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Volver Eduardo Ortiz de Landázuri: una vida que deja huella

Antonio Benito, Capellán de la Clínica Universidad  de Navarra (1974-2004)

Eduardo Ortiz de Landázuri: una vida que deja huella

mar, 12 oct 2010 14:33:00 +0000 Publicado en El Adelantado de Segovia

Nació en Segovia el 31 de octubre de 1910. Hijo de Manuel Ortiz de Landázuri García y de Eulogia Fernández de Heredia y Gaztañaga. Es bautizado el 12 de noviembre en la iglesia de Santo Tomás. El 5 de mayo de 1917 hace la Primera Comunión. Cursó el bachillerato en Madrid (Colegio de los Padres Agustinos e Instituto Cardenal Cisneros) y Segovia (Instituto de Enseñanza Media).

Tenía un recuerdo muy grato de Segovia, del ambiente familiar, de los círculos militares en que se movían sus padres y como consecuencia, de los paseos y del Acueducto que era siempre un marco referencial de sus recuerdos.

Estudió Medicina en Madrid, y se licencia en 1934. Allí conoce a don Carlos Jiménez Díaz, maestro de varias generaciones de médicos españoles. En 1935 ingresa en el Hospital Nacional de Infecciosos, y allí conoce a su futura mujer.

En 1936 estalla la guerra civil, y el 8 de septiembre es fusilado su padre en la cárcel Modelo de Madrid. Este acontecimiento lo recuerda como "los días más dolorosos de mi vida". La trágica muerte de su padre influye decisivamente para que replantee toda su vida. Reanuda la práctica religiosa, que tenía un poco abandonada.

En 1940, se incorpora al Hospital Clínico de Madrid, junto al Dr. Jiménez Díaz.

El 17 de junio de 1941, contrajo matrimonio con Laura Busca Otaegui en Arántzazu. Se conocieron en 1935, en el Hospital del Rey, donde también trabajaba ella, en el departamento de Farmacia. Tuvieron siete hijos. Su familia -su mujer y sus hijos- fue el primer campo de servicio en su vida.

Se doctora en 1944, y en 1946 gana la cátedra de Patología General de la Facultad de Medicina de Cádiz, y por traslado, obtiene la misma cátedra en Granada. En 1951 es decano de Medicina de Granada.

En 1952 pide la admisión en el Opus Dei como supernumerario (se llama así a los fieles del Opus Dei casados, que viven su vocación cristiana a la santidad a través de su profesión y de la vida familiar y social).

En 1958, siendo vicerrector de la Universidad de Granada, le propone a su mujer Laura dejarlo todo para iniciar en Pamplona la Escuela de Medicina del Estudio General de Navarra, que sería en 1960 la Universidad de Navarra. Su vida desde entonces está vinculada a esa Universidad y a la Clínica Universitaria, en la que será decano de Medicina y  vicerrector.
En octubre de ese mismo año se trasladó a Pamplona, para incorporarse, como profesor ordinario de Patología y Clínica Médica, a la Escuela de Medicina del Estudio General de Navarra. Desempeñó también una jefatura de servicio de Medicina Interna en el Hospital de Navarra.
Fue decano de la Facultad de Medicina de la Universidad de Navarra de 1962 a 1966 y de 1969 a 1978. De 1966 a 1969 desempeñó el cargo de vicerrector.
Ejerció la Presidencia de la Asociación de Amigos de la Universidad de Navarra desde 1978 hasta su muerte. Falleció el 20 de mayo de 1985.
Estaba en posesión de la Cruz de Sanidad, de la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio, y de la Cruz del Mérito Civil de la República Federal de Alemania. Se le eligió Colegial de Honor del Colegio de Médicos de Navarra en 1984. En 1985 se le concedió el Premio "Couder y Moratílla" de la Real Academia Nacional de Medicina.
Fue director del Centro de Investigaciones Metabólicas de Granada y del Centro Coordinado de Investigaciones Médicas de Pamplona, consejero del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, miembro de la Sociedad Española de Medicina Interna -de la que fue presidente-, miembro de la Real Sociedad de Medicina de Gran Bretaña, y de la Sociedad Francesa de Gastroenterología, miembro honorario de la Asociación Argentina de Farmacología y Terapéutica Ex- perimental, y académico de Número de la Academia de Medicina de Granada.

En su actividad como médico, ejercida durante cincuenta años -desde que concluyó sus estudios-en el Hospital Nacional, el cuerpo de Médicos de Prisiones, el Hospital Clínico de San Carlos, y el Hospital General de Madrid, los Hospitales de San Juan de Dios, San Lázaro y San Cecilio en Granada, el Hospital ae Navarra, la nesinencia Sanitaria Virgen del Camino de la Seguridad Social, y la Clínica Universitaria de Navarra, y en sus consultas privadas de Madrid y Granada, pasaron por sus manos aproximadamente quinientos mil enfermos.

