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Santiago Martínez Sánchez, Profesor asociado del departamento de Historia Contemporánea de la Universidad de Navarra

Yihadismo: algo más que el asesinato de la libertad

dom, 11 ene 2015 11:10:00 +0000 Publicado en Diario de Navarra
EL atentado contra 'Charlie Hebdo' tiene muchas posibles interpretaciones y bastantes ángulos de observación. Mi perspectiva aquí es entrelazar el Islam, la yihad y el escenario futuro, sin incurrir (eso espero) en la historia ficción, el anacronismo o los análisis vagos o despectivos.

El islam es una religión monoteísta que invoca a Dios como Alá y a Mahoma como su profeta. Pero no es una religión monolítica: hay una división desde su mismo inicio entre una minoría chiita y una mayoría sunita, que hoy la forman el 80% de los musulmanes. Son dos facciones irreconciliables. Su diferencia principal obedece a razones de carácter político (quien debía ser el verdadero sucesor del Profeta) y no a interpretaciones religiosas radicalmente distintas en torno al Corán. Sunitas y chiitas tienen imanes, ulemas y ayatolás. Es decir, autoridades religiosas que interpretan el Corán y las sunnas, o enseñanzas del Profeta, que fueron añadidas posteriormente y comentadas por esa corporación religiosa de maestros o intérpretes. Pero sunitas y chiitas carecen de una figura religiosa suprema, de un magisterio aceptado e indiscutido por todos. Por eso, el Corán puede leerse o interpretarse de modos muy diversos. Uno de ellos es la yihad o el yihadismo. 
Esta visión sunita del Corán lo ve como un todo perfecto y puro que no necesita modernizarse, sino aplicarse tal cual, y que debe expandirse mediante la violencia en una guerra ¿santa" que justifica los excesos cometidos contra los "infieles". La yihad tampoco necesita de ningún modelo en que inspirarse: no, desde luego, un Occidente visto como un ejemplo perfecto de decadencia moral, al cual habría que aniquilar.

La yihad es un fenómeno complejo, de carácter político-religioso, que quiere implantar en Oriente Próximo (y allí donde haya comunidades islámicas) un Nuevo Califato donde la ley religiosa sea la Constitución del Estado. La ley se inspiraría solo en el Corán, el libro perfecto y único para gobernar. Como vemos a diario en el territorio sirio e iraquí que controlan estos fanáticos, el Estado yihadista desprecia la libertad, una cualidad humana constitutiva y, por eso, irrenunciable.

En el mundo occidental (ahora le ha tocado el turno a Francia), este atentado contra el semanario es un ataque a la libertad de expresión. Pero, sobre todo, es un reto formidable para unas democracias plurales y complejas donde viven unos 40 millones de musulmanes: porque nuestras democracias europeas no han logrado integrar de verdad a una parte de las oleadas migratorias de religión islámica recibidas desde hace 30-40 años. No podemos olvidar que son franceses los terroristas que han segado la vida de doce compatriotas. El atentado es un empujón para que los Gobiernos tomen medidas islamofóbicas que radicalicen a las comunidades musulmanas europeas y éstas se sumen a la yihad.
 
En Oriente próximo, la matanza de minorías religiosas cristianas y animistas es un ataque contra la libertad religiosa. Y un ajuste de cuentas de los sunitas yihadistas contra los chiitas que gobiernan en Irak y los alauitas (otra facción segregada del tronco común islámico) que controlaban antes Siria. Esos ataques eliminan otro pilar de la convivencia pacífica y estable entre ciudadanos o estados. Se pretende intimidar al que es distinto y conseguir una uniformidad religiosa donde no habría ni libertad, ni siquiera tolerancia. Muerte, toda. Y, también, la divulgación intimidante de un cruel salvajismo para que sepamos a qué atenernos. Nadie sensato puede pensar que esto (el atentado, el yihadismo, lo que ocurre en Oriente Próximo) pasará de largo sin afectarnos. Fracasada la intervención americana en Irak y sin haber todavía cuajado la primavera árabe, la yihad sería una alternativa para rehacer el mundo musulmán. ¿Cómo Mediante un Estado poderoso, que prolongaría y agudizaría los problemas político-religiosos del mundo musulmán. Y no a través de la democracia ni de una sociedad civil fuerte.

Si el Estado Islámico triunfa en Oriente Próximo, será entonces el embrión de nuevos problemas regionales y mundiales, por su tendencia expansionista. Es un parásito que extenderá en Occidente su ¿guerra santa", abusando del nombre de Dios, para radicalizar a Gobiernos y sociedades occidentales y, así, enfrentar aquí a las democracias contra las minorías islámicas, que están muy lejos de apoyar masivamente la yihad.

Espero, por supuesto, que no lo consigan. Pero eso tendrá un doble peaje. Uno negativo, porque nuestra libertad será más tutelada y vigilada por nuestros propios gobiernos, para que nadie la asesine. Y otro positivo, porque generará un debate para conciliar la seguridad nacional, la libertad de expresión y la libertad religiosa, tres aspectos esenciales para la estabilidad social allí y aquí, en Oriente y Occidente. Ojalá que lo consigamos, porque el reto no es una tarea exclusiva del Estado, ni de unas élites políticas hoy malqueridas, sino de todos los que formamos parte del inestable mundo hoy dolido por los sucesos de Francia y de Oriente Próximo.