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Fermín Labarga, Profesor de Teología Histórica de la Universidad de Navarra

Julio II protagonizó el Cónclave más corto de la historia en 1503

mié, 13 mar 2013 11:54:00 +0000 Publicado en ABC (12/03/2013)

El ceremonial vaticano dispone con precisión todos y cada uno de los detalles relativos a la apertura y desarrollo del Cónclave. Tras la misa «pro eligendo Pontifice», esta misma tarde los cardenales se reunirán en la capilla Paulina y desde allí marcharán hacia la Sixtina cantando la letanía de los santos. Tras proceder al juramento de silencio, el ceremoniero cerrará las puertas al grito de «¡extra omnes!», ¡fuera todos! A partir de ahí, secreto absoluto.

Quizás a la vuelta de varias generaciones sea posible conocer los pormenores de los escrutinios. Mientras tanto, para los católicos solo queda rezar a fin de que los cardenales acierten en su elección. Pues, aunque no les ha de faltar la luz del Espíritu Santo, su decisión es absolutamente libre y personal, quedando gravada su conciencia por la enorme responsabilidad de votar a aquel que se considera más adecuado para guiar el timón de la Iglesia en estos comienzos del tercer milenio.

En la historia de los Papas son muy escasas las elecciones realizadas en primera votación. Puede recordarse el caso de Julio II, elegido el 1 de noviembre de 1503 en el que se considera cónclave más corto de los celebrados puesto que solo duró diez horas. Desde entonces no ha vuelto a suceder. Pío XII, elegido el 2 de marzo de 1939 (por cierto, día de su 63 cumpleaños) en el segundo día de Cónclave, es quien más se acerca, si bien fueron necesarias tres votaciones, al igual que para la elección de Juan Pablo I en agosto de 1978. Cuatro precisó la de Benedicto XVI.

Si resulta casi imposible ser electo en primera votación, ¿qué importancia puede tener ese escrutinio? Mucha, pues marcará el rumbo del Cónclave. Si aparece un nombre de forma destacada y rotunda, es casi seguro que recabará más votos en las siguientes votaciones y con cierta rapidez obtendrá la mayoría absoluta, como ocurrió en 2005 con el cardenal Ratzinger.

Si en lugar de ser uno, son dos los purpurados que reúnen similar número de votos, puede encastillarse el escrutinio y deparar, por último, una solución de compromiso. Es posible, por fin, que si no hay ningún nombre que despunte, se repitan las votaciones hasta que, superada la trigesimotercera o la trigesimocuarta, se proceda a elegir entre los dos cardenales con mayor número de apoyos. Si es así, el Cónclave puede prolongarse, lo que no resulta deseable.