Javier Gil Guerrero, Investigador del Instituto Cultura y Sociedad
El arte de la guerra liberal
Las recientemente publicadas memorias del primer secretario de Defensa de Obama, Robert Gates, muestran al presidente norteamericano como un celoso comandante en jefe. Cualquier operación militar es revisada y discutida por el presidente y su círculo cercano de asesores, ninguno de los cuales ha servido nunca en el Ejército. En el caso de los ataques con drones, la Casa Blanca es consultada por la CIA sobre posibles objetivos y las condiciones en las que podrá efectuarse la operación. Obama revisa una a una las fichas de los objetivos y decide cuáles podrán atacarse y cuáles no. Probablemente, Obama habrá contemplado las fotos de cada uno de los terroristas abatidos en bombardeos llevados a cabo en Yemen, Somalia o Pakistán. Con la salvedad de Lyndon B. Johnson, ningún otro presidente ha llevado a cabo un micromanaging tan excesivo en lo relativo a las operaciones militares.
Esto solo puede entenderse si uno analiza la visión liberal de la guerra, una escuela que ha dominado el pensamiento de las sucesivas administraciones demócratas en Washington. En primer lugar, consiste en una desconfianza innata hacia el Ejército, y particularmente sus altos mandos. El curso de una campaña militar dejado en manos de los generales es siempre sospechoso de desembocar en una guerra costosa y prolongada en el tiempo.
La visión liberal entiende el conflicto armado como una llama, la cual, si no es controlada cuidadosamente, puede provocar un incendio. Sólo unos dirigentes que aborrecen lo militar pueden liderar una campaña militar. Su falta de entusiasmo es la garantía de que la guerra se llevará a cabo de forma correcta y limitada. Aunque Obama sea el comandante en jefe, no deja de ser un político liberal. Y como diría Ernst Jünger, un liberal nunca puede conocer la guerra en cuanto tal, porque su esencia lo excluye de todos los elementos bélicos.
La guerra liberal es siempre una guerra defensiva, llevada a cabo con desgana. La justificación suprema de la guerra, el ataque, queda automáticamente excluido de la mentalidad liberal. La única guerra posible es la que se lleva a cabo en defensa propia, o en el mejor de los casos, en defensa de la humanidad. Este tipo particular de guerra excluye necesariamente el ingrediente tradicional de toda guerra: la exaltación patriótica.
La guerra liberal se lleva a cabo siempre de forma discreta, al margen de la población y con una ausencia notoria de discursos enardecidos sobre la necesidad de luchar. Nada de banderas clavadas en el terreno ganado al enemigo o celebraciones de victoria. La guerra liberal se lleva a cabo eficientemente con mentalidad empresarial. Lo importante es lograr el objetivo propuesto con el mínimo coste posible en dinero y vidas humanas. Una vez logrado el objetivo no hay necesidad de ostentación patriótica ni de regodearse en el vencido. La guerra es tomada como una relación de coste-beneficio en el que no hay lugar para la gesta ni la épica y donde los soldados no son más que meros funcionarios desempeñando su tarea.
En ningún otro ejemplo como en los drones queda mejor reflejada la concepción liberal de la guerra como una operación quirúrgica. Los aviones no tripulados suponen la desvinculación emocional definitiva de la acción militar. Con una precisión insuperable, un avión controlado a miles de kilómetros a distancia lleva a cabo la función que antes requería el desplazamiento de tropas. La amenaza se elimina a través de una pantalla y los daños colaterales se reducen al mínimo. El tumor maligno es extirpado in situ sin tener que recurrir a una intervención masiva. Limpieza y eficiencia a un mínimo coste.
En último término, lo que la concepción liberal de la guerra trata de llevar a cabo es armonizar la razón y el sentimiento de justicia con el ejercicio de las armas. Se trata de un nuevo modo de operar que prescinde del estado de agitación sentimental. Ya no es necesario el entusiasmo por la causa propia y el odio al el enemigo. La guerra liberal implica una racionalización del hecho que en el último término conlleva un enfriamiento y distanciamiento: el objetivo es eliminado con una explosión menor y el único signo del autor es el lejano zumbido de un avión abandonando la escena.
El autor es investigador del Instituto Cultura y Sociedad. Universidad de Navarra