Palomino, Risueño, Luis Salvador Carmona y la práctica totalidad de los maestros del Barroco eligieron a instancia de sus mentores, la imagen de la Santa como escritora inspirada por el Espíritu Santo, estática y dispuesta a plasmar con la pluma aquellas grandezas inefables recibidas de forma sensible. Este tipo iconográfico no tendría competencia con ninguno de los temas de su vida, si acaso le siguió en importancia el de la transverberación. La escenografía y experiencia celestial de aquel pasaje cautivó a gentes de toda condición en tiempos dominados por el maravillosismo, llegando a tener fiesta propia desde 1726, para celebrar el día 26 de agosto.

Los retratos de Teresa aparecieron pronto en relación con su faceta de escritora, en las ediciones de sus obras. Los lectores demandaban ese tipo de imágenes por la necesidad de conocer, físicamente, a los autores de los textos que leían con fruición. En la biografía de la Santa del Padre Ribera (Madrid, 1602), al que se deben los primeros retratos poéticos de la Santa, encontramos una de esas primeras representaciones en actitud de escribir con la ayuda del Paráclito. Se trata de una versión derivada del primer y único retrato que fray Juan de la Miseria le hizo en Sevilla en 1576.

Una cultura femenina
Todas aquellas imágenes se convirtieron en vehículos sobresalientes de comunicación con el público, ya que en tiempos en los que las personas no sabían leer ni escribir, las representaciones figurativas se convirtieron en elementos insustituibles para la difusión de la cultura y la catequización, junto a la predicación y otros medios orales y musicalizados.

Santa Teresa sintió un gran aprecio por la mujer, ponderó sus cualidades y derechos, reivindicando mujeres independientes y cultas, religiosas iguales, alegres y rezadoras. Todos estos aspectos, estudiados por el P. Tomás Álvarez, se deben interpretar como propios de una personalidad que superó su contexto. Desde el punto de vista cultural, un episodio singular de su biografía es el hecho de que ella -una mujer - se decidiera a escribir una glosa al Cantar de los Cantares, precisamente en coincidencia con los años de prisión de fray Luis de León por su traducción castellana del poema bíblico, argumentando "que tampoco no hemos de quedar las mujeres tan fuera de gozar las riquezas del Señor".

En las Constituciones que dejó para sus monjas, dejó mandado, como hemos visto, que en los conventos hubiese una pequeña librería y que las hermanas coristas, al ingresar, tuviesen habilidad para rezar el oficio divino, exigencia importante en aquel ambiente de preponderante
analfabetismo femenino. Pero sin clasismo ni cerrazón, pues en las mismas Constituciones se prevé la admisión y profesión de freilas no coristas y, cuando en 1577, la priora del Carmelo de Sevilla le pidió consejo sobre la admisión de una esclavilla o negrilla, la Santa le responde por dos veces categóricamente: ¿Cuanto a entrar esa esclavilla, en ninguna manera resista".

Movimiento cultural
Pero lo más notable, en clave cultural femenina, es la serie de monjas escritoras -escritoras de calidad- que surgen en el mundillo claustral teresiano. Todo un movimiento cultural. Entre las más notables, hay que mencionar a la priora del Carmelo de Sevilla, María de San José, buena poetisa y excelente escritora clásica; a Ana de San Bartolomé, joven analfabeta iniciada en la escritura por la propia Santa, también poetisa y gran escritora; a la joven navarra Leonor de la Misericordia (Ayanz Y Beaumont), buena historiadora; a la vallisoletana Cecilia del Nacimiento, extraordinaria poetisa y escritora y, por último, el caso singular de la riojana Ana de la Trinidad, autora de un excelente poemario, con 19 sonetos de suma calidad.

En los siglos posteriores se prolongará esa tradición en una serie de escritoras, tanto en España como a nivel internacional. Sirvan de ejemplo algunas figuras sobresalientes. En Francia, la Beata sor Isabel de la Trinidad y Santa Teresita, autora del libro religioso que más ha influido en la espiritualidad del último siglo. En Alemania, el caso excepcional de Edith Stein (Santa Teresa Benedicta de la Cruz), filósofa, poeta y teóloga espiritual. En Italia, es todavía reciente la figura de la Beata Cándida de la Eucaristía, autora de escritos candentes de piedad eucarística. En España, es también reciente y sobresaliente la figura de Santa Maravillas. Por último, en tierras sudamericanas, destacan las plumas deliciosas de dos escritoras jóvenes y excepcionales: la chilena Santa Teresa de Jesús de los Andes y la encantadora paraguaya Felicia de Jesús Sacramentado, más conocida como "La Chiquitunga".

Lo notabilísimo en esta breve enumeración es la continuidad de esa cordillera de altas cumbres de la espiritualidad y de la pluma, surgida a partir del hontanar literario y espiritual de la Santa Madre Teresa, Doctora de la Iglesia. Acertadamente escribió el teólogo suizo Urs von Balthasar que, en la historia de la vida religiosa, es un hecho excepcional este servicio de la Santa y sus seguidoras a la Iglesia de nuestro tiempo.