10/11/2023
Publicado en
El Diario Montañés
Gerardo Castillo |
Facultad de Educación y Psicología de la Universidad de Navarra
La pregunta por el sentido de la vida ha sido reiterada en la historia del pensamiento occidental. Y no faltan quienes en todas las épocas han proclamado el sinsentido de la vida. También quienes consideran que el sentido de la vida es el placer de los sentidos como un fin en sí mismo: los hedonistas viven para disfrutar de los placeres, intentado evitar el dolor. A ello hay que sumar una sociedad impregnada de un descreimiento y escepticismo derivados del existencialismo. Este último sostiene que la combinación del pensamiento científico y moral es insuficiente para entender la existencia humana.
No menos influencia sigue teniendo el pensamiento de Nietzsche, para quien la vida solamente tiene sentido construida por cada individuo desde sus apetencia y voluntad de poder. En su obra ‘La gaya ciencia’, Friedrich Nietzsche dice: «Dios ha muerto. Y nosotros lo hemos matado». La pérdida de Dios fue devastadora porque significa la pérdida de todo un sistema de valores y de creencias. Ese vacío ético condujo a la irrupción del nihilismo y al ascenso del totalitarismo durante el siglo XX ligado a las mayores atrocidades cometidas por el hombre.
Para muchas personas de hoy, influidas por la tesis de Nietzsche, lo que sucede en el mundo es efecto del azar. Como consecuencia, vivimos en un mundo solitario que nos es ajeno, movido por aquello que Albert Camus denominó «el absurdo». Pero como en esta existencia absurda cerrada a un mundo mejor y eterno hay dolor y sufrimiento, vivir se hace intolerable y nos vemos abocados a encontrar una salida plausible. La voluntad de sentido es propia y común de la condición humana. No nos basta con vivir; deseamos vivir una vida con sentido, que merezca la pena, que tenga valor en sí misma.
Cuando un ser humano experimenta que su vida tiene valor, posee sentido, experimenta que su vida es valiosa y se siente feliz. Sin embargo, cuando percibe que su vida está vacía, cuando no le llena lo que hace, cuando siente que nada de lo que dice o de lo que hace posee valor en sí mismo, experimenta que su vida es tediosa, irrelevante, completamente estéril. Entonces sufre lo que Viktor Frankl denomina el vacío existencial.
La voluntad de sentido es la motivación primaria del hombre. Las personas desean y buscan descubrir valores dignos de vivir y de morir. Viktor Frankl pudo sobrevivir (física y psíquicamente) en un campo de concentración nazi aferrándose a que su familia le seguía esperando. Eso le daba cada día sentido a su vida. Algunos de sus compañeros de cautiverio no lo resistieron y acabaron suicidándose. Para ellos la vida no tenía ningún sentido. En pleno campo de concentración ante 38 personas dijo lo siguiente: «Si conoces el porqué de tu existencia serás capaz de soportar cualquier situación, por dolorosa que sea. Estamos ante un desafío, el desafío de sobrevivir. No importa que no esperemos nada de la vida. Lo que verdaderamente importa es lo que la vida espera de nosotros». Más tarde Frank relató su experiencia en ‘El hombre en busca de sentido’. Nos invita a encontrar un propósito y significado en nuestra existencia, y nos enseña la importancia de la libertad interior, la resiliencia y la esperanza en momentos de adversidad. Un reto similar es el del filósofo Pablo F. Curbelo: «Quizá la vida no tiene un sentido fijo. Pero aceptar el absurdo de la vida, su sinsentido, plantea el reto de encontrar la belleza que crece, silenciosa, en el alfeizar de la vida, en la carretera de nuestra existencia».
El ser humano aspira por naturaleza a la felicidad, al bien, al amor y conocimiento, en grado infinito; pero no puede alcanzarlo por sí mismo. Por eso, la crisis de sentido no puede afrontarse si no es acudiendo a la dimensión trascendente. Lo que realmente da sentido a la vida, lo que la hace una experiencia digna de ser vivida, es el amor. El ser humano está hecho para amar, esta es su finalidad inherente, con lo cual solo puede colmar de sentido su vida si es capaz de dar amor y recibirlo.