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Luis Palencia, Profesor del IESE, Universidad de Navarra

Listos de película

mié, 10 nov 2010 09:24:59 +0000 Publicado en ABC (Cataluña)

El diccionario de la RAE define la inteligencia como «capacidad de comprender  y a un listo como «alguien sagaz, visado». Podría decirse que a un inteligente le gusta hacerse preguntas y a un listo dar respuestas. Hay diferentes tipos de inteligencia y sagacidad pero afortunadamente todos tenemos algo de ambas; en qué proporción, depende de cada uno, pero hay acuerdo en reconocer que la sagacidad es más rentable que la inteligencia. Mi abuela lo resumía con la contundencia del castellano del plan antiguo: «Los listos viven a costa de los inteligentes». En las películas de campos de concentración es clásica la figura del «conseguidor» (William Holden en «Traidor en el infierno», o James Gardner en «La gran evasión»). El conseguidor se hace con los artilugios más variados y vive como un rajá a base de simpatía, contactos y botes de leche condensada. Por el contrario, los cerebros de la fuga, que han de madrugar para pensar y planificar, pasan estrecheces.

Aún a pesar de ser menos rentable, la inteligencia viste más que la sagacidad. Aquélla es la hermana (o el hermano) que se casó con un (una) aristócrata, mientras que la listeza es la (el) que se casó con un (una) comerciante avispado(a): ambas van al mismo casino pero la segunda tiende a hacerse notar más que la primera. Los listos quieren que se reconozca su inteligencia pero el inteligente se puede llegar a hacer pasar por tonto si pintan bastos o simplemente para que le dejen en paz. El emperador Claudio, y según la BBC, al ver qué compañeros de dinastía y mesa le habían tocado decidió hacerse pasar una temporada por tonto para salvarse de la costumbre familiar de mover el banquillo del poder.

En el otro extremo están los listos pedantes, que inflan su ego con títulos inventados, como aquel director de la Guardia Civil que se fabricó un pasado de ingeniero. También los hay en las empresas, habitualmente comentando en inglés la última portada de libro que han leído o colgándose medallas ajenas. A éstos, tarde o temprano se les descubre o, como dice otra abuela (esta vez de un colega), «se les acaba viendo el latón». El listo también puede simular luz propia rodeándose de colaboradores planetarios (es decir, que no  emiten luz) y que no pueden hacerle sombra porque no tienen perfil. El gangster de «Muerte entre las flores» (1990) se rodeaba de pistoleros fieles pero sin una idea hasta que contrató a un segundo inteligente y, claro, le pilló desentrenado.

Mi admiración va a un tercer tipo de listo. Es el que no necesita fingir inteligencia porque los demás pensamos que la tiene pues necesitamos creerlo. Sean Connery y Michael Caine son dos aventureros, dos listos, a los que los habitantes de Kafiristán toman por dioses en «El hombre que pudo reinar» (1975). Su farsa se aguanta pues éstos necesitan creer que son los sucesores de Alejandro Magno. En una empresa acostumbrada a líderes de cartón piedra, alguien que mantenga la compostura puede convertirse, cuando corra  el turno, en símbolo máximo de inteligencia por el simple hecho de haber estado allí y esta situación puede perpetuarse ano ser que el listo se pase de listo y se le acabe viendo el latón.