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David Thunder,, Investigador del proyecto ‘Religión y sociedad civil' del Instituto Cultura y Sociedad

Recuperar el valor de las promesas políticas

vie, 15 may 2015 10:16:00 +0000 Publicado en Expansión

Si un amigo de toda la vida te hubiera prometido apoyarte en una disputa legal y luego se pusiera del lado de tu oponente en el último momento, ¿aceptarías como excusa que no creía tener suficientes aliados de su parte para asegurar la victoria? Por el contrario, te sentirías indignado y traicionado y probablemente te preguntarías cómo podías haber sido tan ingenuo al considerarle tu amigo durante tantos años. Seguramente, él tendría que poner gran empeño en recuperar tu amistad.

Entendemos de forma intuitiva la importancia de mantener las promesas en las relaciones de amistad y, sin embargo, parece que toleramos las promesas vacías de nuestros líderes políticos, promesas que no pueden mantener, promesas que no están en condiciones de garantizar, promesas que tienen más fundamento en la imaginación y el marketing que en la realidad, promesas que parecen factibles pero se abandonan rápidamente en cuanto surgen dificultades inesperadas. En circunstancias extraordinarias como crisis económicas profundas, las lealtades políticas pueden cambiar dramáticamente. De hecho, parece estar sucediendo ya, hasta cierto punto. Sin embargo, suele ocurrir que los mismos viejos partidos políticos resultan elegidos y reelegidos a pesar de un sólido historial de promesas falsas, vacías, irresponsables y rotas. En este punto surge de forma natural la pregunta: ¿por qué los votantes parecen tolerar la ruptura de promesas por parte de los líderes políticos cuando no aceptarían semejante comportamiento de sus familiares y amigos?

Puede que nos hayamos acostumbrado a las promesas vacías y rotas en la arena política y por lo tanto restamos gran parte a lo que escuchamos cuando un político dice "lo prometo" o "me comprometo a". Después de quitar peso a la promesa, puede que nos sintamos menos sorprendidos y decepcionados cuando se rompen u olvidan. Cuanto más reducimos el valor de las promesas políticas, menos dañará a un político hacerlas y romperlas a la ligera y más continuará haciéndolo, confirmando al votante la convicción de que las promesas políticas carecen de sentido. El cinismo político se alimenta a sí mismo.

De hecho, hemos llegado a un punto en que la gente de este país casi esperamos que nuestros políticos nos mientan. El nivel de desilusión y desconfianza entre los ciudadanos españoles hacia la clase política -situación que no difiere mucho de otros países europeos- resulta palpable. No obstante, cabe dudar que el sistema político español pueda sobrevivir a este nivel de cinismo público por mucho tiempo. La confianza, como muchos sociólogos han observado, constituye el cemento del orden social. La confianza en la palabra de los otros es lo que nos permite establecer contratos de buena fe, construir comunidades, hacer amistades, colaborar en proyectos, pagar nuestros impuestos, obedecer la ley incluso cuando duele, aceptar las resoluciones de los tribunales y así sucesivamente.

Si no podemos confiar en que nuestros políticos dicen la verdad sobre los asuntos públicos, que presentan sus intenciones de una manera honrada y directa a los votantes y que se aferran a esas intenciones una vez resultan elegidos, entonces todo el sistema electoral se convierte en una farsa vacía, en la que los criterios de fondo se sustituyen por retórica vacía y manipulación emocional. Si no podemos fiarnos de la palabra de los políticos, entonces la base racional para votar a un candidato o partido –un sentido coherente de sus compromisos presentes y futuras acciones- se derrumba.

Las consecuencias de una cultura política en la que la palabra ha perdido su valor no se deberían subestimar. Una desconfianza generalizada hacia la clase política tiende a engendrar una apatía y desafección generalizadas entre los ciudadanos hacia las instituciones políticas, poniendo en riesgo el futuro del orden político democrático y la legitimidad del moderno Estado-nación. Este tipo de deslegitimación del orden político reinante puede crear peligrosos vacíos de poder y legitimidad, que pueden ser ocupados por la evasión cada vez más descarada de impuestos, la toma de la justicia por la propia mano y el crecimiento de la criminalidad. Para que esto no parezca una exageración, basta considerar lo rápido que Alemania descendió desde un orden político constitucional a un régimen fascista opresivo. En ese caso, una generación entera de ciudadanos que se sintieron abandonados y traicionados por sus líderes políticos cayó bajo el hechizo de un líder populista que hizo y rompió sus promesas a la ligera, que empleó los procedimientos de un orden democrático para destrozar los valores de la democracia y el imperio de la ley.

El viraje hacia una cultura de la desconfianza no es imparable, pero requiere un cambio fundamental tanto en los valores de nuestra cultura política como en las sensibilidades de los votantes. Esta transformación incluye varios aspectos: entre ellos, la necesidad de un liderazgo moral valiente y ejemplar, un esfuerzo determinado en la élite política para instaurar nuevas costumbres y normas de conducta, y un conjunto de reformas del sistema electoral y parlamentario para asegurar la transparencia institucional y para liberar a los políticos de la sofocante y omniabarcante disciplina de partido, de modo que puedan votar de acuerdo con su conciencia en vez de verse obligados a conformarse ciegamente con la línea del partido para poder prosperar en la carrera política.

Este tipo de reformas en el liderazgo, el ethos y la estructura de nuestras instituciones políticas requiere una cuidadosa planificación y supervisión y no ocurrirán de la noche a la mañana. Mientras tanto, los políticos y votantes pueden desarrollar su papel en la restauración de una cultura de la confianza. Los políticos, por su parte, pueden comunicar con más claridad la diferencia entre las esperanzas a largo plazo, las causas que apoyarán contra viento y marea, y los proyectos que tendrán ocasión de desarrollar en un periodo concreto. Si un político trata de no prometer lo que sabe que no puede o no piensa acometer, entonces demostrará a los votantes que su palabra significa algo más que un eslogan electoral barato. Los votantes, por nuestra parte, hemos de romper el hábito de restar peso a las promesas políticas y hacer la vista gorda ante las promesas vacías y rotas. Cuando depositamos nuestro voto, cada uno de nosotros debería tener en mente que un político que no es coherente con su palabra no merece nuestro apoyo ni nuestra lealtad.