Quienes le hemos conocido y compartido día a día nuestro trabajo en la CUN durante once años -como es mi caso- puedo afirmar que era una persona que transmitía una profunda paz y alegría, fruto de una piedad cristiana sencilla y recia.

Su actividad profesional alcanzó una intensidad sorprendente: la jornada comenzaba muy temprano, y terminaba, de ordinario, en las primeras horas del día siguiente. Todos los días iba a Misa, a las ocho de la mañana, en la Clínica, no sin antes haber dedicado media hora a la oración. Solía ayudar al sacerdote en la Celebración; le hacía mucha ilusión, parecía un niño. Las otras personas que asistían habitualmente a aquella Misa ya sabían la ilusión que le hacía; por eso nadie más se adelantaba. Lo hizo hasta que cayó enfermo. Atendió con solicitud a sus colegas y colaboradores; para los estudiantes fue maestro y guía, tanto en lo profesional como en lo humano. Trataba con afabilidad a cada uno y procuraba estar siempre disponible; a la vez, era exigente consigo mismo y con los demás, porque quería hacer rendir para Dios los talentos recibidos. Los en- fermos encontraron en el a un verdadero amigo, pues se interesaba por todas las facetas humanas de las personas, para ayudarles a mejorar tanto corporal como espiri-tualmente.

Hace unos años escuché a Don Eduardo una opinión que entonces me dejó desconcertado y hoy me parece evidente y fruto dé una riquísima personalidad interior: "Los médicos -decía- no somos veterinarios. Y no lo somos por una sencilla razón: porque ellos cuidan a los animales y nosotros a los animales racionales".

Después sacó esta consecuencia: "Yo soy tan consciente de ello que nunca lo olvido a la hora de preguntar para orientarme en los diagnósticos. Eso explica que muchas veces haya tenido que decir a un enfermo: "Váyase a casa, haga las paces con su mujer y deje de tomar pastillas; porque su enfermedad (dolor de estómago, ansiedad, dolores precordiales, rechazos profesionales, etcétera) está en el alma, no en el cuerpo."

En no pocas ocasiones -concluía- me hacían caso y al cabo del tiempo volvían para darme las gracias por un remedio tan sencillo y tan eficaz".

En 1983, dejó la docencia, a los 73 años de edad. Poco después se le diagnosticó un tumor canceroso. Al ser operado, se descubrió que el cáncer era incurable porque estaba muy extendido. Desde el primer momento fue consciente de la gravedad de su enfermedad y la aceptó uniéndose cada vez más a los padecimientos de Cristo en la Cruz, por la Iglesia. Sus dos últimos años de vida fueron aún de gran actividad profesional, llena de afán por acercar muchas almas a Dios.

El 1 de mayo de 1985, ingresó definitivamente en la Clínica Universitaria de Pamplona, testigo de sus infinitos desvelos por los enfermos. La mañana del diecinueve de mayo de 1985, domingo, Solemnidad de la Ascensión del Señor, tuve el privilegio de celebrar la Santa Misa en la habitación 301, víspera de entregar su alma a Dios. El 20 de mayo de 1985 falleció a las 9:10 de la mañana en la Clínica Universitaria de Navarra, testigo de sus infinitos desvelos por los enfermos, tras haber recibido con piedad los santos Sacramentos, mientras repetía esta oración: "¡Señor, auméntame la fe, auméntame la esperanza, auméntame la caridad, para que mi corazón se parezca al tuyo! Quiero ir al Cielo. Sí, creo en el Cielo. El lugar donde gozaré de la contemplación de Dios".

Poco antes, había confiado con sencillez a su director espiritual: "Creo que he cumplido mi misión en esta vida y que el Señor no estará muy descontento de mí. Ahora mi misión es morir bien, con mucha paz y mucha alegría".
Desde aquel momento se manifiesta la fama de su santidad que muchos ya apreciaban en su vida y son cada día más los que confían en su intercesión ante Dios.

El 11 de diciembre de 1998, cumplidos los trámites necesarios, el Arzobispo de Pamplona decretó la Introducción de la Causa de Canonización y tuvo lugar la Primera Sesión del Proceso diocesano de su Vida, Virtudes y Fama de santidad. Toda la investigación diocesana terminó el 28 de mayo de 2002 y enseguida se envió la copia auténtica a la Congregación para las Causas de los Santos.

¡Ojalá se haga realidad en nuestras vidas lo que decía este egregio segoviano: "Todo lo que he hecho en mi vida, en todos los terrenos, lo he hecho a base de cariño!".